MADRID, 23 (OTR/PRESS) El grado de tensión en el que está instalada la vida política española va camino de ser insoportable. La polarización cursa en forma de constantes descalificaciones entre los dirigentes de los partidos políticos. En el Congreso y en el Senado son tan raros los debates desarrollados con conocimiento de la materia a debatir -con erudición y datos- como frecuentes las trifulcas, muchas veces a cuenta de auténticas nimiedades. Caso muy arraigado es el de las intervenciones pretendidamente graciosas a cuenta de declaraciones realizadas fuera del Parlamento. El objetivo es la búsqueda de un titular, una gracieta que las cámaras de televisión recogen y los telenoticiarios repiten. Las sesiones de control al Gobierno se han convertido en un diálogo de sordos en el que la oposición pregunta y los ministros -siguiendo la estela que deja el presidente- no contestan pero aprovechan las intervenciones para hacer oposición a la oposición. El resultado es un ejercicio penoso de cinismo político que deteriora el clima de racionalidad que debería poner a salvo la función principal del Parlamento, que convierte el Congreso en una suerte de plató de televisión en el que el grueso de los diputados actúa a modo de claque asumiendo un rol semejante al de los invitados que hace de público en los programas. Una suerte de "reality show" de la política en el que tras las sesiones lo que queda en el Hemiciclo es la penosa sensación de qué quienes nos representan no tienen el menor interés en rebajar la tensión. Pero aún está muy extendida la impresión de que las cosas no solo no van a mejorar -rebajando el volumen de crispación- sino que irán a más a medida que nos aproximemos a algunas de las citas electorales que se avecinan en el horizonte. Tan enrarecido está el escenario que el ex presidente Felipe González, en reciente y muy seguida aparición en 'El Hormiguero', programa de referencia de Antena 3, proponía a los partidos políticos que declararan una tregua de insultos. Pedía que fuera de dos meses. La verdad es que se conforma con poco. Entiendo que piensa que aparcar el ruido y la furia con la que cursan las cosas de la política en esta etapa de la vida política española tendría tal efecto salutífero que ya nadie querría volver a lo de antes. A lo de ahora. Ojalá. Sería un milagro.
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