MADRID, 20 (OTR/PRESS) La reciente revisión de las previsiones económicas de la Comisión Europea ha sorprendido. Mientras Bruselas recorta el crecimiento esperado para Alemania, Francia e Italia, mantiene una nota positiva para España, pronosticando un avance del PIB del 2,1% para este año. En un contexto de tensiones comerciales globales, con la amenaza de nuevos aranceles de Donald Trump sobre el acero, la automoción y otros sectores clave, la pregunta es inevitable: ¿cómo es posible que la economía española mantenga el tipo mientras los "grandes" se tambalean? La respuesta que da la Comisión apunta a una "resiliencia del consumo interno" y una "fuerte creación de empleo". Sin embargo, resulta difícil no leer entre líneas cierto optimismo institucional que raya en lo político. Mientras Alemania se enfrenta al lastre de una industria debilitada, y Francia e Italia a problemas estructurales, España se presenta como el alumno aplicado. Pero este retrato ignora elementos preocupantes: una deuda pública cercana al 110% del PIB, una productividad estancada, unas estadísticas de empleo y paro maquilladas y todo ello con una economía muy dependiente del turismo y los servicios, ambos de bajo valor añadido. Además, los efectos de los aranceles de Trump no parecen entender de banderas. Alemania es la principal exportadora y España forma parte de las mismas cadenas de valor. Si la industria europea se ralentiza, arrastrará también a la española. Y si Estados Unidos impone barreras al vino o al aceite, los agricultores españoles lo sentirán directamente. La AIReF de hecho está en esa línea y ha calificado de optimistas las previsiones del Gobierno. Se diría, no sé por qué, que la Comisión Europea no quiere añadir combustible al fuego político interno español, donde la inestabilidad es brutal. Bruselas parece confiar en que un mensaje positivo refuerce la imagen de "milagro económico", aunque esté sostenido sobre pies de barro. La cuestión de fondo es si se trata de una previsión rigurosa o de un relato estratégico. Porque si algo ha demostrado la historia reciente es que las cifras se pueden ajustar, pero la realidad acaba imponiéndose. Y la realidad europea no augura muchas excepciones felices.
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