MADRID, 19 (OTR/PRESS) El televoto no es sólo el voto a distancia, sino el voto que a mayor distancia está de lo que debe ser un voto. Si esta sencilla verdad se aplica a un Festival de Eurovisión controlado por el estado de Israel, la distancia entre el televoto y el voto deviene en infinita, cual se pudo observar en las votaciones finales donde los jurados de los diferentes países votaron a favor de unas cosas, y una masa anónima televotó otra radicalmente distinta, esto es, a Israel. La circunstancia de que Netanyahu alardeara el pasado año de la gran inversión económica que su gobierno había hecho para ahormar a sus intereses el televoto, no ha podido ser enteramente ajena a semejante disparidad. Así como Trump sueña con elevar un "resort" de lujo sobre la sangre del pueblo gazatí amasada con los escombros de lo que fue su vida, Netanyahu debió concebir la horrenda quimera de celebrar cabe ese escenario de destrucción, hambre y muerte, la próxima edición del Festival de Eurovisión, a fin de blanquear lo imblanqueable, esto es, los crímenes contra la humanidad que su ejército continúa perpetrando. Sólo a tipos así, como éstos dos, ayunos de toda ética y de toda moral, se les pueden ocurrir esas monstruosidades, pero el caso es que para el definitivo secuestro del Festival, sacándolo de Europa y destruyendo en él la aspiración fundacional de contribuir a la paz y a la unión de las naciones del continente europeo, necesitaba que la canción que envió a Basilea ganara, y para eso estaba el televoto, mal llamado voto popular. Pero la canción de Netanyahu no sólo era vulgar, una más de las tantas que no se han de recordar, sino que mientras sonaba, su ejército estaba asesinando a centenares de inocentes, y aunque la UER sumisa a Israel hizo cuanto pudo para narcotizar la conciencia de los espectadores manipulando imágenes, reprimiendo las expresiones de rechazo y hasta amenazando a un país fundador como España, no logró torcer el voto de los jurados nacionales. Quedaba el televoto en el que tanto se había invertido, pero su opaco y masivo apoyo a Israel no bastó, aunque por los pelos, para consagrar la destrucción de la cita musical europea. No es que el cebado televoto fallara, sino que quienes fallaron fueron los jurados que habían orillado la propuesta israelí hasta el 13º puesto y eso no había televoto que lo enjugara. Nunca un televoto (hasta 20 por barba se permitía a los televotantes) estuvo a tanta distancia de un voto de verdad.
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