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Feliz Navidad

Esther Esteban
sábado, 22 de diciembre de 2018, 08:00 h (CET)
MADRID, 21 (OTR/PRESS) Estaba arrancando hoy el artículo hablando ¡cómo no! de Cataluña y de la celebración de allí del Consejo de Ministros cuando !de repente! he pensado que estamos en Navidad y por un instante he recordado como eran estos tiempos en mi infancia. Pensando en aquellos días felices me puesto escribir y me reconfortaba tanto el recuerdo de aquellos años que he cambiado mi idea sobre la columna y me he dejado llevar por eso que algunos llaman, pomposamente el espíritu navideño y que yo defino simplemente como el amor, el cariño y el respeto por quienes nos rodean. Para mi hablar de la Navidad es hablar de sentimientos, de sensaciones, de pequeñas vivencias, de recuerdos de mi infancia y adolescencia que finalmente a base de aciertos, fracasos, dudas y ¡cómo no! contradicciones, conforman y han conformado mi realidad cotidiana como ser humano.

No sé si será ya mi edad o simplemente la nostalgia, pero a mí me parece que fue ayer cuando, de niña, sentados ya a la mesa para celebrar la Nochebuena mi padre -que el día de la Inmaculada cumplió unos espléndidos 94 años- para que no olvidáramos nuestros orígenes -aunque nacimos en Toledo- nos contaba que mi abuelo Luis era de un pequeño pueblo de Guadalajara, Valdearenas y luego año tras año relataba y repetía con minuciosidad las mismas anécdotas que escuchábamos en torno a la mesa ensimismados antes de irnos a la misa del Gallo... Siempre nos relataba que el arraigo a estas fiestas es tan importante que no se frenó ni siquiera en los tiempos más oscuros de la fratricida guerra del 36. "De hecho -nos decía- hubo dos cabeceras del periódico ABC, una en cada bando, y en 1938 se convocaron dos sorteos de Navidad, el republicano en Barcelona y el nacional en Burgos". Mi padre hizo el servicio militar durante dos años y en todo ese tiempo no tuvo permiso, pero para él no ha habido manjares mejores que los de esas dos Navidades a base de un buen pan de hogaza, lombarda, eso sí, con nueces, y si había suerte algo de carne, ¡qué hambre pasábamos! solía decir, no sin antes advertirnos que en España no podían volver a repetirse una guerra entre hermanos. En mi casa, en Nochebuena, cantábamos villancicos e íbamos a misa del Gallo, prácticamente junto a todo el vecindario, al son de las panderetas y las zambombas que vendía un vecino del barrio. Recuerdo a mi madre, Carmen (que está apunto de cumplir los 90), vestida con la sobriedad de un traje oscuro que seguramente había confeccionado ella misma, en la mano un misal negro con el canto rojo y un velo de blonda perfectamente doblado y recogido con un alfiler con una única perla blanca, esplendorosa. Me veo agarrada fuertemente a su otra mano y aún puedo percibir ese olor maravilloso, a limpio, que desprendían las manos de mi madre, de las madres de nuestra época. Salíamos de casa despacio, y al llegar a la iglesia, el ritual del agua bendita, la señal de la cruz y el recogimiento de rodillas del creyente para, al final, con el júbilo de la llegada de Jesús de Nazaret, cantar todos un villancico.

Entonces, como ahora, la Navidad, para la chiquillería, tenía una fecha especial: la noche de Reyes. Recuerdo que, a los mayores, sus majestades les traían un detalle pequeño, pero valioso: unas zapatillas, calcetines, una corbata, un libro, un monedero de esos que tenían dos bolas que se entrelazaban para hacer clic, un pañuelo con vainicas o una cinta de pelo nueva, y había una alegría generalizada porque eran unas cosas necesarias en épocas de escasez -¡cómo han cambiado las cosas!-. En cuanto a nosotros, siempre, año tras año, tiraban la casa por la ventana, porque Melchor, Gaspar y Baltasar sabían que habíamos sido "buenos y respetuosos con nuestros mayores". Siempre, siempre, acertaban con lo que yo había pedido en mi carta: esa muñeca de Famosa como la del anuncio de la tele en blanco y negro, la colección entera de los cuentos de hadas famosos, los patines cromados que se regulaban todas las tallas con unas tiras de cuero marrón para abrocharlos, o el estuche, precioso, de dos pisos, repleto de lápices de colores para mí, o los juegos reunidos Geyper, el mecano o el laboratorio de química Quimicefa para mi hermano José Luis. Ese día, ese 6 de enero de mi infancia, lo retengo milimétricamente en la memoria como si no hubiera pasado más de medio siglo: en la ventana una copa de anís del Mono y unos polvorones para sus Majestades y las migas de pan y agua para los caballos. No pegaba ojo en toda la noche y al amanecer me despertaba al grito de ¡ya han venido! de mi hermano, abría con los nervios a flor de piel los paquetes que venían siempre acompañados de una carta donde sus majestades reconocían los logros de ese año y me animaban a seguir esforzándome para el siguiente. Ese seis de enero todo era felicidad y, aunque generalmente amanecía con niebla y nieve, ¡entonces sí que nevaba y hacía mucho frío!, luego se transformaba el día en una jornada de sol luminoso y cálido.

En una ocasión oí a mis padres cuchichear la tarde/noche del día 5 entrando en silencio en nuestra casa y al asomarme les encontré cargados de paquetes en medio del pasillo. Mi madre enseguida me explicó, muy dicharachera, que se habían encontrado a los Reyes que venían en sus camellos y les habían pedido que les ayudaran con algunos paquetes porque estaban muy cargados ¡luego por la noche vendrán ellos con el resto y los dejarán en vuestras camas¡, me dijo, y yo acepté la explicación; ¡bendita inocencia!, pasando otra vez esa noche casi en vela. Eran tiempos duros y de pocos recursos aquellos de mi infancia, pero mis padres que, efectivamente, eran magos, siempre supieron como cuidar y mimar los pequeños detalles (qué maravillas hacían siempre para montar un nacimiento más original). Ellos supieron fomentar la ilusión y educarnos en el respeto por todos independientemente de su ideología, raza o religión. Querían tener una familia de buenos y honrados ciudadanos y ahora cuando les miro a ellos (casi centenarios) observo a mis hijos y mimo a mis nietos pienso que Carmen y Pepe son lo mejor que nos ha pasado. !Misión cumplida queridos padres!. ¡Feliz Navidad! para todos

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