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He llegado entre bombas al punto de mala distribución de comida. Otros han caído mientras avanzábamos por los escombros. Peleamos por la comida frente al camión de reparto. Nadie lleva nada. La lucha es a muerte. Alguien nos dispara selectivamente mientras recogemos restos de comida.
Hay heridas que no dejan cicatriz visible, pero calan hasta el hueso. Heridas que no vienen del mundo exterior, sino del núcleo más íntimo, la familia. En demasiados hogares, lo que se defiende no es la verdad ni el amor, sino la fachada. El miedo a “lo que dirán” pesa más que la empatía, más que la justicia, más que el lazo humano. Y ese daño, a menudo callado, negado o disimulado, destruye lentamente lo que no siempre se puede reconstruir, la confianza.
Cuando llega el verano tienden a proliferar los concursos televisivos. Las parrillas de las distintas cadenas sacan a relucir espacios en los que se pone a prueba la capacidad intelectual de los concursantes. En los tiempos “prehistóricos”, en los que podíamos ver una sola cadena en blanco y negro, aparecían regularmente espacios televisivos en los que se medían los conocimientos de los participantes sobre un tema específico.
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