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Hollywood

Las perlas de Carla
Manuel del Pino
lunes, 23 de octubre de 2017, 07:42 h (CET)
Cuando era niña, yo también soñaba con ser actriz estrella en Hollywood. Ahora no me quieren ni en Madrid: Dicen que estoy muy buena pero tengo el culo gordo. Y ahora nos enteramos por fin de que, para ser actriz estrella en Hollywood, había que pasar por el aro, dejarse pasar por la piedra. Resulta que el rumoreado topicazo era verdad.

Ahora resulta que el importantísimo productor Harvey Weinstein (judío, por supuesto) era malo, malo, malo, siempre con su elegante esmoquin y sonriente. Para ser actriz estrella en Hollywood, tenías que pasar por su aro. Si no pasabas por su aro, el viejo feo asqueroso tenía tanto poder, que nunca serías estrella en Hollywood.

Ahora resulta que todos en Hollywood sabían algo, que todos reniegan del importantísimo productor, que todos le expulsan del estrellato en Hollywood.

Y yo me pregunto: ¿Cuántos Hollywood hay en este mundo de mierda? ¿Cuántos productores importantísimos hay esperando con su aro, feos viejos asquerosos sonriendo de esmoquin, a todas las jóvenes y bellas aspirantes a actrices estrella?

Por mí, pueden meterse ya Hollywood donde les quepa, que seguro les cabe.

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En esta novela nos trasladamos a la Barcelona de los años 70 donde Óscar Drau, protagonista de la historia, conoce a Marina Blau, hija de un pintor enfermo, cuya curiosidad les hace investigar el porqué una extraña mujer vestida de negro acude al cementerio a realizar un extraño ritual, depositando una rosa negra en una tumba sin nombre.

Los pobladores acostumbraban dormir muy temprano. Las luces del pueblo se encendían a las seis de la tarde y eran apagadas a las nueve de la noche, puede afirmarse que era ironía del tiempo. El vecindario del barrio hablaba del burdel y en especial de la mente enfermiza de una mujer, su pasión la llevó a la cárcel, su encanto de mujer le garantizaba los halagos de sus admiradores, pero el día del hecho criminal, en un abrir y cerrar de ojos se esfumó su encanto y la venta de su cuerpo.

Muchas gracias, Señor, por enseñarme, a postrarme ante a Ti con devoción, y por abrir Tu noble Corazón donde poder, dichoso, refugiarme.

 
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