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El día del histrión

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Y llega el día cumbre del ser valenciano, en el que, con lágrimas en los ojos bien de la emoción bien del humo de la pólvora, vemos la última mascletà. Ruido de truenos, silbidos, estallidos y explosiones. Sabor a pólvora quemada en la boca y pulmones que sustituyen el oxigeno por el olor a recuerdo de fiesta y buenos momentos.

Como dicen los forasteros que nos visitan: ¿Por qué somos tan brutos que quemamos obras de arte que, en los tiempos que corren, nos han costado un riñón y la yema del otro? Pues porque ser valenciano tiene eso: necesitamos insaciablemente que nos digan lo bien que lo hacemos todo, lo bonito que nos ha quedado. Montamos un teatro lleno de imaginación y ocurrencias para que nos aplaudan desde el mundo. Pero después, a esa magnífica fachada, le prendemos fuego para que desaparezca en un rato y, con ello, sorprendemos y maravillamos al mundo.

Seguramente serán muchos los foráneos que no lo comprenderán. En tiempos de lágrimas y recortes hacer esta exhibición es como quemar billetes de quinientos y fardar de ello, Los valencianos valoramos mucho la apariencia. Somos histriónicos y eso no lo podrá cambiar ni las crisis, ni Mariano, ni Bruselas ni Berlín. Y esa rareza genética, por raro y criticable que les parezca, atrae al resto del mundo.

Efectivamente, en dieciséis años lo hemos quemado todo. Pero tenemos la grandeza de que somos capaces de empezar de nuevo segundos después de habernos enjuagado las lágrimas. Y empezamos a montar, de nuevo, nuestra historia anual.

Eso nos da esperanza y creencia en lo cíclico. Sí, después de que nuestros dirigentes lo hayan quemado todo, los valencianos seremos capaces de empezar de nuevo y crear un nuevo futuro. ¿Se apuesta una paella para todos?

El día del histrión

ZEN
lunes, 19 de marzo de 2012, 08:57 h (CET)
Y llega el día cumbre del ser valenciano, en el que, con lágrimas en los ojos bien de la emoción bien del humo de la pólvora, vemos la última mascletà. Ruido de truenos, silbidos, estallidos y explosiones. Sabor a pólvora quemada en la boca y pulmones que sustituyen el oxigeno por el olor a recuerdo de fiesta y buenos momentos.

Como dicen los forasteros que nos visitan: ¿Por qué somos tan brutos que quemamos obras de arte que, en los tiempos que corren, nos han costado un riñón y la yema del otro? Pues porque ser valenciano tiene eso: necesitamos insaciablemente que nos digan lo bien que lo hacemos todo, lo bonito que nos ha quedado. Montamos un teatro lleno de imaginación y ocurrencias para que nos aplaudan desde el mundo. Pero después, a esa magnífica fachada, le prendemos fuego para que desaparezca en un rato y, con ello, sorprendemos y maravillamos al mundo.

Seguramente serán muchos los foráneos que no lo comprenderán. En tiempos de lágrimas y recortes hacer esta exhibición es como quemar billetes de quinientos y fardar de ello, Los valencianos valoramos mucho la apariencia. Somos histriónicos y eso no lo podrá cambiar ni las crisis, ni Mariano, ni Bruselas ni Berlín. Y esa rareza genética, por raro y criticable que les parezca, atrae al resto del mundo.

Efectivamente, en dieciséis años lo hemos quemado todo. Pero tenemos la grandeza de que somos capaces de empezar de nuevo segundos después de habernos enjuagado las lágrimas. Y empezamos a montar, de nuevo, nuestra historia anual.

Eso nos da esperanza y creencia en lo cíclico. Sí, después de que nuestros dirigentes lo hayan quemado todo, los valencianos seremos capaces de empezar de nuevo y crear un nuevo futuro. ¿Se apuesta una paella para todos?

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