De un tiempo a esta parte, la política antiterrorista del gobierno Zapatero se ha convertido en uno de los temas más manidos en el circo mediático. ¡Todo vale!
De un lado, los cabecillas del PP no pierden ni una sola oportunidad para demostrar el grado de deslealtad que están dispuestos a emplear en la tarea de desacreditar a los socialistas. Cualquier acusación es posible. Que si Zapatero da oxígeno a ETA; que si el presidente no condena los atentados; que si los socialistas desprecian a las víctimas del terrorismo y, así, hasta que, tiempo al tiempo, a alguno se le ocurra insinuar que Zapatero es la encarnación misma del mal.
Aquella ultraderecha de la crispación ha vuelto a renacer. Ayudados por sus medios de comunicación afines, los dirigentes populares han decidido provocar una campaña de acoso digna de la época de las cruzadas.
Todo el mundo tiene algo que decir. Cualquiera quiere expresar su opinión y criticar, de entrada, un proceso que ni siquiera a comenzado a gestarse. Pero, dónde estaban aquellas voces cuando Aznar decidió el acercamiento de presos de ETA al País Vasco. ¿Utilizaron también su atalaya mediática para acusar al Partido Popular de deslealtad con las víctimas, cuando inició un proceso de negociación con la banda terrorista? No. Claramente no. Quienes hoy han puesto sus informativos, columnas, opiniones y programas al servicio de Rajoy, guardaron el silencio debido en aquel momento.
Entonces, ahora, por qué no se actúa con la misma prudencia. ¿Qué es lo que ha cambiado? A qué vienen tantos reproches.
Nadie con un poco de criterio puede creer, de verdad, que el presidente Zapatero no tenga la misma vocación de resolver el conflicto que otros ya demostraron anteriormente. Démosle la misma oportunidad que ya se concedió a sus predecesores y, si no tenemos nada relevante que decir, callemos.