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El toro, sin embargo, desconocía que eran los cabestros quienes en realidad le estaban conduciendo al matadero

Los cabestros

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“El torito tenía miedo, estaba terriblemente asustado de aquella jauría de seres incomprensibles que les acosaban desde todas partes, golpeándoles, unos, clavándoles objetos, otros, y todos los demás, en un número inimaginable, profiriendo ensordecedores gritos, como una marabunta enloquecida que le entontecía los sentidos. En aquel infierno incapaz de comprenderlo, se afanaba por no perder el contacto con el resto de la manada, e incluso por seguir el paso de los cabestros, los cuales, aún no siendo de su especie, eran los más próximos a ella y los únicos que mostraban cierto aplomo o seguridad, como si comprendieran lo que estaba pasando. Fue en el túnel de acceso al coso donde uno de los toros de la manada se detuvo, se giró sobre sí y amenazó con sus pitones a aquellos extraños seres que le agredían, y, al punto, todos ellos comenzaron a querer huir despavoridos, cual si su fortaleza o su valor estuviera sólo en el número y el miedo de los toros. Efectivamente, aquellos extraños seres ahora se atropellaban a otros, muchos caían víctimas de su pánico, trastabillaban o escapan de su proximidad tan rápido como sus piernas se lo permitían, develando ahora colosal cobardía. Todos los toros entraron enseguida en el toril, pero algunas de aquellas raras bestias impidieron que entraran los cabestros, y éstos, como sabiendo cuál era el papel que les correspondía interpretar, enseguida se acercaron adonde el toro rezagado se había quedado amenazando a la turba de acosadores, le ofrecieron su protección y, seduciéndole con su seguridad, le condujeron mansamente escoltado a los toriles. Aquella misma tarde el torito comprendió, mientras le daban la más terrible de las muertes en el coso como si fuera una fiesta para sanguinarias criaturas de otro orden, que su martirio era posible sólo y exclusivamente gracias a los cabestros, a aquéllos que parecían de su especie y que, sin embargo, no lo eran, y se dolió, aún más que del insoportable sufrimiento que experimentaba, de no haberse revuelto entonces también, cuando lo hizo aquel otro toro de la manada, y haber puesto contra las cuerdas del pánico a quienes disfrutaban de tal manera con su horrenda muerte. Sus cuernos y su bravura, entonces, tenía un sentido del que ahora carecían.”

Las manifestaciones se han sucedido en España contra una reforma laboral ideada por mentes ajenas a la especie, o severamente perturbadas. En la mayoría de los casos han sido manifestaciones como encierros tranquilos, pacíficos, inocuos y casi divertidos, conducidas las manadas por los cabestros que parecían ser de la misma la especie pero que no lo eran, porque son aquéllos que permitieron que se fueran amansando los toros o los que los impidieron volver sus defensas contra los extraños seres que estaban planificando su martirio. Sin embargo, en algunos lugares, como en Valencia, algunos toritos se revolvieron y mostraron sus cuernecillos de leche a los extraños seres que les impiden ser personas, que les arrebatan la dignidad, que les roban el futuro como les han robado el presente, y que les mienten desde el Congreso a las escuelas para que sean sólo diversión de otros seres que viven de su sufrimiento y de su sangre. Y les soltaron a los mansos, a quienes pareciendo que eran de su especie no lo eran, a quienes igualmente viven de un salario indigno y en unas condiciones de precariedad inhumana pero que no les importa porque reciben órdenes, a quienes bien podían ser sus hermanos, sus padres, sus compañeros pero llevaban uniforme, y les sometieron al castigo del palo y la patada bárbara, y quebraron sus cuernecillos de leche, y les empitonaron con sus porras y con brutalidad les arrojaron al suelo e hicieron ostentación de la violencia extrema que les permiten los extraños seres que se benefician para su disfrute de los sufrimientos de los toritos... y de ellos: sirvieron hasta más allá de la razón a los que torturan a todos, mostrándose adversarios del pueblo. También los judíos fueron conducidos a las cámaras de gas por otros judíos que cuidaban de que los condenados no se desmandaran, porque querían salvarse y tenían un empleo.

Así es la Historia, y así se construye. Los poderosos, los raros seres que consideran a la especie humana esclavos de sus deseos y caprichos, aquéllos que disfrutan con la sangre y sufrimiento de los pueblos, se sirven de los cabestros para que los toritos no se desmanden, y que más tarde, durante el resto de su vida, sean la diversión de sus fiestas, entre banderillas de ignominia y estoques de muerte cruel y lenta, muy lenta. Y son culpables los extraños seres de aquella rara especie, pero, sobre todo, son culpables los cabestros, los que se alinean con quienes son adversarios de la especie. Lo hemos visto en todas las ciudades de España, y lo hemos visto (y lo podemos ver, porque hay cientos de videos colgados en Internet) en Valencia, donde criaturas de trece o catorce añitos han sido golpeados con una saña impropia o indigna de hombres hechos y derechos, cual si parecieran de nuestra especie, pero que no lo fueran.

Decía el señor Rajoy desde su congreso en Andalucía que esta reforma laboral es justa, y que muchos saben que lo es. Sólo puedo decirle, señor Rajoy, váyase usted a la mierda –ni siquiera voy a gastar un argumento a combatir esa imbecilidad tan evidente-, y a los que creen que algo así puede ser justo, les recomiendo un psiquiatra de urgencia, o, si son creyentes, un sacerdote que les limpie su asquerosa alma, porque si han llegado a creerse tal cosa es que tienen el alma más negra que los tizones de la caldera de Pedro Botero. Usted, señor Rajoy, pertenece a otra especie que el pueblo, como a esa especie pertenece toda su casta política. Ustedes, señor Presidente, con la ayuda de los otros, nos están conduciendo a todos al matadero. Lo demás son mentiras.

Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)

Los cabestros

El toro, sin embargo, desconocía que eran los cabestros quienes en realidad le estaban conduciendo al matadero
Ángel Ruiz Cediel
lunes, 20 de febrero de 2012, 15:39 h (CET)
“El torito tenía miedo, estaba terriblemente asustado de aquella jauría de seres incomprensibles que les acosaban desde todas partes, golpeándoles, unos, clavándoles objetos, otros, y todos los demás, en un número inimaginable, profiriendo ensordecedores gritos, como una marabunta enloquecida que le entontecía los sentidos. En aquel infierno incapaz de comprenderlo, se afanaba por no perder el contacto con el resto de la manada, e incluso por seguir el paso de los cabestros, los cuales, aún no siendo de su especie, eran los más próximos a ella y los únicos que mostraban cierto aplomo o seguridad, como si comprendieran lo que estaba pasando. Fue en el túnel de acceso al coso donde uno de los toros de la manada se detuvo, se giró sobre sí y amenazó con sus pitones a aquellos extraños seres que le agredían, y, al punto, todos ellos comenzaron a querer huir despavoridos, cual si su fortaleza o su valor estuviera sólo en el número y el miedo de los toros. Efectivamente, aquellos extraños seres ahora se atropellaban a otros, muchos caían víctimas de su pánico, trastabillaban o escapan de su proximidad tan rápido como sus piernas se lo permitían, develando ahora colosal cobardía. Todos los toros entraron enseguida en el toril, pero algunas de aquellas raras bestias impidieron que entraran los cabestros, y éstos, como sabiendo cuál era el papel que les correspondía interpretar, enseguida se acercaron adonde el toro rezagado se había quedado amenazando a la turba de acosadores, le ofrecieron su protección y, seduciéndole con su seguridad, le condujeron mansamente escoltado a los toriles. Aquella misma tarde el torito comprendió, mientras le daban la más terrible de las muertes en el coso como si fuera una fiesta para sanguinarias criaturas de otro orden, que su martirio era posible sólo y exclusivamente gracias a los cabestros, a aquéllos que parecían de su especie y que, sin embargo, no lo eran, y se dolió, aún más que del insoportable sufrimiento que experimentaba, de no haberse revuelto entonces también, cuando lo hizo aquel otro toro de la manada, y haber puesto contra las cuerdas del pánico a quienes disfrutaban de tal manera con su horrenda muerte. Sus cuernos y su bravura, entonces, tenía un sentido del que ahora carecían.”

Las manifestaciones se han sucedido en España contra una reforma laboral ideada por mentes ajenas a la especie, o severamente perturbadas. En la mayoría de los casos han sido manifestaciones como encierros tranquilos, pacíficos, inocuos y casi divertidos, conducidas las manadas por los cabestros que parecían ser de la misma la especie pero que no lo eran, porque son aquéllos que permitieron que se fueran amansando los toros o los que los impidieron volver sus defensas contra los extraños seres que estaban planificando su martirio. Sin embargo, en algunos lugares, como en Valencia, algunos toritos se revolvieron y mostraron sus cuernecillos de leche a los extraños seres que les impiden ser personas, que les arrebatan la dignidad, que les roban el futuro como les han robado el presente, y que les mienten desde el Congreso a las escuelas para que sean sólo diversión de otros seres que viven de su sufrimiento y de su sangre. Y les soltaron a los mansos, a quienes pareciendo que eran de su especie no lo eran, a quienes igualmente viven de un salario indigno y en unas condiciones de precariedad inhumana pero que no les importa porque reciben órdenes, a quienes bien podían ser sus hermanos, sus padres, sus compañeros pero llevaban uniforme, y les sometieron al castigo del palo y la patada bárbara, y quebraron sus cuernecillos de leche, y les empitonaron con sus porras y con brutalidad les arrojaron al suelo e hicieron ostentación de la violencia extrema que les permiten los extraños seres que se benefician para su disfrute de los sufrimientos de los toritos... y de ellos: sirvieron hasta más allá de la razón a los que torturan a todos, mostrándose adversarios del pueblo. También los judíos fueron conducidos a las cámaras de gas por otros judíos que cuidaban de que los condenados no se desmandaran, porque querían salvarse y tenían un empleo.

Así es la Historia, y así se construye. Los poderosos, los raros seres que consideran a la especie humana esclavos de sus deseos y caprichos, aquéllos que disfrutan con la sangre y sufrimiento de los pueblos, se sirven de los cabestros para que los toritos no se desmanden, y que más tarde, durante el resto de su vida, sean la diversión de sus fiestas, entre banderillas de ignominia y estoques de muerte cruel y lenta, muy lenta. Y son culpables los extraños seres de aquella rara especie, pero, sobre todo, son culpables los cabestros, los que se alinean con quienes son adversarios de la especie. Lo hemos visto en todas las ciudades de España, y lo hemos visto (y lo podemos ver, porque hay cientos de videos colgados en Internet) en Valencia, donde criaturas de trece o catorce añitos han sido golpeados con una saña impropia o indigna de hombres hechos y derechos, cual si parecieran de nuestra especie, pero que no lo fueran.

Decía el señor Rajoy desde su congreso en Andalucía que esta reforma laboral es justa, y que muchos saben que lo es. Sólo puedo decirle, señor Rajoy, váyase usted a la mierda –ni siquiera voy a gastar un argumento a combatir esa imbecilidad tan evidente-, y a los que creen que algo así puede ser justo, les recomiendo un psiquiatra de urgencia, o, si son creyentes, un sacerdote que les limpie su asquerosa alma, porque si han llegado a creerse tal cosa es que tienen el alma más negra que los tizones de la caldera de Pedro Botero. Usted, señor Rajoy, pertenece a otra especie que el pueblo, como a esa especie pertenece toda su casta política. Ustedes, señor Presidente, con la ayuda de los otros, nos están conduciendo a todos al matadero. Lo demás son mentiras.

Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)

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