AIKEN, Carolina del Sur -- . Los social conservadores llevan
tiempo aduciendo que valores y moral importan más que el dinero. Pero al
final, el ala corporativa y económicamente conservadora del Partido
Republicano parece ganar siempre.
Por eso el candidato conservador Mitt Romney tenía tanta confianza en la
victoria en las primarias de Carolina del Sur el sábado como para abandonar
brevemente el estado el martes para asistir a un acto de recaudación de
fondos en Nueva York. ¿Y por qué no? El poder del dinero se ha visto
siempre amplificado en esta campaña por los supercomités de acción política
liberados por el fallo del Supremo en el caso Citizens United y por la
escasa regulación.
No se puede ver el informativo matinal de este estado sin confrontar un
intenso bombardeo de anuncios, pagados por los candidatos algunos,
financiados otros por los supuestamente independientes comités de acción
política PAC. Una clase es idéntica a la otra.
Y la naturaleza de los anuncios muestra la razón de que será un importante
revés si Romney pierde aquí. Aunque los rivales de Romney están disparando
parte de su munición en su dirección, están gastando una fortuna
arrancándose la piel mutuamente. Los partidarios de Rick Perry atacan a
Newt Gingrich y a Rick Santorum a la vez. Ron Paul ataca a Gingrich y
también a Santorum. Los partidarios de Romney se suman con anuncios contra
Gingrich.
Gingrich se desmarca de Santorum y de Perry con elogios vanos en sus
discursos, igual que hizo aquí la noche del martes sosteniendo que "el
único voto eficaz para detener a Mitt Romney es el depositado a Newt
Gingrich". Y desde luego, a juzgar por los sondeos y los mentideros, parece
que Gingrich es la única opción cuyo impulso le concede al menos una
oportunidad remota de alcanzar a Romney. Pero Santorum y Perry no se
rinden, razón de que Romney pudiera permitirse su excursión a Manhattan.
"La gente ha considerado la victoria de Romney como una conclusión sabida y
conocida", dice Joel Sawyer, un consultor electoral Republicano que
respaldaba a Jon Huntsman y que ahora es neutral. "Lo considero una
estrategia fundamentalmente errónea. Una cifra muy significativa de
Republicanos buscan una alternativa, pero lo que han hecho los rivales de
Romney es debilitarse mutuamente".
Bob McAlister, que formó parte de la administración como antiguo jefe de
gabinete del gobernador Republicano Carroll Campbell, decía que una
victoria de Romney dará lugar a un cisma conservador, "porque Romney no es
muy fuerte ni apreciado entre los habitantes de Carolina del Sur".
La confusión era evidente en el concurrido mitin de Gingrich. Entrevistados
haciendo cola para estrechar la mano al candidato, un votante tras otro
decía desconfiar de Romney -- Scott Gilmer, un ingeniero, consideraba a
Romney "parecidísimo a Obama" -- pero muchos expresaban indecisión entre
Gingrich y Santorum.
Lo llamativo es que Romney parece estar a un pelo de la victoria en el
mismo momento en que se retrata como el elitista económico anti-populista
que se hace el sueco. No sólo insinuaba el martes que tributa un tipo
fiscal del 15% (porque la mayor parte de sus ingresos proceden de
inversiones); también restaba importancia al dinero que gana en concepto de
conferencias por "no ser tanto". Resulta que durante el ejercicio fiscal
que acaba en febrero de 2011, los discursos le granjearon más de 370.000
dólares. Para la mayoría de la gente, eso no es calderilla.
Piense en el ascenso estelar de Romney a la luz del acalorado análisis
político de los resultados de las legislativas de 2010 que vieron a un
Partido Republicano transformado por las legiones de activistas fiscales
del tea party que, solapadas a los grupos de conservadores sociales y
religiosos, alejaron al partido de los integrantes convencionales de la
institución. Si me hubieran dado un dólar cada vez que el nuevo Partido
Republicano era descrito en aquellos días como "formación popular",
sospecho que habría ganado más dinero que Romney con sus conferencias.
Desde luego parte de los fracasos del movimiento se pueden atribuir a un
grupo nocivo de competidores y al cisma de la derecha, a la capacidad sobre
todo del candidato Ron Paul de distribuir un porcentaje significativo de
los votos del tea party. Eso hizo imposible la consolidación de sus
fuerzas. (Romney podría deber a Paul un futuro cargo en la Reserva
Federal).
Pero hay otra posibilidad: que el Partido Republicano no fuera y nunca haya
sido una formación popular, que el término hubiera sido aplicado siempre de
forma errónea, y que haya suficientes Republicanos cómodos con la idea de
elegir candidato a un especialista en adquisiciones hostiles de empresas
formado en Harvard.
"Romney pertenece a la institución tanto como cualquier otro", decía
McAlister. Para muchos conservadores, añadía, una campaña en otoño entre el
Presidente Obama y Romney puede traducirse así en una elección entre "a
cuál de los dos políticos de siempre se odia más". No es a donde los
promotores del tea party dijeron dirigirse.