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El déficit que más debería de preocuparnos es el déficit de raciocinio

¿Derrotarán la moderación los moderados?

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WASHINGTON -- . Los problemas a los que se enfrenta Estados Unidos son considerables pero no irresolubles. Pero aun así las soluciones sensatas que son ampliamente populares no se pueden implantar.
 
¿Por qué? Porque un bloque ideológico que considera toda crisis una oportunidad de reducir el tamaño del estado ostenta el poder suficiente en el Congreso para impedirnos hacer lo que hay que hacer.
 
Algunos amigos columnistas de centro siguen achacando nuestras dificultades a los problemas estructurales de nuestra política. Unos cuantos piden una formación de centro. Pero el problema al que nos enfrentamos no es estructural ni partidista. Es ideológico -- de una ideología de derechas en concreto que se ha hecho temporalmente con el control del Partido Republicano y a la que hay que derrotar antes de poder celebrar un debate razonable del futuro del país entre los conservadores moderados y los progresistas moderados.
 
Una formación centrista dividiría a la oposición en favor de la derecha y facilitaría su triunfo. Eso es lo último que deberían de desear los moderados auténticos.
 
Veamos los precedentes, partiendo del fracaso del supercomité legislativo a la hora de alcanzar un acuerdo en torno a un plan para reducir el déficit fiscal. Es absurdo simular que podemos contraer el déficit a largo plazo sin subidas importantes de los impuestos.
 
No importa lo mucho que los legisladores traten de recortar tímidamente el gasto del programa Medicare de la tercera edad, su factura seguirá subiendo muchos años simplemente porque muchos integrantes de la generación post-Segunda Guerra Mundial se van a jubilar de aquí al año 2029. Además, los empresarios van a seguir recortando la cobertura de las plantillas mientras el precio de la cobertura siga subiendo.
 
Con independencia de las formas, en otras palabras, el estado va a estar obligado a pagar un porcentaje progresivamente mayor de las facturas sanitarias de nuestro país. Eso se traduce en que el porcentaje de la economía que tiene el estado está destinado a crecer -- a menos que decidamos dejar a una parte importante de nuestra población con escasa protección frente a las enfermedades o con ninguna.
 
Lo menos que podemos hacer en esas circunstancias es derogar las bajadas tributarias de las rentas altas implantadas con el Presidente George W. Bush. Pero aun así la única recaudación pública que los conservadores del supercomité pusieron sobre la mesa implica 300.000 millones de dólares en reformas tributarias muy poco definidas -- a cambio de tipos impositivos bajos a las rentas altas y de hacer permanentes privilegios fiscales por valor de unos 3,7 billones.
 
Los progresistas ya han dejado claro que están dispuestos a elevar la recaudación y recortar las facturas del programa Medicare de los ancianos. La reforma sanitaria de Obama hacía las dos cosas, y por hacerlo fue atacada por los Republicanos. Los Demócratas del supercomité ofrecieron recortes importantes de las pensiones. Pero con acierto se negaron a un acuerdo que desperdicia años de futura recaudación pública en aras de conservar bajos los impuestos a los estadounidenses más acomodados.
 
¿Qué pinta tendría un debate presupuestario razonable? Los progresistas propondrían menos recortes del gasto público a cambio de subidas tributarias que recaerían principalmente en las rentas altas: tipos más elevados en las horquillas fiscales elevadas, impuestos a los beneficios y de patrimonio, junto a un impuesto de operaciones financieras. Los conservadores replicarían con recortes del gasto social más importantes acompañados de impuestos al consumo en lugar de la inversión. De un debate así podría salir un acuerdo sensato, apoyado en el reconocimiento compartido de que el equilibrio a largo plazo exige tanto nuevas fuentes de recaudación públicas como austeridad.
 
En el ínterin, hay acuerdo entre un amplio abanico de economistas que dicen que el motor de creación de empleo de América que está calado necesita un empujón rápido y contundente. Resulta inconsciente que frente al masivo paro, los Republicanos sigan frustrando medidas para mejorar el empleo, incluyendo la ampliación de la rebaja de las retenciones en las nóminas. ¿Cómo pueden afirmar simultáneamente los conservadores que (1) constituye un horroroso delito subir los impuestos a largo plazo a las rentas altas, y (2) constituye una muestra de virtud subir los impuestos con efecto inmediato la clase media? ¿Ha sido alguna vez tan evidente la lucha de clases?
 
Luego está la inmigración. El sentido común dice que no hay forma de que Estados Unidos pueda o deba deportar a unos 11 millones de inmigrantes en situación irregular. Pero cuando Newt Gingrich habló de esta realidad -- y sugirió que los conservadores se tendrían que preocupar por la forma en que las deportaciones separarían a las familias -- se dijo que había cometido un traspié que va a poner fin a su apuesta de favorito Republicano. En el Partido Republicano actual, ser sensato se está volviendo peligroso.
 
Nos hace falta moderación, de acuerdo, pero una tercera formación moderada es la forma de garantizar que no logramos ninguna. Si los moderados quieren en serio desplazar al centro el debate, deberían de destinar sus energías a confrontar a los que obstaculizan el camino. Y en este momento, el obstáculo viene de una derecha radicalizada.

¿Derrotarán la moderación los moderados?

El déficit que más debería de preocuparnos es el déficit de raciocinio
E. J. Dionne
martes, 29 de noviembre de 2011, 07:59 h (CET)

WASHINGTON -- . Los problemas a los que se enfrenta Estados Unidos son considerables pero no irresolubles. Pero aun así las soluciones sensatas que son ampliamente populares no se pueden implantar.
 
¿Por qué? Porque un bloque ideológico que considera toda crisis una oportunidad de reducir el tamaño del estado ostenta el poder suficiente en el Congreso para impedirnos hacer lo que hay que hacer.
 
Algunos amigos columnistas de centro siguen achacando nuestras dificultades a los problemas estructurales de nuestra política. Unos cuantos piden una formación de centro. Pero el problema al que nos enfrentamos no es estructural ni partidista. Es ideológico -- de una ideología de derechas en concreto que se ha hecho temporalmente con el control del Partido Republicano y a la que hay que derrotar antes de poder celebrar un debate razonable del futuro del país entre los conservadores moderados y los progresistas moderados.
 
Una formación centrista dividiría a la oposición en favor de la derecha y facilitaría su triunfo. Eso es lo último que deberían de desear los moderados auténticos.
 
Veamos los precedentes, partiendo del fracaso del supercomité legislativo a la hora de alcanzar un acuerdo en torno a un plan para reducir el déficit fiscal. Es absurdo simular que podemos contraer el déficit a largo plazo sin subidas importantes de los impuestos.
 
No importa lo mucho que los legisladores traten de recortar tímidamente el gasto del programa Medicare de la tercera edad, su factura seguirá subiendo muchos años simplemente porque muchos integrantes de la generación post-Segunda Guerra Mundial se van a jubilar de aquí al año 2029. Además, los empresarios van a seguir recortando la cobertura de las plantillas mientras el precio de la cobertura siga subiendo.
 
Con independencia de las formas, en otras palabras, el estado va a estar obligado a pagar un porcentaje progresivamente mayor de las facturas sanitarias de nuestro país. Eso se traduce en que el porcentaje de la economía que tiene el estado está destinado a crecer -- a menos que decidamos dejar a una parte importante de nuestra población con escasa protección frente a las enfermedades o con ninguna.
 
Lo menos que podemos hacer en esas circunstancias es derogar las bajadas tributarias de las rentas altas implantadas con el Presidente George W. Bush. Pero aun así la única recaudación pública que los conservadores del supercomité pusieron sobre la mesa implica 300.000 millones de dólares en reformas tributarias muy poco definidas -- a cambio de tipos impositivos bajos a las rentas altas y de hacer permanentes privilegios fiscales por valor de unos 3,7 billones.
 
Los progresistas ya han dejado claro que están dispuestos a elevar la recaudación y recortar las facturas del programa Medicare de los ancianos. La reforma sanitaria de Obama hacía las dos cosas, y por hacerlo fue atacada por los Republicanos. Los Demócratas del supercomité ofrecieron recortes importantes de las pensiones. Pero con acierto se negaron a un acuerdo que desperdicia años de futura recaudación pública en aras de conservar bajos los impuestos a los estadounidenses más acomodados.
 
¿Qué pinta tendría un debate presupuestario razonable? Los progresistas propondrían menos recortes del gasto público a cambio de subidas tributarias que recaerían principalmente en las rentas altas: tipos más elevados en las horquillas fiscales elevadas, impuestos a los beneficios y de patrimonio, junto a un impuesto de operaciones financieras. Los conservadores replicarían con recortes del gasto social más importantes acompañados de impuestos al consumo en lugar de la inversión. De un debate así podría salir un acuerdo sensato, apoyado en el reconocimiento compartido de que el equilibrio a largo plazo exige tanto nuevas fuentes de recaudación públicas como austeridad.
 
En el ínterin, hay acuerdo entre un amplio abanico de economistas que dicen que el motor de creación de empleo de América que está calado necesita un empujón rápido y contundente. Resulta inconsciente que frente al masivo paro, los Republicanos sigan frustrando medidas para mejorar el empleo, incluyendo la ampliación de la rebaja de las retenciones en las nóminas. ¿Cómo pueden afirmar simultáneamente los conservadores que (1) constituye un horroroso delito subir los impuestos a largo plazo a las rentas altas, y (2) constituye una muestra de virtud subir los impuestos con efecto inmediato la clase media? ¿Ha sido alguna vez tan evidente la lucha de clases?
 
Luego está la inmigración. El sentido común dice que no hay forma de que Estados Unidos pueda o deba deportar a unos 11 millones de inmigrantes en situación irregular. Pero cuando Newt Gingrich habló de esta realidad -- y sugirió que los conservadores se tendrían que preocupar por la forma en que las deportaciones separarían a las familias -- se dijo que había cometido un traspié que va a poner fin a su apuesta de favorito Republicano. En el Partido Republicano actual, ser sensato se está volviendo peligroso.
 
Nos hace falta moderación, de acuerdo, pero una tercera formación moderada es la forma de garantizar que no logramos ninguna. Si los moderados quieren en serio desplazar al centro el debate, deberían de destinar sus energías a confrontar a los que obstaculizan el camino. Y en este momento, el obstáculo viene de una derecha radicalizada.

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