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Ahora resulta que llamar ‘zorra’ a una mujer no es un menosprecio ni insulto, sino un sinónimo de mujer astuta

Los ignorantes fascistas

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Esto consta en una sentencia de la Audiencia de Murcia, algo que en un comentario entre amigos podría llegar a entenderse, pero no en boca de un hombre que estaba condenado a un año de cárcel por un delito de amenazas y cuya condena ha sido revocada.

Esta sentencia, lejos de atajar el cáncer de la violencia de género, da pie a esa clase de hombres a actuar con mayor impunidad a partir de ahora. Desde este instante, por ejemplo, un jefe podrá ‘acosar’ en el trabajo a una mujer y llegar a utilizar ese calificativo de forma intimidatoria, que de ser denunciado y puesto a disposición de ese juez, no tendrá ninguna consecuencia. Desde hoy, cualquier hombre podrá llamar zorra a una mujer, como anticipo de malos mayores que por supuesto, cuando se produzcan, no tendrá ninguna responsabilidad sobre el juez. ¿Quién lo juzgará a él después de dictar esta clase de sentencias?

Otro juez, con un nivel similar de humanidad, ha ejecutado esta semana el desahucio de una ONG en Madrid por el impago del alquiler durante diez meses. Sin embargo leo que también como ha aumentado el número de personas que sobreviven hoy en día bajo un techo ‘okupado’, sin consecuencias durante bastante más tiempo y además redactan manuales de ‘okupación’ que comparten para que otras personas sigan su ejemplo. Cabe añadir que la asociación no ha podido hacer frente al pago dado que no recibe las subvenciones que tiene pendientes de cobrar y por ello ha sido desahuciada.

A partir de aquí, uno termina por reflexionar: ¿Cómo interpretan las leyes los jueces? La suerte de una persona depende demasiado según el juez que le toque. De la misma forma que lo hace el policía que acuda a su llamada, según el día que tenga o su situación personal en ese momento, así como la relación que uno tenga con su jefe en el trabajo al margen de la productividad que ofrezca a su empresa.

Al final todo se reduce a una cuestión de poder. Han pasado los años y seguirán pasando, y diferentes personas cometen los mismos errores de siempre. Nunca olvidaré una frase del gran Pepe Rubianes, que decía con acierto que cuando se da el poder a un ignorante enseguida aparece el fascista. Casi cada da día tenemos un ejemplo de ello.

Los ignorantes fascistas

Ahora resulta que llamar ‘zorra’ a una mujer no es un menosprecio ni insulto, sino un sinónimo de mujer astuta
Eduardo Cassano
jueves, 6 de octubre de 2011, 07:07 h (CET)
Esto consta en una sentencia de la Audiencia de Murcia, algo que en un comentario entre amigos podría llegar a entenderse, pero no en boca de un hombre que estaba condenado a un año de cárcel por un delito de amenazas y cuya condena ha sido revocada.

Esta sentencia, lejos de atajar el cáncer de la violencia de género, da pie a esa clase de hombres a actuar con mayor impunidad a partir de ahora. Desde este instante, por ejemplo, un jefe podrá ‘acosar’ en el trabajo a una mujer y llegar a utilizar ese calificativo de forma intimidatoria, que de ser denunciado y puesto a disposición de ese juez, no tendrá ninguna consecuencia. Desde hoy, cualquier hombre podrá llamar zorra a una mujer, como anticipo de malos mayores que por supuesto, cuando se produzcan, no tendrá ninguna responsabilidad sobre el juez. ¿Quién lo juzgará a él después de dictar esta clase de sentencias?

Otro juez, con un nivel similar de humanidad, ha ejecutado esta semana el desahucio de una ONG en Madrid por el impago del alquiler durante diez meses. Sin embargo leo que también como ha aumentado el número de personas que sobreviven hoy en día bajo un techo ‘okupado’, sin consecuencias durante bastante más tiempo y además redactan manuales de ‘okupación’ que comparten para que otras personas sigan su ejemplo. Cabe añadir que la asociación no ha podido hacer frente al pago dado que no recibe las subvenciones que tiene pendientes de cobrar y por ello ha sido desahuciada.

A partir de aquí, uno termina por reflexionar: ¿Cómo interpretan las leyes los jueces? La suerte de una persona depende demasiado según el juez que le toque. De la misma forma que lo hace el policía que acuda a su llamada, según el día que tenga o su situación personal en ese momento, así como la relación que uno tenga con su jefe en el trabajo al margen de la productividad que ofrezca a su empresa.

Al final todo se reduce a una cuestión de poder. Han pasado los años y seguirán pasando, y diferentes personas cometen los mismos errores de siempre. Nunca olvidaré una frase del gran Pepe Rubianes, que decía con acierto que cuando se da el poder a un ignorante enseguida aparece el fascista. Casi cada da día tenemos un ejemplo de ello.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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