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Escribir lo que se sabe es un lujo

Eres lo que escribes

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La palabra es el camino por el que se expresa el pensamiento, pero no toda palabra es vía única de las ideas. Aquello que se descubre, que se aprende y se transmite también pueden ser contenidos empíricos. Hechos que han ocurrido u ocurrieron, o quizás conocimiento. Lo cierto es que el qué escribimos, cómo lo escribimos y con qué estilo definen quiénes somos. Al contrario, no pretende ser esta columna una reflexión metalingüística sobre el sexo de los ángeles, sino poner sobre la mesa las implicaciones que existen cuando cualquier persona, ya sea un periodista, un profesor o un escritor, ponen algo por escrito.

La palabra escrita reviste de solemnidad, más aún que su expresión oral. De ahí, que los silencios sean aún más oportunos que en una conversación entre personas. Las ideas que dejamos a un lado, los datos que queremos transmitir y qué espacio -en un sentido cuantitativo- empleamos nos identifican como los actores que somos en una interacción social. Y no hay mayor actuación que cuando surge la oportunidad de transmitir algo realmente crucial a la audiencia.

Cuando existe un dato realmente rupturista todo queda en silencio por temor. Pequeñas notas a pie de páginas como si fuesen las cláusulas secretas de una póliza de seguro que intentan decir algo bajo la severa mirada de los poderes establecidos. Es ahí, donde el escribiente que realmente tiene algo que decir, dice quién es y más aún quien será. Aunque vivamos en una democracia, la censura fáctica no deja de estar al servicio del status quo y escribir lo que se sabe es un lujo.

Eres lo que escribes

Escribir lo que se sabe es un lujo
Francisco Collado Campana
jueves, 9 de marzo de 2017, 00:11 h (CET)
La palabra es el camino por el que se expresa el pensamiento, pero no toda palabra es vía única de las ideas. Aquello que se descubre, que se aprende y se transmite también pueden ser contenidos empíricos. Hechos que han ocurrido u ocurrieron, o quizás conocimiento. Lo cierto es que el qué escribimos, cómo lo escribimos y con qué estilo definen quiénes somos. Al contrario, no pretende ser esta columna una reflexión metalingüística sobre el sexo de los ángeles, sino poner sobre la mesa las implicaciones que existen cuando cualquier persona, ya sea un periodista, un profesor o un escritor, ponen algo por escrito.

La palabra escrita reviste de solemnidad, más aún que su expresión oral. De ahí, que los silencios sean aún más oportunos que en una conversación entre personas. Las ideas que dejamos a un lado, los datos que queremos transmitir y qué espacio -en un sentido cuantitativo- empleamos nos identifican como los actores que somos en una interacción social. Y no hay mayor actuación que cuando surge la oportunidad de transmitir algo realmente crucial a la audiencia.

Cuando existe un dato realmente rupturista todo queda en silencio por temor. Pequeñas notas a pie de páginas como si fuesen las cláusulas secretas de una póliza de seguro que intentan decir algo bajo la severa mirada de los poderes establecidos. Es ahí, donde el escribiente que realmente tiene algo que decir, dice quién es y más aún quien será. Aunque vivamos en una democracia, la censura fáctica no deja de estar al servicio del status quo y escribir lo que se sabe es un lujo.

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