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José Vidal-Beneyto, un valenciano del mundo

Luis del Palacio
Luis del Palacio
martes, 23 de marzo de 2010, 05:31 h (CET)
No ha habido eso que llaman “un gran despliegue informativo” con motivo de la muerte en París, la semana pasada, de José Vidal-Beneyto. Aparte de algún artículo (recuerdo el de Juan Cruz en El País, sentido y entrañable) y las consabidas reseñas, la desaparición de este sociólogo –“politólogo”, como muchos, con justeza lo han definido- ha pasado con sigilo por las páginas de los diarios. No es de extrañar, si tenemos en cuenta que vivimos un tiempo en que las andanzas de cualquier personajillo del “glamour” empañan la presencia (o la ausencia) de quienes, de verdad, han tenido algo que decir o que aportar.

A los menores de treinta años el nombre de Vidal-Beneyto les dirá muy poco; acaso les suene como una vaga referencia a la Transición, o a los años que la precedieron. Quizá algunos leyeran sus artículos, publicados con regularidad en El País desde la aparición de este diario en 1976, y siguieran sus puntos de vista, casi siempre polémicos y novedosos. Porque Vidal-Beneyto fue hasta el final un inconformista; alguien que desde su juventud se había empeñado en complicarse la vida enfrentándose al régimen de Franco y que no dudó en seguir un rumbo muy personal en la etapa posterior. Muchos no entendieron que no se integrase en ninguno de los “grandes partidos”, donde, sin duda habría hecho una gran carrera política. Era, probablemente, demasiado inteligente, “políticamente incorrecto”, demasiado “suyo”…

Su presencia fue habitual en programas de debate –de debate, de verdad- en la televisión de los ochenta. Fue invitado con frecuencia a uno mítico, “La clave”, que dirigía José Luis Balbín. Y durante bastantes años pudimos escuchar sus comentarios heterodoxos en el veterano programa de radio “Protagonistas”.

En la última década su aparición en los medios de comunicación se hizo menos frecuente; si exceptuamos los artículos que seguía publicando en “El País”, diario del que era socio fundador y por el que siempre tuvo una comprensible debilidad.

La última vez que lo vi en televisión fue hace unos dos años, durante la emisión de uno de los pocos programas que todavía mantienen la dignidad de ese medio: “Las noches blancas”. En él, en animado debate con Carlos Rodriguez Braun, Bertrand de la Grange, Fernando Sánchez Dragó y dos invitados más cuyo nombre no recuerdo, Pepín defendía un ecologismo radical y señalaba los peligros que él, como intelectual y como simple ciudadano, presagiaba en el horizonte si no se producía cuanto antes un cambio de mentalidad que nos llevara a reconsiderar nuestra postura frente a la degradación sistemática del medio natural. Se trataba de una discusión no sólo interesante, sino muy peculiar, ya que quien mantenía la postura más contestataria era un “joven” ya octogenario.

A estas alturas no me resulta fácil ocultar que he sido amigo de José Vidal-Beneyto y de su familia desde hace casi cuarenta años.

Recuerdo vivamente que, siendo yo compañero en el colegio Estudio de su hija, la familia atravesó momentos francamente desagradables cuando por instigación de ciertos personajes del régimen de Franco, que más tarde serían “demócratas de siempre”, se dedicaron a hostigarla. La razón era simple: el cabeza de familia, Pepín, se hallaba en París viviendo un exilio forzoso a causa del “terrible crimen” de ser uno de los líderes de un movimiento político que luchaba por las libertades públicas en España: la Junta Democrática. Corría el año 1974 y el “bunker” buscaba a ultranza perpetuarse tras la muerte del dictador. Uno de los falsos amigos más sistemáticos fue Jesús Aguirre, años más tarde duque consorte de Alba.

José Vidal-Beneyto fue un intelectual comprometido; un concepto que muchos ya no entienden. Me asombra el periodista Juan Pedro Quiñonero cuando afirma (http://unatemporadaenelinfierno.net/2010/03/17/recuerdo-de-pepin-vidal-beneyto/) que ocultaba su paso por el Opus Dei y su trato muy directo con Escrivá de Balaguer. Nada más lejos de la verdad: Vidal-Beneyto, cuyo único error, imperdonable en un país de envidiosos, fue ser “rico por su casa”, evolucionó de una postura conservadora y católica en su juventud a otra de izquierda moderada, muy europea y ajena a la izquierda tradicional española.

Dicen que podría haber sido ministro en varias ocasiones, durante los gobiernos de Suárez y los primeros años del de Felipe González, pero por motivos personales vivía en París y no estaba dispuesto a cambiar de residencia; es por eso que sólo aceptó cargos que no le alejaran demasiado de su residencia, por ejemplo cuando fue Secretario General de la Agencia Europea para la Cultura, en Estrasburgo.

Pepín era un señor, algo perfectamente compatible con ser de izquierdas. De amplia cultura y gran facilidad de palabra, le gustaba dialogar con los jóvenes, saber lo que pensaban y lo que sentían. Recuerdo las largas tertulias, que a veces se prolongaban hasta la madrugada, en su antiguo domicilio de la calle de Platerías, en Madrid. Por él pasaron muchos amigos suyos (Ramón Tamames, Infante, Carlos Bru, Teresa de Borbón-Parma…) y un joven y prometedor sociólogo de larga barba, pelo muy negro y rizado e ideas muy progresistas: Amando de Miguel.

Hace menos de dos años sufrió uno de las peores tragedias que puede vivir el ser humano: que un hijo te preceda en la muerte. Miguel Vidal Ragout, durante muchos años uno de mis mejores amigos, moría de un infarto en agosto de 2008. Tres meses antes había sido elegido titular de una de las direcciones generales del ministerio de Administraciones Públicas. A decir de sus más allegados, Pepín, cuya salud era ya muy delicada, no pudo entender (él, que tanto persiguió el logos) que una vida se apagara en su plenitud, de modo tan absurdo.

El sábado pasado Pepín fue enterrado en su pueblo natal, Carcaixent.

Entre los asistentes se encontraban muchos de sus viejos amigos. Uno de ellos, el cantante Paco Ibáñez, le dedicó algunas de las “Coplas a la muerte de su padre”, de Jorge Manrique.

“Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
que traen yerbas secretas
sus sabores…”

No puede haber mejor homenaje.

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