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David Sitjes, entre la Puda de Montserrat y la Colònia Puig

El explorador urb​ano y divulgador cultural catalán y leridano, impulsor del proyecto Barbut Català, ha centrado parte de su trabajo en la documentación crítica de estos dos lugares
Redacción
miércoles, 2 de abril de 2025, 12:49 h (CET)

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A los pies del macizo de Montserrat, flanqueados por las aguas del Llobregat y envueltos en un paisaje de singular valor histórico, simbólico y paisajístico, se encuentran —o se encontraban— dos enclaves emblemáticos del patrimonio termal y arquitectónico de Cataluña.


El Balneario de la Puda de Montserrat, clausurado desde mediados del siglo XX, y el ya demolido Hotel Colònia Puig, cuya desaparición definitiva en 2024 marcó un punto de inflexión en la gestión del patrimonio olvidado. Ambos espacios, hoy en ruina o perdidos, configuraban un sistema territorial asociado al termalismo, al desarrollo ferroviario, al turismo de élite decimonónico y a la modernización temprana del entorno montserratino.


El explorador urbano y divulgador cultural catalán y leridano, David Sitjes, impulsor del proyecto Barbut Català, ha centrado parte de su trabajo en la documentación crítica de estos dos lugares. Su enfoque articula arqueología visual, memoria territorial, análisis político-institucional y denuncia ciudadana. Mientras la Puda aún se mantiene en pie —aunque en situación de extrema fragilidad—, el Hotel Puig se ha convertido en símbolo de un patrimonio que, por falta de voluntad institucional, termina por desaparecer sin dejar rastro físico. Esta crónica plantea una mirada analítica al abandono, desde una perspectiva interseccional entre documentación urbana, gestión cultural y activismo visual.


La Puda de Montserrat: ruina de un legado termal


Inaugurado en 1870, el Balneario de la Puda fue uno de los centros termales de mayor renombre en Cataluña, reconocido por la eficacia de sus aguas sulfurosas y por su arquitectura adaptada a los cánones higienistas de la época.


Su ubicación estratégica, próxima a la línea ferroviaria de Manresa y a la carretera N-II, lo posicionó como enclave de referencia en los itinerarios de salud impulsados por las élites catalanas del siglo XIX y principios del XX.


El conjunto contaba con salas de baño, zonas de descanso, jardines ornamentales y habitaciones para estancias largas. El lugar fue visitado por figuras ilustres de la medicina, la política y la cultura, y representaba una expresión arquitectónica de la modernidad sanitaria.

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No obstante, las sucesivas crecidas del Llobregat, la erosión progresiva de sus cimientos, la ineficacia de los planes de conservación y la completa ausencia de estrategias de intervención lo condujeron a un cierre definitivo en 1958.


Desde entonces, distintos proyectos de rehabilitación han sido anunciados en medios de comunicación o en pliegos de presupuesto institucional, sin que ninguno haya superado la fase de propuesta. “Lo más grave es que la ruina está expuesta a diario: la ves a simple vista, y sigue ignorada. Es abandono a cielo abierto”, afirma David Sitjes, quien ha realizado varios registros visuales del espacio, mostrando su degradación progresiva y denunciando la inacción de los organismos responsables desde su perfil de Instagram del Barbut Català.


El Hotel Colònia Puig: la memoria demolida


En una posición más elevada, con vistas sobre el valle del Llobregat y Montserrat, se erigía el Hotel Colònia Puig, construido a comienzos del siglo XX como residencia de veraneo para las clases acomodadas. Posteriormente, su uso derivó hacia funciones educativas y religiosas, siendo reconvertido en colegio y seminario durante el franquismo. El edificio —de proporciones monumentales y sobria ornamentación novecentista— constituyó durante décadas un punto de encuentro para familias, estudiantes y colectivos religiosos.


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A pesar de su valor arquitectónico y social, y pese a que su estructura se mantenía estable, el Hotel fue derribado en 2024 tras una resolución administrativa que desestimó su protección como bien patrimonial. Sitjes pudo acceder y documentarlo meses antes del derribo. “Sabía que esa era la última vez. Cada fotografía era una despedida anticipada. Cuando supe que lo habían tirado, sentí rabia, pero también resignación. Ya estoy acostumbrado a ver desaparecer patrimonio sin respuesta pública”, comenta.


URBEX como dispositivo de archivo y contraolvido


Para David Sitjes, el valor de estos enclaves excede su condición física. En su lectura, cada estructura en ruina representa un nodo simbólico de memoria colectiva, donde convergen historias laborales, vínculos afectivos, prácticas culturales y tensiones institucionales. “Cada lugar abandonado es un archivo que está por descifrar. Y si no lo hacemos nosotros, se borra”, sostiene.


A través de su proyecto Barbut Català, ha construido un archivo digital colaborativo, compuesto por imágenes, vídeos, planos históricos, testimonios y mapas y coordenadas (que no comparte públicamente). Su perfil en las redes sociales no es solo una galería visual, sino una plataforma de participación ciudadana, donde ex trabajadores, descendientes o simples testigos contribuyen a reconstruir la historia de los lugares documentados. “Cuando alguien me escribe para decirme que allí pasaba los veranos de su infancia, eso vale más que cien notas de prensa institucionales”, señala.


Este enfoque convierte el URBEX en una herramienta de acción crítica y archivo de emergencia, cuya función ya no es meramente estética, sino epistemológica y política. Frente a la narrativa hegemónica del patrimonio monumental, David impulsa una contracartografía emocional del territorio, donde lo que se muestra no es lo espectacular, sino lo olvidado, lo ignorado, lo periférico.


La administración ausente y la invisibilidad de lo no monumental


Ni el Balneario de la Puda ni el Hotel Colònia Puig han sido objeto de protección efectiva. No están incluidos en itinerarios culturales, no forman parte de inventarios de urgencia ni han recibido planes de intervención realistas. Esta omisión sistemática evidencia una política patrimonial centrada exclusivamente en lo monumental, lo musealizable o lo turísticamente rentable.


“Lo que no sale en las postales no se salva”, dice Sitjes. Y tiene razón. A pesar de su valor histórico, arquitectónico y emocional, estos lugares han sido marginados por una lógica institucional que prioriza el rendimiento turístico inmediato frente a la preservación del paisaje cultural integral. Esta falta de visión estratégica, unida al desinterés burocrático, ha facilitado la desaparición de enclaves que podrían haber sido espacios comunitarios, museos de sitio o centros de interpretación.


La desaparición del Hotel Colònia Puig y el deterioro irreversible de la Puda de Montserrat no son hechos aislados. Constituyen síntomas de una patología estructural que atraviesa la gestión del patrimonio en Cataluña: la desmemoria planificada, la pasividad institucional y la marginalización de aquello que no encaja en el relato oficial.


Ante esta realidad, la figura de David Sitjes emerge como el perfil de un influencer indispensable a la hora de dar visibilidad al patrimonio, la cultura y su historia. Su práctica, situada entre el activismo visual, la etnografía urbana y la mediación cultural, ofrece una alternativa crítica: mirar donde nadie mira, documentar lo que se prefiere olvidar y archivar lo que está a punto de desaparecer.


Porque la memoria no siempre necesita placas, mármol o discursos oficiales. A veces, solo requiere un objetivo atento, una comunidad comprometida y la convicción de que documentar también es resistir.

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