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Eduardo Cassano

La vida, cuestión de suerte

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Estamos acostumbrados a culpar a la mala suerte cuando algo no sale como esperamos, desde no tener un número premiado de lotería hasta perder el autobús por un segundo. Culpamos tantas veces a la suerte de nuestras ‘desgracias’, que a menudo no observamos lo ridículas que pueden llegar a ser en ocasiones.

Esta semana tres municipios de nuestro país han presentado su candidatura para albergar el nuevo almacén –cementerio- nuclear: Yebra, Ascó y Villar de Cañas. Dos de ellas no tendrán ‘la suerte’ de recibir la inyección económica y poder generar nuevos puestos de trabajo… una suerte que en otras circunstancias, alejadas de la crisis –que suma y sigue-, habría sido una mala noticia en lugar de una buena.

También agradecemos la suerte por las cosas buenas que nos suceden. En estos momentos, por ejemplo, se agradece tener trabajo aún en los puestos de trabajo con las condiciones de horario y sueldo que hace unos años habrían sido motivo de cambio de empleo.

La suerte, que existe en parte, no es más que una prolongación de nosotros mismos; sin actitud no hay suerte, ni suerte sin esfuerzo. Pero hay una excepción; el colmo de la mala suerte, aquella que algunas personas podrían considerar destino, que es lo que le ha ocurrido esta semana a una mujer de Málaga, que falleció tras caerle encima una joven que se precipitó a la calle desde su vivienda; la joven sobrevivió.

Esto, que no es la primera vez que ocurre ni probablemente será la última, es una de las cosas que nos hace pensar que la vida, por más que la organices y te esfuerces, es cuestión de suerte, y la demostración de que en un mismo instante, dos personas pueden tener la misma mala suerte por motivos tan diferente: vivir cuando quieres morir, o morir repentinamente cuando has salido a pasear y te ha caído alguien encima.

La vida, cuestión de suerte

Eduardo Cassano
Eduardo Cassano
jueves, 28 de enero de 2010, 09:20 h (CET)
Estamos acostumbrados a culpar a la mala suerte cuando algo no sale como esperamos, desde no tener un número premiado de lotería hasta perder el autobús por un segundo. Culpamos tantas veces a la suerte de nuestras ‘desgracias’, que a menudo no observamos lo ridículas que pueden llegar a ser en ocasiones.

Esta semana tres municipios de nuestro país han presentado su candidatura para albergar el nuevo almacén –cementerio- nuclear: Yebra, Ascó y Villar de Cañas. Dos de ellas no tendrán ‘la suerte’ de recibir la inyección económica y poder generar nuevos puestos de trabajo… una suerte que en otras circunstancias, alejadas de la crisis –que suma y sigue-, habría sido una mala noticia en lugar de una buena.

También agradecemos la suerte por las cosas buenas que nos suceden. En estos momentos, por ejemplo, se agradece tener trabajo aún en los puestos de trabajo con las condiciones de horario y sueldo que hace unos años habrían sido motivo de cambio de empleo.

La suerte, que existe en parte, no es más que una prolongación de nosotros mismos; sin actitud no hay suerte, ni suerte sin esfuerzo. Pero hay una excepción; el colmo de la mala suerte, aquella que algunas personas podrían considerar destino, que es lo que le ha ocurrido esta semana a una mujer de Málaga, que falleció tras caerle encima una joven que se precipitó a la calle desde su vivienda; la joven sobrevivió.

Esto, que no es la primera vez que ocurre ni probablemente será la última, es una de las cosas que nos hace pensar que la vida, por más que la organices y te esfuerces, es cuestión de suerte, y la demostración de que en un mismo instante, dos personas pueden tener la misma mala suerte por motivos tan diferente: vivir cuando quieres morir, o morir repentinamente cuando has salido a pasear y te ha caído alguien encima.

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