Resulta patético, amén de antiestético, comprobar en qué se ha convertido el Parlamento español de algo menos de un año a esta parte. Y no me refiero sólo a la falta de respeto de muchos diputados “progres” que han decidido convercernos a la fuerza de que el desaliño induimentario forma parte de un ideario de izquierdas en el que sobran los gestos y faltan las verdaderas ideas, sino al nivel deplorable de casi todos los que se suben a la tribuna de oradores para lanzarnos su discursito pseudo programático. Muchos son los que citan a los clásicos (a la cabeza, Pablo Iglesias) sin haberlos leído; pero otros, como el ínclito Domenech, simplemente, no saben hablar español... y sospecho que tampoco el catalán, el vascuence o el gallego. No se trata de acento, sino de concepto; de estructuras sintácticas, de pura y simple morfología. Una pena.
El vapuleado ciudadano medio vuelve de las vacaciones de verano y se encuentra “esto”: Una cámara de bronceados inútiles (hay excepciones, desde luego) que viven del erario público y que llevan tomándonos el pelo desde hace nueve meses. Exactamente desde el momento en que los electores decidieron que el momio de aquel bipartidismo (PSOE/PP) corrupto y caduco no iba con ellos y optaron por otras opciones políticas (Ciudadanos y Podemos) sin importarles demasiado que el remedio pudiera ser peor que la enfermedad. En el caso de Podemos y a la vista de su deplorable gestión en ayuntamientos como el de Madrid, Barcelona, Cadiz etc. está muy clara que esa opción fue un error, y así ha quedado de manifiesto en su fiasco electoral del 26 de junio. Ciudadanos, por su parte, parece quedar relegado a un papel de “partido bisagra”; lo que no deja de ser una pena, ya que, de todos los partidos con representación parlamentaria, es el que parece más a la altura de los que existen ,dentro de una derecha moderada, en el resto de la Unión Europea.
Así las cosas, y ante el empecinamiento por “perpetuar su memoria” de los lideres de los aún dos principales partidos, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, vemos que la sesión de investidura no ha hecho otra cosa que cimentar posiciones antagónicas e irreconciliables: Por un lado, un Mariano Rajoy que no se resigna a poner su cargo a disposición de su partido y dar un paso atrás; y por otra a Pedro Sánchez, consciente de que su posición como secretario general del PSOE y por ende candidato a la presidencia del Gobierno, pende de un hilo: ahora o probablemente nunca. Esa mezcla de ambiciones personales y falta de responsabilidad política ha colocado al país en una situación paradójica y peligrosa. España no se puede permitir por más tiempo un Gobierno “en funciones” (osea, provisional) y un Parlamento que no legisla.
La opción de una legislatura necesariamente breve (de acaso unos dos años) sería la menos mala, puesto que, entre otras cosas, permitiría que los votantes tuvieran un tiempo para aclarar sus ideas y ver qué rumbo tomar. Sólo Ciudadanos ha mostrado una responsabilidad política, a sabiendas de que su apoyo a un gobierno presidido por Rajoy puede costarle muchos votos en el futuro.
Sólo un milagro (y no hay que dudar de que los milagros, como las meigas, existen) puede hacer que una cierta cordura penetre en tantas mentes obtusas y egoistas y que no se convoquen las terceras elecciones.
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