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Pascual Falces

Un lujo insostenible

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Doña María Moliner, como bien es sabido, natural de Paniza, provincia de Zaragoza (1900-1981) dejó un utilísimo “Diccionario de uso del Español” que ha resultado un inseparable libro de cabecera de cuantos quieran expresarse con propiedad coloquial y académica en la lengua de Cervantes. El libro fue consecuencia de su laboriosidad durante toda una vida modestamente dedicada a la biblioteconomía y lexicografía. Al consultar la voz “lujo”, es rotundamente clara su apreciación: Ostentación de *riqueza: ‘Viven con mucho lujo’. Se aplica a una cosa costosa que se tiene o usa o que se hace con mucho gasto. Se dice mucho en plural: ‘¿Dónde vas con esos lujos? Yo no puedo permitirme esos lujos’.

Resulta difícil saber, por no decir imposible, en qué clase de comportamientos humanos se fijaría Doña María para fijar con tal concisión la ejemplaridad del lujo, y legarla de ese modo a la posterioridad. Fuera cual fuese, resulta algo muy propio de la condición humana, derrochona de por sí. El saber popular tiene ajustada una frase crítica ante tal inclinación que lo pone en evidencia: “Viva el lujo, y quien lo trujo”… Con lo que el “nuevo rico” ,a que suele ir unido, queda bien destapado y señalado como de escasa finura en el sentido de poco elegantes modales. Más, si por un prodigio de longevidad activa, hubiera vivido lúcidamente hasta nuestros días, tal vez, casi todos pensaríamos que quien le había sugerido tal definición, sin duda alguna, era la caterva de políticos que nos rodean por la derecha, por la izquierda y por en medio. Si con la Transición se hubiera sabido que venían incluidos tales especimenes de gobernantes o aspirantes a serlo, tal vez las manos que introdujeron los votos en las urnas, se hubieran retraído en mayor número, por no decir del todo, y adiós democracia, adiós.

El término “ostentación” les va que ni al pelo, y no se diga el de riqueza. ¿Quién ha visto un político pobre?... ni cuando caen en desgracia, o pasan por la cárcel –que de todo ha habido-, o cuando se licencian. También resulta evidente “que se aplica a una cosa costosa que se tiene o que se hace con mucho gasto”. ¿Algún político conduce por sí mismo un modesto vehículo, o se instala en algún despacho de “protección oficial”? Y, finalmente, si se les pudiera interpelar “de tu a tu”, estaría que ni pintado espetarles en plural: ‘¿Dónde vas con esos lujos? Yo no puedo permitírmelos.

Con todo, los que se sirven del partido en el poder, disfrutan del lujo oficial, del que les da el partido más el inherente al cargo de gobierno, ¿lujo al cuadrado?... o, tal vez, solo el doble de lujo, que, tampoco está mal. La cosa tendría su consuelo si en la oposición estuvieran reunidos como mansas ovejitas prestas para el esquilo, o como una turba de corsarios con puñal entre los dientes prestos para asaltar el poder. Pero, ni una cosa ni la otra. Parece, más bien, la sala de espera de un centro de salud esperando que les llamen para ocupar poltronas calentitas y recién abandonadas. ¡Es el juego democrático!... añadirían, y ¡vaya lujo!... diría la gente. Mientras, en esa sala de espera, se ve la baja estofa del personal: Que si me pagué los trajes con dinero de la farmacia de mi mujer, que si qué tiene que ver que sea el tesorero para pagarme yo mis lujos… etc. Señores, ¡que ejemplo!… y como todo lujo, está demás, es innecesario. La sociedad no se puede permitir estos lujos. Y, para terminar, un ejemplo que va a escocer: Hubo un valiente general en este país, no ha muchos años, al que llamaban “alpargatón”. Estando en su despacho de la Defensa de toda la Nación, recibió la visita de otro general, del aire, quien le contó la anécdota al columnista, su joven médico por aquel entonces. El primero pidió al soldadito que le asistía que trajera dos cafés –solos o con leche-, y cuando los tuvo sobre su mesa, abrió un cajón y sacando un paquete de galletas “maría” le dijo a su amigo y también general: ¿Te apetece una?

Un lujo insostenible

Pascual Falces
Pascual Falces
jueves, 9 de julio de 2009, 01:43 h (CET)
Doña María Moliner, como bien es sabido, natural de Paniza, provincia de Zaragoza (1900-1981) dejó un utilísimo “Diccionario de uso del Español” que ha resultado un inseparable libro de cabecera de cuantos quieran expresarse con propiedad coloquial y académica en la lengua de Cervantes. El libro fue consecuencia de su laboriosidad durante toda una vida modestamente dedicada a la biblioteconomía y lexicografía. Al consultar la voz “lujo”, es rotundamente clara su apreciación: Ostentación de *riqueza: ‘Viven con mucho lujo’. Se aplica a una cosa costosa que se tiene o usa o que se hace con mucho gasto. Se dice mucho en plural: ‘¿Dónde vas con esos lujos? Yo no puedo permitirme esos lujos’.

Resulta difícil saber, por no decir imposible, en qué clase de comportamientos humanos se fijaría Doña María para fijar con tal concisión la ejemplaridad del lujo, y legarla de ese modo a la posterioridad. Fuera cual fuese, resulta algo muy propio de la condición humana, derrochona de por sí. El saber popular tiene ajustada una frase crítica ante tal inclinación que lo pone en evidencia: “Viva el lujo, y quien lo trujo”… Con lo que el “nuevo rico” ,a que suele ir unido, queda bien destapado y señalado como de escasa finura en el sentido de poco elegantes modales. Más, si por un prodigio de longevidad activa, hubiera vivido lúcidamente hasta nuestros días, tal vez, casi todos pensaríamos que quien le había sugerido tal definición, sin duda alguna, era la caterva de políticos que nos rodean por la derecha, por la izquierda y por en medio. Si con la Transición se hubiera sabido que venían incluidos tales especimenes de gobernantes o aspirantes a serlo, tal vez las manos que introdujeron los votos en las urnas, se hubieran retraído en mayor número, por no decir del todo, y adiós democracia, adiós.

El término “ostentación” les va que ni al pelo, y no se diga el de riqueza. ¿Quién ha visto un político pobre?... ni cuando caen en desgracia, o pasan por la cárcel –que de todo ha habido-, o cuando se licencian. También resulta evidente “que se aplica a una cosa costosa que se tiene o que se hace con mucho gasto”. ¿Algún político conduce por sí mismo un modesto vehículo, o se instala en algún despacho de “protección oficial”? Y, finalmente, si se les pudiera interpelar “de tu a tu”, estaría que ni pintado espetarles en plural: ‘¿Dónde vas con esos lujos? Yo no puedo permitírmelos.

Con todo, los que se sirven del partido en el poder, disfrutan del lujo oficial, del que les da el partido más el inherente al cargo de gobierno, ¿lujo al cuadrado?... o, tal vez, solo el doble de lujo, que, tampoco está mal. La cosa tendría su consuelo si en la oposición estuvieran reunidos como mansas ovejitas prestas para el esquilo, o como una turba de corsarios con puñal entre los dientes prestos para asaltar el poder. Pero, ni una cosa ni la otra. Parece, más bien, la sala de espera de un centro de salud esperando que les llamen para ocupar poltronas calentitas y recién abandonadas. ¡Es el juego democrático!... añadirían, y ¡vaya lujo!... diría la gente. Mientras, en esa sala de espera, se ve la baja estofa del personal: Que si me pagué los trajes con dinero de la farmacia de mi mujer, que si qué tiene que ver que sea el tesorero para pagarme yo mis lujos… etc. Señores, ¡que ejemplo!… y como todo lujo, está demás, es innecesario. La sociedad no se puede permitir estos lujos. Y, para terminar, un ejemplo que va a escocer: Hubo un valiente general en este país, no ha muchos años, al que llamaban “alpargatón”. Estando en su despacho de la Defensa de toda la Nación, recibió la visita de otro general, del aire, quien le contó la anécdota al columnista, su joven médico por aquel entonces. El primero pidió al soldadito que le asistía que trajera dos cafés –solos o con leche-, y cuando los tuvo sobre su mesa, abrió un cajón y sacando un paquete de galletas “maría” le dijo a su amigo y también general: ¿Te apetece una?

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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