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Poner por escrito algo sucedido, acordado o pensado con anterioridad, relacionando unas cosas con otras y escribiéndolas con cierta extensión y de manera coherente, supone una de nuestras carencias más notables

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A la vista de la gran afluencia de personas que encontré en la feria del libro este pasado fin de semana, cuesta creer que las humanidades universitarias estén teñidas de rojo como las ciencias domésticas del tapagujeros y los apartadillos para todo. Aunque si nos ponemos a pensar en cómo está el mercado laboral para los titulados en carreras de letras, quizás empecemos a entender tal turbación situacional. ¿Acaso la reflexión, la interpretación, la traducción o la creación de textos no importan en nuestra cultura? Será que estas acciones no interesan por resultar molestas, nocivas, insalubres o peligrosas a quienes manejan los hilos de nuestro mundo pensante. O será que estas acciones no nos seducen por ser aburridas, incomprensibles, rompecabezas o robatiempos. Nos esforzamos en hacer sudar el cuerpo, pero no hacemos lo mismo con el seso. Con el cuerpo lo damos todo, pero a propósito del seso que nos lo den todo hecho pues eso de calentarnos la cabeza francamente lo llevamos mal. Poco o mucho, leemos todos los días, pero ¿y escribir? ¿Redactamos coherentemente y con soltura?

Al mercado provisional de obras encuadernadas instalado en la mayor de las zonas verdes del municipio donde resido me acerqué con el propósito de encontrar un manual sobre aprendizaje y perfeccionamiento de la redacción. En la librería de mi casa, que no es tan copiosa como las de las viñetas de Ros, no encontré nada igual o parecido. Y, sin embargo, debiera estar ahí desde hace mucho tiempo para provecho mío y, también, de mis alumnos. No sé si se han dado cuenta que poner por escrito algo sucedido, acordado o pensado con anterioridad, relacionando unas cosas con otras y escribiéndolas con cierta extensión y de manera coherente, supone una de nuestras carencias más notables. Escribimos mensajes cortos, recados, y gracias. Hemos resucitado el telegrama sin proponérnoslo. ¡Pero caray con el sentido interno y la forma de expresión de ese telegrama! A quien le dé por elaborar un discurso más largo y más cuidado de lo que mandan los cánones de las aplicaciones para dispositivos móviles, le tachan de escribiente testamentario. No se trata de crear un texto imitando a los de los Macabeos, pero por algún sitio se ha de empezar, sea rollito o rollo, según se prefiera. Idear el resumen de un texto dado, cosa que cuesta la vida a más de un estudiante de ESO y Bachillerato, es una actividad muy conveniente para ejercitar el cerebro. Y lo mismo podemos decir por lo que hace a la redacción de un pequeño párrafo exponiendo cómo se siente uno o argumentando qué pensamientos tiene en relación con tal o cual tema. La plasmación de las ideas en un folio o en la pantalla de un ordenador no es tarea fácil, aunque no imposible. Es cuestión de mucha lectura previa y tesón: lectura atendiendo a cómo el autor del texto objeto de trabajo expone y distribuye sus ideas para tomar un modelo de referencia, y tesón en cuanto a perseverancia en la consecución del objetivo sin dejar ni lugar ni momento al ataque de los verdaderos dragones, feroces o no, que nos distraen, llevan y ocupan en menesteres insustanciales para el desarrollo de la persona. Además, algunos estudios científicos informan de las propiedades de la escritura para la salud concluyendo que la redacción eleva la autoestima, alivia la tensión emocional e, incluso, mejora el sistema inmune. Como observarán, los beneficios de la creación escrita casi, casi alcanzan a los del yogur.

Practicar la redacción nos ayuda a comunicarnos mejor, evitando confusiones e incoherencias, y como cualquier habilidad necesita de entrenamiento. Ármense de valor y no desfallezcan, pues la empresa merece la pena. Empiecen con textos caseros o atrévanse con Cervantes si van a por todas. Encuentren tiempo y espacio adecuados para ello, y si es preciso escriban un cuidado mensaje a San Jorge para que se ocupe de los saurios cotidianos que estorban. Entretanto, me esforzaré en encontrar el manual del arte de la redacción para buen fin de mis aplicados estudiantes y sus expedientes vitales.

¡Anímense a redactar!

Poner por escrito algo sucedido, acordado o pensado con anterioridad, relacionando unas cosas con otras y escribiéndolas con cierta extensión y de manera coherente, supone una de nuestras carencias más notables
Emilio Amezcua
lunes, 25 de abril de 2016, 00:30 h (CET)
A la vista de la gran afluencia de personas que encontré en la feria del libro este pasado fin de semana, cuesta creer que las humanidades universitarias estén teñidas de rojo como las ciencias domésticas del tapagujeros y los apartadillos para todo. Aunque si nos ponemos a pensar en cómo está el mercado laboral para los titulados en carreras de letras, quizás empecemos a entender tal turbación situacional. ¿Acaso la reflexión, la interpretación, la traducción o la creación de textos no importan en nuestra cultura? Será que estas acciones no interesan por resultar molestas, nocivas, insalubres o peligrosas a quienes manejan los hilos de nuestro mundo pensante. O será que estas acciones no nos seducen por ser aburridas, incomprensibles, rompecabezas o robatiempos. Nos esforzamos en hacer sudar el cuerpo, pero no hacemos lo mismo con el seso. Con el cuerpo lo damos todo, pero a propósito del seso que nos lo den todo hecho pues eso de calentarnos la cabeza francamente lo llevamos mal. Poco o mucho, leemos todos los días, pero ¿y escribir? ¿Redactamos coherentemente y con soltura?

Al mercado provisional de obras encuadernadas instalado en la mayor de las zonas verdes del municipio donde resido me acerqué con el propósito de encontrar un manual sobre aprendizaje y perfeccionamiento de la redacción. En la librería de mi casa, que no es tan copiosa como las de las viñetas de Ros, no encontré nada igual o parecido. Y, sin embargo, debiera estar ahí desde hace mucho tiempo para provecho mío y, también, de mis alumnos. No sé si se han dado cuenta que poner por escrito algo sucedido, acordado o pensado con anterioridad, relacionando unas cosas con otras y escribiéndolas con cierta extensión y de manera coherente, supone una de nuestras carencias más notables. Escribimos mensajes cortos, recados, y gracias. Hemos resucitado el telegrama sin proponérnoslo. ¡Pero caray con el sentido interno y la forma de expresión de ese telegrama! A quien le dé por elaborar un discurso más largo y más cuidado de lo que mandan los cánones de las aplicaciones para dispositivos móviles, le tachan de escribiente testamentario. No se trata de crear un texto imitando a los de los Macabeos, pero por algún sitio se ha de empezar, sea rollito o rollo, según se prefiera. Idear el resumen de un texto dado, cosa que cuesta la vida a más de un estudiante de ESO y Bachillerato, es una actividad muy conveniente para ejercitar el cerebro. Y lo mismo podemos decir por lo que hace a la redacción de un pequeño párrafo exponiendo cómo se siente uno o argumentando qué pensamientos tiene en relación con tal o cual tema. La plasmación de las ideas en un folio o en la pantalla de un ordenador no es tarea fácil, aunque no imposible. Es cuestión de mucha lectura previa y tesón: lectura atendiendo a cómo el autor del texto objeto de trabajo expone y distribuye sus ideas para tomar un modelo de referencia, y tesón en cuanto a perseverancia en la consecución del objetivo sin dejar ni lugar ni momento al ataque de los verdaderos dragones, feroces o no, que nos distraen, llevan y ocupan en menesteres insustanciales para el desarrollo de la persona. Además, algunos estudios científicos informan de las propiedades de la escritura para la salud concluyendo que la redacción eleva la autoestima, alivia la tensión emocional e, incluso, mejora el sistema inmune. Como observarán, los beneficios de la creación escrita casi, casi alcanzan a los del yogur.

Practicar la redacción nos ayuda a comunicarnos mejor, evitando confusiones e incoherencias, y como cualquier habilidad necesita de entrenamiento. Ármense de valor y no desfallezcan, pues la empresa merece la pena. Empiecen con textos caseros o atrévanse con Cervantes si van a por todas. Encuentren tiempo y espacio adecuados para ello, y si es preciso escriban un cuidado mensaje a San Jorge para que se ocupe de los saurios cotidianos que estorban. Entretanto, me esforzaré en encontrar el manual del arte de la redacción para buen fin de mis aplicados estudiantes y sus expedientes vitales.

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