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La familia Cebolleta y la familia Ulises: una comparación irremediable

Herme Cerezo
Herme Cerezo
sábado, 18 de abril de 2009, 11:13 h (CET)
La colección Clásicos del Humor de RBA sigue su particular (y exitosa) singladura entre los amantes del Cómic. Ahora le ha tocado el turno a todo un clásico - perdonen la redundancia porque todos los de la colección lo son, de ahí su nombre -, con solera contrastada: ‘La familia Cebolleta’, una creación del fallecido dibujante Manuel Vázquez (Madrid, 1930-1995) para la revista ‘DDT’. En sus páginas se concitan los seis miembros de este clan peculiar: Rosendo, el protagonista; Leonor, su esposa; la hija, Pocholita, que desapareció pronto del núcleo familiar; Diógenes, el hijo; el abuelo, sin nombre propio, popularmente conocido como "el abuelo Cebolleta", y el loro Jeremías con ciertos efluvios a profeta bíblico.




Portada del cómic.


A lo largo del tiempo, los roles de los personajes van definiéndose poco a poco hasta quedar nítidamente fijados hacia 1967, uno de los momentos más brillantes de la serie. Rosendo, el padre, oficinista de profesión, sólo vive preocupado por huir del tráfago familiar, leer el periódico, especialmente la sección de deportes, y pagar las facturas domésticas; Leonor, teóricamente, conduce el hogar, pero su verdadera vocación es gastarse los duros que ingresa en casa el cabeza de familia; la hija, Pocholita, es mujer de curvas imponentes y modelitos de diseño, cuyo objetivo principal es maridar con alguien; Diógenes, el hijo, alterna blancos y negros en sus historietas: buenas notas y fracasos escolares, travesuras y bondades; el abuelo Cebolleta, con su sempiterna pierna vendada a causa de una pertinaz gota, vive instalado en el pasado y en perpetua lucha para encontrar algún incauto a quien contar sus batallitas, "y yo con mis cipayos del 7º de Borneo". En realidad, hace lo mismo que centenares de ancianos: buscar comprensión y oídos pacientes; por último, Jeremías, el loro verde (¿borde?) de la familia, además de hablar, piensa, razona, apostilla y fuma puros. Todo un prodigio entre las aves prensoras.

Las aventuras de ‘La familia Cebolleta’ comenzaron a publicarse en la revista ‘DDT’ en 1951. Utilizando casi siempre como base de operaciones el domicilio doméstico o la oficina de Rosendo, los personajes van interrelacionándose en busca del equívoco que desencadene el chasco o la solución final. Manuel Vázquez que, por cierto acostumbraba a firmar en inglés, "© by Vázquez", utilizaba una técnica para el gag muy similar a la de otro ilustre dibujante: Francisco Ibáñez. Incluso, diría que sus dibujos (pajaritas, pantalones, narizotas) recuerdan enormemente a los del autor barcelonés. Con el transcurrir de las historias, Rosendo amelonó su cráneo progresivamente, al tiempo que apepinaba su apéndice nasal, vulgo nariz. Quizá quien más transformaciones físicas sufrió sea Leonor, que fue rubia, morena y nuevamente rubia, mientras su perfil se hinchaba y deshinchaba como si su vida fuera una sucesión de regímenes dietéticos. En algún momento, incluso, llegó a parecerse a una de las Hermanas Gilda.

Al leer el volumen dedicado a los Cebolleta, resulta imposible sustraerse a los recuerdos. Y así llaman a la puerta de la memoria imágenes de otro linaje ilustre en el mundo de la historieta: la familia Ulises, un producto de la competencia revisteril: el TBO. Y es que, si los Cebolleta pueden considerarse como un modelo familiar un tanto anárquico y explosivo, los Higueruelo, representan todo lo contrario. Los Ulises nacieron unos años antes (1944), aunque no se consolidaron como una serie con sede fija (la última página de la revista TBO), hasta el año 1952. Los Higueruelo son el paradigma de la familia "bien" de clase media, con ciertas aspiraciones sociales. Don Ulises también, como Rosendo, trabaja en una oficina, pero tiene la cabeza mejor amueblada y parece desempeñar un puesto laboral de mayor responsabilidad. Viene a ser algo así como el hombre "de confianza" de su jefe. Ulises es persona cabal, de rectos principios, que nunca atravesó por problemas económicos, filántropo – lo que le valió numerosos timos por parte de su amigo, el sablista Fernandino –, siempre preocupado por el bienestar de su familia. Mientras Rosendo Cebolleta vive sumergido en su egoísmo pertinaz, Ulises Higueruelo existe para los demás. Sinforosa, la mujer de Ulises, juega a señora bien, aparente, una mujer de busto y formas trasnochadas, llena de virtudes frente a la derrochadora Leonor Cebolleta. Policarpito y Merceditas, retoños pequeños de los Higueruelo, son pacíficos, nada revoltosos, hasta el extremo que la niña, Merceditas, es casi un bulto trasparente. En este sentido, Diógenes tiene un protagonismo mucho mayor en su familia que sus homónimos de la competencia. Lolín y Pocholita, sin embargo, juegan el mismo rol en sus casas respectivas. Lolín, además, entre otras virtudes exhibe un recato propio del nacionalcatolicismo imperante en la época y aún después. También busca novio y no habrá manera de casarla, ni siquiera con don Paco, hombre entrado en años, poco pelo y pretendiente eterno de su mano todavía núbil. La abuela Filomena equivale al abuelo Cebolleta, aunque es una versión distinta de la ancianidad: pronuncia mal muchas palabras (hay varias interpretaciones sobre este asunto), es sabia en hierbas medicinales y rica en recuerdos de su juventud. Por último, Treski el perro de los Higueruelo, es la antítesis del loro Jeremías. Además de que no habla, resulta bobo y cobarde (en la historieta ‘Ha entrado un ladrón’, mientras la abuela Filomena sacude en la cabeza a un caco con su propia palanqueta, el chucho se limita a ladrar a una prudente distancia).

Aún quedan más puntos de interés en esta comparación, con claro matiz sociológico. Los Higueruelo salen bastante (cine, restaurantes, viajes) por la ciudad y por el campo. Son propietarios de un chalé en San Agapito del Rabanal. Además poseen coche propio, un modelo familiar que irá transformándose a lo largo del tiempo. A los Cebolleta no se les conoce más vivienda que la suya y carecen de vehículo de su propiedad, ni siquiera un modesto utilitario como se les llamaba entonces. Por otro lado, los Cebolleta observan un comportamiento bastante individual, escasamente comunal, mientras que a los Higueruelo resulta frecuente verlos pasear en manada o reunidos en torno al televisor, ese aparato que apareció a finales de los cincuenta en España, del que el fallecido escritor, Luis Carandel, escribió en su libro ‘Las habas contadas’: "Mirar la televisión es como mirar el fuego. Hacer ‘zapping’ es como atizar las brasas para remover el interés de la película".

Resumiendo, que es gerundio: ‘La familia Cebolleta’ es un nuevo tanto que se apunta la editorial RBA en su intento por recuperar la memoria de nuestra infancia a través de los personajes de la extinta escuela Bruguera. Un volumen altamente recomendable, independientemente de la calidad, sin duda mejorable, de la reproducción de alguna de las historietas. Y al artífice de la colección, Antoni Guiral, una vez más gracias por devolvernos aquellos años en que supimos de la existencia de los Cebolleta. Este agradecimiento no es gerundio, pero sí es verdad.

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‘La familia Cebolleta’. Colección Clásicos del Humor. Editorial RBA, abril 2009. Tapa dura, color, bitono y blanco y negro. 9,95 euros.

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