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Ciudadanos, ciudadanas y otras especies

Lo “políticamente correcto” versus la RAE
Luis del Palacio
sábado, 12 de marzo de 2016, 11:19 h (CET)
Don Basilio, en su famosa aria de “El Barbero de Sevilla“, cuenta que “la caluunia è un venticello/ un´auretta assa gentile/ che insensibile, sottile/ leggermente, dolcemente/ incomincia a sussurrar” (La calumnia es un vientecillo/ un aura así, gentil/ que imperceptible, sutil/ ligeramente, dulcemente/ comienza a susurrar) De la misma manera podría afirmarse que la tontería, cuando no se corrige, es un vientecillo que va aumentando y aumentando hasta convertirse en un huracán...cuando no en una sonora ventosidad.

La cosa empezó hace ya muchos años; cuando la progresía consuetudinaria, de pana y canapé, decidió que, para contribuir a la causa de la lucha contra el machismo, había que aburrir al personal con un afectado alargamiento de sus inteligentes discursos, utilizando la forma femenina plural del pronombre indefinido “todo” (=todas) y el femenino de cualquier sustantivo (“ciudadanas”, “diputadas”, “compañeras”, “trabajadoras”, “asalariadas”... y un interminable etcétera)

El fenómeno, como el “venticello” que describe Don Basilio, ha ido a más con el paso del tiempo... y el flujo y reflujo de “las mareas”. Lo que fue leve soplo fue haciéndose corriente cargante, intensificándose por un bobo mimetismo que lo convirtió en icono (uno más) de “lo políticamente correcto”.

El espaldarazo más notorio de la idiotez vino de la mano de una ministra (la de Igualdad, nada menos) de aquel peculiar gobierno que presidió un personaje que hoy se afana en contar nubes a través de las ventanas del Consejo de Estado y que afirmó que “la tierra pertenece al viento” (Cómo no: al viento) El “miembros y miembras” con que Bibiana Aido obsequió los oídos del Parlamento, no fue tomado por muchos como un ejemplo de lo que la incultura emcumbrada a un estrado puede dar de sí, orgullosa de dar una bofetada al diccionario y a la propia etimología de las palabras, sino como una opción, un camino a seguir. Y el viento ha seguido arreciando, encrespando las “olas”, soplando por los agujeros de la flauta (no la de Bartolo, y mucho menos la de Don Basilio) sino en la de aquellos (y aquellas) que se hacen acompañar de un sufrido perrito (perrita o a veces bebé) y van a la deriva en el mar oleaginoso de lo que ellos (y ellas) consideran “ideas”.

Y ese viento que ya exhala los hedores dulzones de las viandas caducadas, ha impregnado el lenguaje no verbal: el de los signos. Y hete aquí que el nuevo Ayuntamiento de Valencia, en un eficacísimo alarde de su lucha contra la discriminación de género, ha decidido instalar por la capital una serie de semáforos en los que la figurita, ora estática y roja, ora andarina y verde, luce una faldita que indica que las mujeres (y se supone que también los escoceses que llevan “kilt”) pueden cruzar por ahí. Admirable y, desde luego, muy necesaria medida para indicar que la falda, como el color rosa, es cosa de mujeres y que los pantalones, como el brandy veterano, lo es de hombres.

Ese ulular incesante del viento de la sandez, que penetra por las rendijas de lo institucional (como decía Rubén Darío: “la multitud, municipal y espesa”) llega hasta los pueblos y aldeas, norte y sur, este y oeste, de lo que ellos mismos llaman “el Estado español”.

En Corvera, Principado de Asturias, los concejales del grupo Somos Corvera han decidido suprimir el uso del masculino y, a partir de ahora, todos sus comunicados, intervenciones en los plenos y actos públicos se harán utilizando exclusivamente el femenino; lo cual es, desde luego, una opción. Pero me pregunto ¿No es acaso más sexista y discriminatoria, precisamente cuando el uso del másculino genérico, según la RAE, no alude a ningún género concreto ya que incumbe a los dos, tratándose de una mera cuestión linguística, mientras el deliberado uso de ese femenino sí pretende excluir?

Y, como dice el personaje de José Mota, “las gallinas que entran por las que salen”:

Existe un proyecto “serio”, encabezado por una comisión o lo que sea de parlamentarios de la cosa podemita, para cambiar el letrero que figura en el frontispicio del edificio de las Cortes. De prosperar ,a “Congreso de los Diputados” le añadirán la coletilla de “y Diputadas”; o bien suprimirán “Diputados”, quedando sólo “Congreso”.

El aria de Don Basilio termina, como no podría ser de otra forma con tantos vientos desatados, en una estruendosa tormenta producida por la calumnia. Algo que por estos lares no deviene en tormenta, sino en tormento chino ante tanta gilipollez.

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