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Cuanto más le vuelven la espalda, más gritan los del PP. Incluso Mariano Rajoy lo viene haciendo ahora

Mayorías y minorías

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Lo dijo Jonathan Sweift hace ya siglos: “La educación es la experiencia de la grandeza”. Solo que ese hermoso principio acabará pudriéndose, al menos entre los españoles. Pues se diría que vivimos en la edad de piedra. O del bronce. Oyendo hablar de recortes y recortes, o cayendo en la trampa de la corrupción. Es el drama que no cesa. Acabarán llenándose las cárceles: entran de 20 en 20, y salen solo uno pocos. No hemos echado las cuentas, pero tenemos bien claro que somos el país más corrupto de Europa. Nada dicen ellos pero todo se sabe. Como sabes que se está produciendo demasiados recortes en la enseñanza, lejos de lo que se está practicando en una parte importante de Europa. Como Finlandia, que pasan, o han pasado, duros años de crisis también, y sin ahí están sus colegios y sus hermosos sistemas.

No es serio que el gobierno solo diga lo que ha hecho bien –con sus errores- durante una legislatura, ni es permisible que el partido entrante se dedique a deshacer lo que con tanto esfuerzo hizo el gobierno anterior. Así nunca llegaremos a ninguna parte. Con semejante forma de funcionar, seremos siempre el furgón de cola de Europa. Ni contra la sociedad, que se supone es veladora de sus propios derechos y deberes; ni recibiendo el premio de la mayoría absoluta. Digo que no hay derecho a eso; que lo que está bien, bien está, venga de la mano del gobierno de turno que venga; pero que se corrijan los errores. Sí. Tan cierto como una sencilla operación matemática, y sabiendo que la verdad solo tiene un camino. Así sí salen las cuentas.

Pero salimos a la calle y solo vemos incomprensión y desapegos. (Hubo algunos pactos entre oposición y gobierno, y eso fue bueno). Y ampararse en este hecho –del todo justo y verdadero- representa una manera de proceder cabal. Pero no hay juego limpio entre los que se autoproclaman salvadores de la patria, en tanto bajan la voz para esconder oscuros asuntos. Terrible. Usan un falso lenguaje según les afecte algo. Y esto ocurre porque falta ética. Y clara honradez. No es presentable un gobierno que da bandazos. Que tira la piedra y esconde la mano. O que nos asusta con sus largos silencios… ¿Será que no saben, o es que acaso no tienen nada que decir? O porque las mayorías absolutas suelen ser siempre aplastantes, y siempre es lo mismo

O se espera y espera, mientras ellos se toman su tiempo, tiempo de encuentros y desencuentros, tirando cada uno de su propia manta. En tanto el pueblo, pese a todo, tiene esperanza. Porque es sabio y sabe que sin esperanza no se puede vivir.

Ahora parecen mansos. Pero cuando gobernaban en mayoría absoluta, el pueblo analizaba, no con concierto estupor, la ley de costas, los recortes en sanidad y enseñanza (las becas, la reducción de profesores…). El paro. Pero ¿cuánto ha costado esa mayoría absoluta, que ahora, probablemente, haya que deshacer? Y ¿hasta dónde han llegado los recortes, en esta fantasmagórica era de los dolientes miniuristas? Es del todo un disparate seguir por esta senda, donde solo hay espinos. El pueblo llano rumia todo esto, en tanto ellos se hallan en una especie de tiempo muerto, a la espera de formar gobierno. Pero el PP se empecina en decir que o ellos o el caos.

Y a lo únicamente conduce todo esto es al hambre. Mientras se queman muchas cosas, y ese fuego que arde con fuerza hay que detenerlo. Hay que pagarlo.

Solo hablamos de corrupción porque es de lo que hay de verdad. Y en abundancia.

Mayorías y minorías

Cuanto más le vuelven la espalda, más gritan los del PP. Incluso Mariano Rajoy lo viene haciendo ahora
Manuel Senra
miércoles, 17 de febrero de 2016, 08:34 h (CET)
Lo dijo Jonathan Sweift hace ya siglos: “La educación es la experiencia de la grandeza”. Solo que ese hermoso principio acabará pudriéndose, al menos entre los españoles. Pues se diría que vivimos en la edad de piedra. O del bronce. Oyendo hablar de recortes y recortes, o cayendo en la trampa de la corrupción. Es el drama que no cesa. Acabarán llenándose las cárceles: entran de 20 en 20, y salen solo uno pocos. No hemos echado las cuentas, pero tenemos bien claro que somos el país más corrupto de Europa. Nada dicen ellos pero todo se sabe. Como sabes que se está produciendo demasiados recortes en la enseñanza, lejos de lo que se está practicando en una parte importante de Europa. Como Finlandia, que pasan, o han pasado, duros años de crisis también, y sin ahí están sus colegios y sus hermosos sistemas.

No es serio que el gobierno solo diga lo que ha hecho bien –con sus errores- durante una legislatura, ni es permisible que el partido entrante se dedique a deshacer lo que con tanto esfuerzo hizo el gobierno anterior. Así nunca llegaremos a ninguna parte. Con semejante forma de funcionar, seremos siempre el furgón de cola de Europa. Ni contra la sociedad, que se supone es veladora de sus propios derechos y deberes; ni recibiendo el premio de la mayoría absoluta. Digo que no hay derecho a eso; que lo que está bien, bien está, venga de la mano del gobierno de turno que venga; pero que se corrijan los errores. Sí. Tan cierto como una sencilla operación matemática, y sabiendo que la verdad solo tiene un camino. Así sí salen las cuentas.

Pero salimos a la calle y solo vemos incomprensión y desapegos. (Hubo algunos pactos entre oposición y gobierno, y eso fue bueno). Y ampararse en este hecho –del todo justo y verdadero- representa una manera de proceder cabal. Pero no hay juego limpio entre los que se autoproclaman salvadores de la patria, en tanto bajan la voz para esconder oscuros asuntos. Terrible. Usan un falso lenguaje según les afecte algo. Y esto ocurre porque falta ética. Y clara honradez. No es presentable un gobierno que da bandazos. Que tira la piedra y esconde la mano. O que nos asusta con sus largos silencios… ¿Será que no saben, o es que acaso no tienen nada que decir? O porque las mayorías absolutas suelen ser siempre aplastantes, y siempre es lo mismo

O se espera y espera, mientras ellos se toman su tiempo, tiempo de encuentros y desencuentros, tirando cada uno de su propia manta. En tanto el pueblo, pese a todo, tiene esperanza. Porque es sabio y sabe que sin esperanza no se puede vivir.

Ahora parecen mansos. Pero cuando gobernaban en mayoría absoluta, el pueblo analizaba, no con concierto estupor, la ley de costas, los recortes en sanidad y enseñanza (las becas, la reducción de profesores…). El paro. Pero ¿cuánto ha costado esa mayoría absoluta, que ahora, probablemente, haya que deshacer? Y ¿hasta dónde han llegado los recortes, en esta fantasmagórica era de los dolientes miniuristas? Es del todo un disparate seguir por esta senda, donde solo hay espinos. El pueblo llano rumia todo esto, en tanto ellos se hallan en una especie de tiempo muerto, a la espera de formar gobierno. Pero el PP se empecina en decir que o ellos o el caos.

Y a lo únicamente conduce todo esto es al hambre. Mientras se queman muchas cosas, y ese fuego que arde con fuerza hay que detenerlo. Hay que pagarlo.

Solo hablamos de corrupción porque es de lo que hay de verdad. Y en abundancia.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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