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‘Órdenes sagradas’ de Benjamín Black

¡Qué difícil es hacer lo que hace Black con sus novelas!
Herme Cerezo
domingo, 7 de febrero de 2016, 09:33 h (CET)
Por ahora Órdenes sagradas’ es la última entrega de la serie policiaca protagonizada por el forense Quirke. Si no es el mejor título, sin duda, es uno de los mejores. Y una vez más, Black (o debería decir Banville) se descuelga con un recital literario de primer orden. En esta ocasión, el forense irlandés se ocupa en investigar el asesinato de un amigo de Phoebe, su hija, llamado Jimmy Minor, al que ya conocíamos de novelas anteriores y cuyo cadáver aparece flotando en las aguas del canal. Esta aparición remueve los cimientos de Quirke hasta el punto de retrotraerle a sus tiempos pasados en el orfanato católico de Carricklea.

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En ‘Órdenes sagradas’ importa poco la investigación policial, aunque el inspector Hackett ande por medio. Es marca de la casa. Mientras leemos la novela es frecuente que olvidemos que el objetivo de muchas novelas policiales es descubrir al culpable y encontrarle una explicación al crimen, para centrarnos en el puro placer de la lectura de esta delicia. Black explora sin omitir detalle, las consecuencias que la muerte de Minor causa en su entorno, en su propia familia. Asistimos al retrato psicológico, no solo de la víctima, de la que se nos revelan detalles desconocidos de su perfil, sino también de sus seres más allegados. Y es ahí donde profundizamos con nuestra mirada, guiados por la mano, segura y engrasada, del narrador de Wexford.

Quirke está cambiando para precipitarse hacia un vacío con poco espacio de maniobra. En ‘Órdenes sagradas’ se muestra como el alcohólico total que es, un personaje que camina, página a página, novela a novela, hacia su propia destrucción. El alcohol, al que de ningún modo puede renunciar, se ha enseñoreado de su persona y únicamente consigue no comenzar a beber cada día demasiado pronto, aunque esto tampoco ocurre siempre. Las alucinaciones comienzan a ser frecuentes en su vida. Phoebe cada vez se muestra más resignada a la degradación de su padre. Lo considera un aspecto más de su personalidad, tan inherente a su modo de ser que probablemente no concebiría a un Quirke demasiado tiempo sobrio. Además, la brusca aparición de la hermana de la víctima, le incitará a internarse por territorios completamente desconocidos para ella hasta entonces.

Dublín continúa siendo el escenario indispensable. Un Dublín lloroso, húmedo gris, quizá un poco más sórdido que en novelas anteriores. Los personajes mueven nuestra mirada a través de los comedores de varios de sus hoteles, estancias a veces un poco lúgubres, por momento cutres y rancias, en las que lo mismo tropezamos con artistas venidas a menos, ligones de nómina o sacerdotes católicos compartiendo whiskies o pintas de cerveza negra. Guinnes, claro.

El desenlace es correcto, sin más. Pero no importa. Sin ser un escritor policial de cuna, en mi opinión Benjamin Black, o John Banville, se ha convertido, desde hace ya mucho tiempo, en la oferta más interesante de novela negra que existe en la actualidad. Black practica una variante del género que no destaca precisamente por lo intrincado de sus argumentos y estructuras policiales, sino por la calidad de su escritura. Leer ‘Órdenes negras’ es un placer de los sentidos, una llamada a la concentración, la consagración de una literatura brillante que, incluso en los momentos tensos, se ve tamizada por el verbo preciso del escritor con seudónimo.

Claro que, bien mirado, la traducción al castellano de estas ‘Órdenes negras’ efectuada por Nuria Barrios, periodista, traductora y escritora, no debe ser ajena a estos piropos. Al menos para el que suscribe, que desconoce la lengua de Shakespeare, así debe ser. A gozarla, mis improbables.

‘Ordenes sagradas’ de Benjamin Black. Penguin Random House Grupo Editorial. Colección Debolsillo. Tapa blanda, 336 páginas; 9.95 euros. Año 2015.

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