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Etiquetas | Entrevista | Pere Cervantes | Escritor | Novela | Balcanes
Entrevista al escritor Pere Cervantes en torno a su nuevo título en el mercado: ‘La espía de cristal’

«Desde hace muchos años, me sentía con la obligación moral de escribir una novela sobre los Balcanes»

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ESPIACRISTALPERECERVANTES

Bal-kan significa miel y sangre en turco. De ahí procede la palabra Balcanes. Y precisamente casi eso, miel y sangre, es lo que vamos a encontrar en la nueva novela de Pere Cervantes, ‘La espía de cristal’ (Destino), en la que el corresponsal de guerra, Manu Pancorbo, alias Panco, acompañado por Olga Balcells, reportera gráfica, regresan al territorio ya conocido de Pristina, para localizar a Taibe Shala, también periodista e intérprete de las Naciones Unidas, una mujer «con el alma helada», que ha desaparecido en 2019. 


Veinte años antes Panco y Taibe habían mantenido una relación imposible que terminó rompiéndose. Corría entonces la posguerra y aquel era un territorio donde resultaba complicado sobrevivir. Ese mismo territorio lo pisó Pere Cervantes como observador de paz de las Naciones Unidas.


Probablemente, Pere ha escrito una novela que ha llevado dentro, agazapada, durante muchos años y que justo ahora, incontenible, ha aflorado a la superficie de la tinta negra sobre el papel blanco, desatando una oleada de recuerdos y sentimientos encontrados. Nuestra conversación tuvo lugar en el hall del Hotel Vincci Lys de València, lugar habitualmente tranquilo, en especial a media tarde. Las paredes grises y los muebles decapados en blanco roto fueron mudos testigos de la entrevista. El piloto rojo de la grabadora, encendido, nos avisó de que podíamos comenzar.


DSC07506

Pere, en las primeras cuatro o cinco páginas de ‘La espía de cristal’ suenan los Balcanes, los Beatles, el Barça, Tintín, la ciudad de Barcelona... ¿Nos encontramos ya contigo nada más empezar?

No, no, para nada… Bueno, algo sí hay. Pero la creación del personaje Manu Pancorbo está hecha a propósito. Yo podía haber construido la historia con un observador de paz policial en lugar de un reportero de guerra, pero precisamente me planteé tomar distancia para narrar. Es Manu Pancorbo quien está enamorado de Tintín, yo tan solo soy un lector suyo. No es una novela autobiográfica, aunque es cierto que muchas experiencias mías se las he pasado a Manu, porque a fin de cuentas nosotros compartíamos mucho tiempo con los reporteros de guerra y lo que yo vi, ellos también lo vieron.


¿Por qué escribir esta historia precisamente ahora?

Llevaba mucho tiempo dentro la idea de escribir una novela sobre los Balcanes. Y no sabía cómo. Pero es algo fácil de explicar. Cuando escribí ‘El chico de las bobinas’, me documenté sobre la posguerra en Barcelona y empecé a descubrir elementos en común entre aquella posguerra y la que yo había vivido en los Balcanes. Entonces me planteé por qué no escribir sobre aquello. Además, habían pasado veinte años, creía que ya había madurado o digerido todo lo que viví y, como escritor, disponía de una cierta seguridad que antes no tenía.


Desde que regresaste, ¿has vuelto a Kosovo alguna vez?

No. Lo intenté a final de 2019, pero hube de posponer el viaje para el año siguiente. Entonces llegó el covid y ya no pude ir. Para escribir la novela me he nutrido de contactos y de gente de allí que conozco y me ha pasado información, fotografías y vídeos de cómo es aquello ahora.


Aunque físicamente no has vuelto, de alguna manera sí lo has hecho. En ‘La espía de cristal’ juegas con dos escenarios. Uno actual y otro situado en 1999. ¿A través de toda la documentación recibida y del propio proceso de escritura has tenido la sensación de despertar temores antiguos?

¡Imagínate! Yo me vuelvo muy obsesivo con las cosas que escribo y me he pasado dos años casi recluido en los Balcanes. Podía haber escogido no documentarme y basarme únicamente en mi experiencia personal. Pero no me fío de mi memoria y de lo que ella haya podido borrar de mis recuerdos. Así que tiré de un compañero que estuvo en Kosovo conmigo, que es un aficionado absoluto a la fotografía y me envió una carpeta repleta de fotos nuestras. Seguí perfiles de Twitter de políticos y periodistas kosovares, bosnios y también información relacionada con esa zona. He leído más de veinticinco libros de documentación, ensayos de Ismail Kadaré y textos de Peter Handke. He intentado acudir a todos los puntos de vista para luego hacer una mezcla con mi propia experiencia.


Me imagino que ese bagaje acumulado que guardabas dentro pesaba lo suyo. En ese sentido ¿estamos ante una novela terapéutica?

Sí, bastante. Era ese peso que llevas sin darte cuenta y no lo digo por quedar bien. Siempre dije que, como escritor, quiero estar comprometido con lo que digo y yo le debía una novela a los Balcanes. A pesar de que en algunos momentos las pasé canutas, los Balcanes me hicieron mejor persona. Yo era un crío de 28 años con trabajo, bien acostumbrado. Vivía en Barcelona y disfrutaba de los fines de semana, con toda esa tontería que llevas dentro. Y, de repente, me encontré ayudando a los demás, a gente realmente necesitada, y sintiéndome bien gracias a lo que hacía allí. Cuando regresé era otro, porque aunque vuelves a hacer cosas parecidas a las de antes, ya no es lo mismo. Yo había aprendido a tomar la temperatura de las cosas. Hoy, abro el grifo de la ducha y, si sale caliente, doy gracias por dos cosas: una, porque sale agua y dos, porque está caliente. En Kosovo pasé tres años sin luz y sin agua intermitentemente y veinte años después aquella gente aún vive así.


Has hablado antes de tu compromiso como escritor. ¿De alguna manera los escritores que han atravesado una experiencia como la tuya, moralmente están obligados a escribir sobre ello o solo se trata de una opción personal?

Verdaderamente, esta novela la tenía pensada como un ejercicio de compromiso literario. Al principio, pensaba que todo el mundo estaba al corriente de lo que allí sucedía, pero cómo iban a ser conocedores de lo que pasaba si dependemos de lo que la prensa publica y también del hecho de que nuestro propio interés, conforme avanza el conflicto, va decayendo.


En tus primeras novelas, ‘No nos dejan ser niños’ o ‘La mirada de Chapman’, me comentabas que no querías encasillarte dentro del género negro, que lo tuyo era otra cosa. Y, poco a poco, novela a novela, lo estás logrando.

¿Tú crees? Pienso que con ‘El chico de las bobinas’ y con ‘Tres minutos de color’ ya empecé a ser un autor difícil de etiquetar. ‘Tres minutos de color’ tiene dos partes: la primera es negra, pero la segunda no sabemos qué es. ¿Género fantástico? Tal vez, puede ser. Y ‘El chico de las bobinas’ se catalogó de thriller histórico, cosa que acepto, pero también puede ser otra cosa. Según la promoción de la editorial, ‘La espía de cristal’ se considera como una «novela de amor, espionaje y guerra». Sin embargo, tiene destellos de género negro y también de espionaje.


Por lo tanto, ¿nunca más veremos a Roberto Rial y María Médem, protagonistas de tus novelas policiales iniciales?

Lo de nunca más ya sabes cómo va, pero yo diría que no. Roberto Rial y María Médem representan un tipo de novela que, ahora mismo, no me apetece escribir.


Hemingway, Kapuściński, Pérez-Reverte, Javier Reverte, tú ahora y muchos otros, ya existe una nutrida nómina de periodistas y autores que escriben sobre conflictos bélicos. Parece que el género se renueva y está vivo.

Javier Reverte escribió un libro titulado ‘La noche detenida’, que ganó un Premio Primavera. En él habla de Bosnia y de su estancia allí y me parece magistral. ‘Territorio comanche’ o mi libro favorito de ‘Pérez-Reverte, ‘El pintor de batallas’ o ‘El día que murió Kapuściński’ de Ramón Lobo son obras que no pertenecen a ningún género. Son narrativa que bebe de muchas fuentes, libros de entretenimiento y emoción, artefactos literarios que funcionan muy bien. Adscribir un libro o no a un género determinado, creo que obedece a esa manía que tenemos todos de ponerle etiquetas a las cosas.


O sea que para ti lo que más importa es la hibridación.

Sí, es fundamental, la hago sin querer. Me alimento de los distintos libros que leo cada semana y no me paro a ver si es novela negra, histórica o narrativa sin más.


Has escogido la tercera persona para narrar, ¿fue por el mismo motivo que creaste el personaje de Panco? ¿La primera te hubiera resultado difícil de soportar?

Sí. Para escribir en primera persona hay que tener una maestría brutal. Hay quien escribe en primera y te habla del mundo, pero es tan fácil caer en hablar de uno mismo. Me gusta que las personas que me conocen, cuando me leen, se pregunten qué habrá vivido Pere de todo lo que cuenta, pero que no lo sepan a ciencia cierta.


Las personas hacen cosas que no imaginan en una guerra. Taibe Shala quería ser periodista y se ve trabajando como espía kosovar. ¿En una guerra cada uno hace lo que puede y, al final, lo único que importa es la supervivencia?

Esta mujer, como se dice al principio, tenía el sueño de ser periodista, pero su propósito se vio quebrado al ser violada por los paramilitares serbios. A partir de ahí su objetivo no es tanto ser periodista como sobrevivir al shock postraumático que arrastra. La historia del libro es el peso de la guerra sobre una víctima directa del conflicto. Cuando estaba en los Balcanes, yo era un ingenuo y me tomaba cafés con cualquier tipo, que luego resultaba ser otra cosa. Durante un tiempo Kosovo fue una Casablanca del año 1999 y no es una casualidad que cuente el caldo de cultivo para espías que había allí. Necesitaba hacerlo. Y me costó escribir sobre espionaje, porque no me apetecía, no es mi género predilecto. Me documenté con libros de John le Carré, Charles Cumming y Frederick Forsyth y he de reconocer que disfruté leyéndolos.


En esa Casablanca que acabas de citar, también estaban los periodistas, que informaban y sobrevivían. ¿Los corresponsales viven su propia guerra?

Ellos tienen una visión distinta de la vida y acaban alcanzando una visión pesimista del ser humano, porque van de conflicto en conflicto sin solución de continuidad. La idea de un reportero de guerra o de un fotógrafo, como el personaje de Olga Balcells en la novela, es conseguir una foto que detenga la guerra. Cada foto que no consigue parar la guerra, por mucho premio Pulitzer que tenga, es un fracaso. Ese fracaso lo digieren como pueden y cada vez que regresan de una guerra sin haberla detenido, supone otra frustración más. Al final, ellos mismos se sienten fracasados, terminan extrapolando esa sensación al ser humano en general y adquieren un carácter cínico, pesimista. Digo esta gente, pero yo también estoy ahí [sonrisa].


Entonces, ¿un periodista bélico necesita que, cuando acaba un conflicto, empiece otro al que acudir para informar?

Creo que más que necesitarlo, en cada conflicto nuevo ellos ven la posibilidad de detener otra guerra y piensan «¡Vamos, que a la siguiente sí lo lograremos!» Sin embargo, luego ven que no. Fíjate si yo mismo fui ingenuo que, cuando regresé de Kosovo, pensé que había sido testigo de la última guerra en Europa.


Hablemos un poco de la mujer desaparecida, Taibe Shala.

Desde la Primera Guerra Mundial los Balcanes son un territorio hostil, a causa del fracaso de la convivencia multicultural. Ellos tienen un carácter duro, propio de supervivientes. Sin embargo, Taibe es una mujer quebrada, rota por dentro. En un momento de ‘La espía de cristal’, al ver que Pancorbo se ha enamorado de ella, le dice «detente aquí, soy una mujer con el alma helada». Taibe Shala por dentro es frágil, pero no quiere aparentarlo. Debe asumir la dureza o frialdad que se le exige a un espía al mismo tiempo que ha de convivir con su fragilidad de estar a punto de convertirse en cristal por dentro y quebrarse, por la violación sufrida. De ahí procede precisamente el título de la novela.


Coméntame esta frase: “El lugar donde se muere dice más de nosotros que el lugar en el que nacemos”.

Totalmente. Llega un momento en que los reporteros de guerra como Panco no pertenecen a ningún sitio, son «nowhere man», como la canción de los Beatles, que viene a colación de la novela. Desvirtúan la palabra hogar, porque en el hogar tampoco se sienten cómodos. No se adaptan a la vida normal. Porque ¿qué es una vida normal? ¿Que en un sitio no haya wifi? Ellos vienen de estar en modo de supervivencia máxima y, de repente, se encuentran en medio de discusiones tontas o dándole protagonismo a un político o a un «instagrammer».


Al regresar, los reporteros no deben tener un concepto demasiado bueno sobre los políticos que han provocado una guerra, ¿no?

Los que hemos estado allí tenemos la idea de que los políticos son mediocres y fracasados, porque no hay que olvidar que una guerra representa un fracaso de los líderes políticos. Ahora el culpable de lo que pasa en Ucrania no es solo Putin. La Guerra del Donbass lleva ocho años y Europa ha estado todo ese tiempo sin hacer nada, pensando que no se produciría un nuevo enfrentamiento. Cuando estalló este conflicto solo habían transcurrido doce años desde la Guerra de los Balcanes y, ni siquiera así, fueron capaces de pararlo. En el caso de Milosevic, él no era militar, era un político y por su nacionalismo exacerbado y su idea de exterminar la etnia albanesa hizo estallar por los aires a todo el país.


¿La comisaría que aparece en ‘La espía de cristal’, la «Station Three», tiene muchos puntos en común con una comisaría convencional?

Admito que esa fue mi comisaría. Estaba en el Norte de la ciudad, construida con barracones, dentro de una zona rural, rodeada de cementerios improvisados, porque era necesario encontrar un lugar donde enterrar a tantos muertos como había. Cuando llegamos allí, la primera orden que nos dieron fue eliminar las armas de la calle. Tú parabas un coche y te encontrabas con tres Kaláshnikoven el interior del maletero. No estábamos por tonterías. En las guerras no hay de nada y en las posguerras nada funciona.


¿Crees que el lector que se adentre en tu novela será el mismo al acabar su lectura?

Espero que no. Si no es así, asumo el fracaso.


Te traslado esta misma pregunta a ti: ¿es el mismo Pere Cervantes quien empezó a escribir la novela y quien la ha acabado?

No, tampoco yo soy el mismo.


¿En qué sentido?

He aprendido a entender cosas que di por hechas, a eliminar prejuicios que en su día tuve sobre un albanokosovar o un serbio, creyéndome yo el personal internacional, pensando que no nos miraban, porque era español, cuando no nos estábamos enterando de que hablábamos con una persona que había vivido una guerra o una mujer que había sido violada delante de su hijo. Esa prepotencia arrogante de quien ni siquiera imagina el mal, con el tiempo me hizo avergonzarme. En ese sentido, esta novela es una expiación.


Y ahora ¿qué viene?

Ya estoy trabajando en otra cosa que como siempre trato de que no se parezca en nada a mis anteriores libros. Es un riesgo más para poner inquietos a mis editores.


Cuando Pere Cervantes ya no es más que una imagen perdida en el tiempo de la última semana, cuando el calor aprieta en València y mientras cierro la transcripción de la entrevista, hago sonar ‘Nowhere man’ del álbum ‘Rubber Soul’ de los Beatles:


He's a real nowhere man

Sitting in his nowhere land

Making all his nowhere plans for nobody

Doesn't have a point of view

Knows not where he's going to

Luego desconecto el portátil.

«Desde hace muchos años, me sentía con la obligación moral de escribir una novela sobre los Balcanes»

Entrevista al escritor Pere Cervantes en torno a su nuevo título en el mercado: ‘La espía de cristal’
Herme Cerezo
lunes, 13 de junio de 2022, 09:58 h (CET)

ESPIACRISTALPERECERVANTES

Bal-kan significa miel y sangre en turco. De ahí procede la palabra Balcanes. Y precisamente casi eso, miel y sangre, es lo que vamos a encontrar en la nueva novela de Pere Cervantes, ‘La espía de cristal’ (Destino), en la que el corresponsal de guerra, Manu Pancorbo, alias Panco, acompañado por Olga Balcells, reportera gráfica, regresan al territorio ya conocido de Pristina, para localizar a Taibe Shala, también periodista e intérprete de las Naciones Unidas, una mujer «con el alma helada», que ha desaparecido en 2019. 


Veinte años antes Panco y Taibe habían mantenido una relación imposible que terminó rompiéndose. Corría entonces la posguerra y aquel era un territorio donde resultaba complicado sobrevivir. Ese mismo territorio lo pisó Pere Cervantes como observador de paz de las Naciones Unidas.


Probablemente, Pere ha escrito una novela que ha llevado dentro, agazapada, durante muchos años y que justo ahora, incontenible, ha aflorado a la superficie de la tinta negra sobre el papel blanco, desatando una oleada de recuerdos y sentimientos encontrados. Nuestra conversación tuvo lugar en el hall del Hotel Vincci Lys de València, lugar habitualmente tranquilo, en especial a media tarde. Las paredes grises y los muebles decapados en blanco roto fueron mudos testigos de la entrevista. El piloto rojo de la grabadora, encendido, nos avisó de que podíamos comenzar.


DSC07506

Pere, en las primeras cuatro o cinco páginas de ‘La espía de cristal’ suenan los Balcanes, los Beatles, el Barça, Tintín, la ciudad de Barcelona... ¿Nos encontramos ya contigo nada más empezar?

No, no, para nada… Bueno, algo sí hay. Pero la creación del personaje Manu Pancorbo está hecha a propósito. Yo podía haber construido la historia con un observador de paz policial en lugar de un reportero de guerra, pero precisamente me planteé tomar distancia para narrar. Es Manu Pancorbo quien está enamorado de Tintín, yo tan solo soy un lector suyo. No es una novela autobiográfica, aunque es cierto que muchas experiencias mías se las he pasado a Manu, porque a fin de cuentas nosotros compartíamos mucho tiempo con los reporteros de guerra y lo que yo vi, ellos también lo vieron.


¿Por qué escribir esta historia precisamente ahora?

Llevaba mucho tiempo dentro la idea de escribir una novela sobre los Balcanes. Y no sabía cómo. Pero es algo fácil de explicar. Cuando escribí ‘El chico de las bobinas’, me documenté sobre la posguerra en Barcelona y empecé a descubrir elementos en común entre aquella posguerra y la que yo había vivido en los Balcanes. Entonces me planteé por qué no escribir sobre aquello. Además, habían pasado veinte años, creía que ya había madurado o digerido todo lo que viví y, como escritor, disponía de una cierta seguridad que antes no tenía.


Desde que regresaste, ¿has vuelto a Kosovo alguna vez?

No. Lo intenté a final de 2019, pero hube de posponer el viaje para el año siguiente. Entonces llegó el covid y ya no pude ir. Para escribir la novela me he nutrido de contactos y de gente de allí que conozco y me ha pasado información, fotografías y vídeos de cómo es aquello ahora.


Aunque físicamente no has vuelto, de alguna manera sí lo has hecho. En ‘La espía de cristal’ juegas con dos escenarios. Uno actual y otro situado en 1999. ¿A través de toda la documentación recibida y del propio proceso de escritura has tenido la sensación de despertar temores antiguos?

¡Imagínate! Yo me vuelvo muy obsesivo con las cosas que escribo y me he pasado dos años casi recluido en los Balcanes. Podía haber escogido no documentarme y basarme únicamente en mi experiencia personal. Pero no me fío de mi memoria y de lo que ella haya podido borrar de mis recuerdos. Así que tiré de un compañero que estuvo en Kosovo conmigo, que es un aficionado absoluto a la fotografía y me envió una carpeta repleta de fotos nuestras. Seguí perfiles de Twitter de políticos y periodistas kosovares, bosnios y también información relacionada con esa zona. He leído más de veinticinco libros de documentación, ensayos de Ismail Kadaré y textos de Peter Handke. He intentado acudir a todos los puntos de vista para luego hacer una mezcla con mi propia experiencia.


Me imagino que ese bagaje acumulado que guardabas dentro pesaba lo suyo. En ese sentido ¿estamos ante una novela terapéutica?

Sí, bastante. Era ese peso que llevas sin darte cuenta y no lo digo por quedar bien. Siempre dije que, como escritor, quiero estar comprometido con lo que digo y yo le debía una novela a los Balcanes. A pesar de que en algunos momentos las pasé canutas, los Balcanes me hicieron mejor persona. Yo era un crío de 28 años con trabajo, bien acostumbrado. Vivía en Barcelona y disfrutaba de los fines de semana, con toda esa tontería que llevas dentro. Y, de repente, me encontré ayudando a los demás, a gente realmente necesitada, y sintiéndome bien gracias a lo que hacía allí. Cuando regresé era otro, porque aunque vuelves a hacer cosas parecidas a las de antes, ya no es lo mismo. Yo había aprendido a tomar la temperatura de las cosas. Hoy, abro el grifo de la ducha y, si sale caliente, doy gracias por dos cosas: una, porque sale agua y dos, porque está caliente. En Kosovo pasé tres años sin luz y sin agua intermitentemente y veinte años después aquella gente aún vive así.


Has hablado antes de tu compromiso como escritor. ¿De alguna manera los escritores que han atravesado una experiencia como la tuya, moralmente están obligados a escribir sobre ello o solo se trata de una opción personal?

Verdaderamente, esta novela la tenía pensada como un ejercicio de compromiso literario. Al principio, pensaba que todo el mundo estaba al corriente de lo que allí sucedía, pero cómo iban a ser conocedores de lo que pasaba si dependemos de lo que la prensa publica y también del hecho de que nuestro propio interés, conforme avanza el conflicto, va decayendo.


En tus primeras novelas, ‘No nos dejan ser niños’ o ‘La mirada de Chapman’, me comentabas que no querías encasillarte dentro del género negro, que lo tuyo era otra cosa. Y, poco a poco, novela a novela, lo estás logrando.

¿Tú crees? Pienso que con ‘El chico de las bobinas’ y con ‘Tres minutos de color’ ya empecé a ser un autor difícil de etiquetar. ‘Tres minutos de color’ tiene dos partes: la primera es negra, pero la segunda no sabemos qué es. ¿Género fantástico? Tal vez, puede ser. Y ‘El chico de las bobinas’ se catalogó de thriller histórico, cosa que acepto, pero también puede ser otra cosa. Según la promoción de la editorial, ‘La espía de cristal’ se considera como una «novela de amor, espionaje y guerra». Sin embargo, tiene destellos de género negro y también de espionaje.


Por lo tanto, ¿nunca más veremos a Roberto Rial y María Médem, protagonistas de tus novelas policiales iniciales?

Lo de nunca más ya sabes cómo va, pero yo diría que no. Roberto Rial y María Médem representan un tipo de novela que, ahora mismo, no me apetece escribir.


Hemingway, Kapuściński, Pérez-Reverte, Javier Reverte, tú ahora y muchos otros, ya existe una nutrida nómina de periodistas y autores que escriben sobre conflictos bélicos. Parece que el género se renueva y está vivo.

Javier Reverte escribió un libro titulado ‘La noche detenida’, que ganó un Premio Primavera. En él habla de Bosnia y de su estancia allí y me parece magistral. ‘Territorio comanche’ o mi libro favorito de ‘Pérez-Reverte, ‘El pintor de batallas’ o ‘El día que murió Kapuściński’ de Ramón Lobo son obras que no pertenecen a ningún género. Son narrativa que bebe de muchas fuentes, libros de entretenimiento y emoción, artefactos literarios que funcionan muy bien. Adscribir un libro o no a un género determinado, creo que obedece a esa manía que tenemos todos de ponerle etiquetas a las cosas.


O sea que para ti lo que más importa es la hibridación.

Sí, es fundamental, la hago sin querer. Me alimento de los distintos libros que leo cada semana y no me paro a ver si es novela negra, histórica o narrativa sin más.


Has escogido la tercera persona para narrar, ¿fue por el mismo motivo que creaste el personaje de Panco? ¿La primera te hubiera resultado difícil de soportar?

Sí. Para escribir en primera persona hay que tener una maestría brutal. Hay quien escribe en primera y te habla del mundo, pero es tan fácil caer en hablar de uno mismo. Me gusta que las personas que me conocen, cuando me leen, se pregunten qué habrá vivido Pere de todo lo que cuenta, pero que no lo sepan a ciencia cierta.


Las personas hacen cosas que no imaginan en una guerra. Taibe Shala quería ser periodista y se ve trabajando como espía kosovar. ¿En una guerra cada uno hace lo que puede y, al final, lo único que importa es la supervivencia?

Esta mujer, como se dice al principio, tenía el sueño de ser periodista, pero su propósito se vio quebrado al ser violada por los paramilitares serbios. A partir de ahí su objetivo no es tanto ser periodista como sobrevivir al shock postraumático que arrastra. La historia del libro es el peso de la guerra sobre una víctima directa del conflicto. Cuando estaba en los Balcanes, yo era un ingenuo y me tomaba cafés con cualquier tipo, que luego resultaba ser otra cosa. Durante un tiempo Kosovo fue una Casablanca del año 1999 y no es una casualidad que cuente el caldo de cultivo para espías que había allí. Necesitaba hacerlo. Y me costó escribir sobre espionaje, porque no me apetecía, no es mi género predilecto. Me documenté con libros de John le Carré, Charles Cumming y Frederick Forsyth y he de reconocer que disfruté leyéndolos.


En esa Casablanca que acabas de citar, también estaban los periodistas, que informaban y sobrevivían. ¿Los corresponsales viven su propia guerra?

Ellos tienen una visión distinta de la vida y acaban alcanzando una visión pesimista del ser humano, porque van de conflicto en conflicto sin solución de continuidad. La idea de un reportero de guerra o de un fotógrafo, como el personaje de Olga Balcells en la novela, es conseguir una foto que detenga la guerra. Cada foto que no consigue parar la guerra, por mucho premio Pulitzer que tenga, es un fracaso. Ese fracaso lo digieren como pueden y cada vez que regresan de una guerra sin haberla detenido, supone otra frustración más. Al final, ellos mismos se sienten fracasados, terminan extrapolando esa sensación al ser humano en general y adquieren un carácter cínico, pesimista. Digo esta gente, pero yo también estoy ahí [sonrisa].


Entonces, ¿un periodista bélico necesita que, cuando acaba un conflicto, empiece otro al que acudir para informar?

Creo que más que necesitarlo, en cada conflicto nuevo ellos ven la posibilidad de detener otra guerra y piensan «¡Vamos, que a la siguiente sí lo lograremos!» Sin embargo, luego ven que no. Fíjate si yo mismo fui ingenuo que, cuando regresé de Kosovo, pensé que había sido testigo de la última guerra en Europa.


Hablemos un poco de la mujer desaparecida, Taibe Shala.

Desde la Primera Guerra Mundial los Balcanes son un territorio hostil, a causa del fracaso de la convivencia multicultural. Ellos tienen un carácter duro, propio de supervivientes. Sin embargo, Taibe es una mujer quebrada, rota por dentro. En un momento de ‘La espía de cristal’, al ver que Pancorbo se ha enamorado de ella, le dice «detente aquí, soy una mujer con el alma helada». Taibe Shala por dentro es frágil, pero no quiere aparentarlo. Debe asumir la dureza o frialdad que se le exige a un espía al mismo tiempo que ha de convivir con su fragilidad de estar a punto de convertirse en cristal por dentro y quebrarse, por la violación sufrida. De ahí procede precisamente el título de la novela.


Coméntame esta frase: “El lugar donde se muere dice más de nosotros que el lugar en el que nacemos”.

Totalmente. Llega un momento en que los reporteros de guerra como Panco no pertenecen a ningún sitio, son «nowhere man», como la canción de los Beatles, que viene a colación de la novela. Desvirtúan la palabra hogar, porque en el hogar tampoco se sienten cómodos. No se adaptan a la vida normal. Porque ¿qué es una vida normal? ¿Que en un sitio no haya wifi? Ellos vienen de estar en modo de supervivencia máxima y, de repente, se encuentran en medio de discusiones tontas o dándole protagonismo a un político o a un «instagrammer».


Al regresar, los reporteros no deben tener un concepto demasiado bueno sobre los políticos que han provocado una guerra, ¿no?

Los que hemos estado allí tenemos la idea de que los políticos son mediocres y fracasados, porque no hay que olvidar que una guerra representa un fracaso de los líderes políticos. Ahora el culpable de lo que pasa en Ucrania no es solo Putin. La Guerra del Donbass lleva ocho años y Europa ha estado todo ese tiempo sin hacer nada, pensando que no se produciría un nuevo enfrentamiento. Cuando estalló este conflicto solo habían transcurrido doce años desde la Guerra de los Balcanes y, ni siquiera así, fueron capaces de pararlo. En el caso de Milosevic, él no era militar, era un político y por su nacionalismo exacerbado y su idea de exterminar la etnia albanesa hizo estallar por los aires a todo el país.


¿La comisaría que aparece en ‘La espía de cristal’, la «Station Three», tiene muchos puntos en común con una comisaría convencional?

Admito que esa fue mi comisaría. Estaba en el Norte de la ciudad, construida con barracones, dentro de una zona rural, rodeada de cementerios improvisados, porque era necesario encontrar un lugar donde enterrar a tantos muertos como había. Cuando llegamos allí, la primera orden que nos dieron fue eliminar las armas de la calle. Tú parabas un coche y te encontrabas con tres Kaláshnikoven el interior del maletero. No estábamos por tonterías. En las guerras no hay de nada y en las posguerras nada funciona.


¿Crees que el lector que se adentre en tu novela será el mismo al acabar su lectura?

Espero que no. Si no es así, asumo el fracaso.


Te traslado esta misma pregunta a ti: ¿es el mismo Pere Cervantes quien empezó a escribir la novela y quien la ha acabado?

No, tampoco yo soy el mismo.


¿En qué sentido?

He aprendido a entender cosas que di por hechas, a eliminar prejuicios que en su día tuve sobre un albanokosovar o un serbio, creyéndome yo el personal internacional, pensando que no nos miraban, porque era español, cuando no nos estábamos enterando de que hablábamos con una persona que había vivido una guerra o una mujer que había sido violada delante de su hijo. Esa prepotencia arrogante de quien ni siquiera imagina el mal, con el tiempo me hizo avergonzarme. En ese sentido, esta novela es una expiación.


Y ahora ¿qué viene?

Ya estoy trabajando en otra cosa que como siempre trato de que no se parezca en nada a mis anteriores libros. Es un riesgo más para poner inquietos a mis editores.


Cuando Pere Cervantes ya no es más que una imagen perdida en el tiempo de la última semana, cuando el calor aprieta en València y mientras cierro la transcripción de la entrevista, hago sonar ‘Nowhere man’ del álbum ‘Rubber Soul’ de los Beatles:


He's a real nowhere man

Sitting in his nowhere land

Making all his nowhere plans for nobody

Doesn't have a point of view

Knows not where he's going to

Luego desconecto el portátil.

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