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Chatarra del cielo y chatarra terrorista que caen sobre la sociedad, ¿Hay salvación para la humanidad?

Ríe y el mundo reirá contigo¸ llora y el mundo, dándote la espalda, te dejará llorar” Charles Chaplin
Miguel Massanet
lunes, 16 de noviembre de 2015, 06:44 h (CET)
Hace apenas unos días, en la región de Murcia, se descubrieron, en un corto intervalo de tiempo, dos objetos extraños que habían caído desde las alturas en las que orbitaban sobre la Tierra que, si bien, no causaron daños a las personas ni a los bienes pero que, si no ocurrió así, fue sencillamente porque el Destino o Dios, no quisieron que así fuera. Después, nos hemos enterado de que, sobre nuestras cabezas, orbitando a una altura aproximada de 27.000 km/h, giran alrededor de 170 millones de fragmentos, la mayoría de pequeño tamaño, que acompañan a otros de mayor volumen, unos 20.000, que forman entre todos lo que se conoce como “basura espacial”, consistente en el cúmulo de los restos de los 5.000 (4.500 toneladas de material) lanzamientos que han tenido lugar, desde que la carrera espacial se inició.

Los sabios que entienden de estos temas dicen que, la mayoría de los restos que caen (porque caer si que caen), al entrar en la atmósfera quedan fulminados y desaparecen, pero algunos de mayor tamaño pueden atravesarla y caen sobre la superficie de la tierra. Los de la oficina del Programa de Basura Espacial de la Nasa, insisten en que “las posibilidades de que, uno de los 7.000 millones de habitantes del planeta, reciba el impacto de uno de estos pedazos de basura es de 1 entre 3.200”. Se extienden en comparaciones con otros fenómenos meteorológicos, en un intento de tranquilizarnos y evitar que, cada vez que miremos al cielo, estemos pensando que uno de estos pedazos de chatarra del basurero espacial pudiera caernos encima, destrozándonos.

En todo caso, el hecho de que hayamos sido capaces de ensuciar una parte cercana de nuestro cielo con un cinturón de residuos metálicos, algunos probablemente radioactivos, que no sólo amenazan a los 1.000 satélites que siguen en activo, orbitando a nuestro planeta, cumpliendo con su misión; sino que también nos pudieran caer encima, como ha ocurrido con la basura que aterrizó en Murcia; no nos parece tranquilizante en absoluto, si pensamos que, una cosa son las estadísticas y el hecho relevante de que los rayos también matan a personas y que las posibilidades sean millones de veces superiores a que tengamos un accidente de coche; porque lo evidente es que una cosa no evita la otra y, sin duda, aumenta las posibilidades de que, uno de estos fatales acontecimientos, pudiera acabar por sucedernos.

Sin embargo, y en esto podríamos estar de acuerdo, lo que sí es evidente es el hecho de que los humanos, los que formamos parte de este colectivo de los 7.000 millones de personas que formamos los habitantes del planeta; cada día que pasa, en lugar de avanzar en mejorar nuestras relaciones, en limar las asperezas que no separan, en eliminar los odios, los recelos, las rencillas entre familias o ciudadanías, que se han enquistado a través de generaciones, perdurando por encima de toda lógica, sentido común o el mismo paso del tiempo, que dicen que todo lo cura; aprendiendo a solucionar nuestras diferencias mediante el diálogo y la comprensión; hemos ido en el sentido contrario, que nos ha llevado a acrecentar nuestro egoísmo, ensanchar el espacio que nos separa de los demás, aferrarnos al relativismo que ha invadido nuestra sociedad y acrecentar nuestras discrepancias, enroñar nuestra capacidad de llegar a acuerdos pacíficamente y apelar a la violencia, las guerras, el terrorismo, el sadismo y la tortura como instrumentos para conseguir aquello que satisfaga nuestro afán insaciable de poder y riqueza, aunque, para ello, se deba de recurrir incluso al asesinato, la sojuzgación o la destrucción de nuestro potencial adversario.

Estos días hemos contemplado, con terror, como en nuestra nación vecina, en París, unos descerebrados han conseguido crear el caos, asesinado a mansalva, antes de poder ser neutralizados, a inocentes ciudadanos que se creían seguros en los lugares en los que, desafortunadamente, se hallaban ubicados en el ejercicio de su legítimo derecho al ocio o al cumplimiento de sus deberes. Lo peor de estos sucesos es que era previsible que sucedieran, que ya se tenía constancia de que se estaban preparando y que, desde quienes ostentan el caudillaje de estos grupos de salvajes terroristas, ya se había anunciado que, estos criminales atentados, iban a tener lugar. Es evidente que no existe policía ni servicios de inteligencia capaces de poder vigilar lo que cada uno de los habitantes de una gran urbe, como es París, pueda estar maquinando.

Tampoco se puede culpar a un gobierno de no tener previstos, en todos los lugares del país, unos equipos de investigaciones que tengan vigilados a todos los sospechosos que, sin pruebas para poder acusarlos de terrorismo, sin embargo, se los tiene vigilados y fichados como presuntos autores de hechos terroristas. Sin embargo, no podemos dejar de achacarles, a los gobiernos europeos, el haberse dejado llevar por determinados condicionamientos de tipo político, de un cierto temor a emprender unas acciones con las que, alguna parte de la ciudadanía, quizá no estuvieran muy de acuerdo y que, en este sentido, pudieran salir perjudicados en cuanto a sus futuras perspectivas electorales.

Parece que ha existido el acuerdo tácito, entre la mayoría de dirigentes de los países europeos, la misma OTAN y entre los militares estadounidenses, sobre la circunstancia de que, en la batalla contra el EI o Daesh, es imposible conseguir el objetivo de acabar de una vez con su resistencia y conseguir la victoria total sobre ellos, sin la concurrencia en el campo de hostilidades de fuerzas terrestres, fuertemente pertrechadas, que puedan perseguirlos con eficacia por entre las fortificaciones y escondrijos de los que se valen para eludir, en lo posible, los bombardeos de las fuerzas aéreas de la coalición que viene acosándolos desde hace meses. En los puntos en los que han sufrido más pérdidas y pierden terreno son, precisamente, aquellos en los que intervienen los rusos como avanzadilla del ejército de Bashar El Asad, que ha sido potentemente reforzado por armamento ruso y, con toda seguridad, contando con instructores y técnicos rusos que les ayudan a emplearlos con efectividad.

Puede que el portaviones Charles Degaulle, que parece que ha partido de su base naval rumbo a Oriente Medio, sea el primer indicio de que el gobierno francés, por fin, está decidido a actuar con más intensidad en la batalla contra el EI y, el envío de semejante refuerzo a la zona de las hostilidades, quizá tenga mucho que ver con las palabras del presidente Hollande cuando habló de ser implacable contra los responsables de los atentados de París. Lo cierto es que, como reconocen todos los mandatarios europeos, hoy en día, no existe ninguna nación en Europa que se pueda considerar libre del peligro de que, dentro de ella, no se produzca algo semejante a lo que, por dos veces, ya ha sucedido en Francia. Uno piensa que, visto lo visto, el hecho de permanecer estáticos intentando no enemistarse más con el yihadismo, buscando que nos perdonen nuestros “pecados” en contra del estado islámico y pensando que, con esta actitud de sumisión, vamos a conseguir librarnos de futuros ataques parecidos al de París, no tiene sentido alguno y lo único que propicia es que cada vez se muestren más envalentonados, sabiendo que nos tienen aterrados esperando encogidos que nos vuelvan a golpear. La hora de despertar y tomar al toro por los cuernos parece que no puede dilatarse más y, si es preciso enviar tropas de a pie al lugar de la batalla, pues que se haga sin más dilación ni temores.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, es evidente que, si ya se ha permitido que, a través de los cientos y miles de emigrantes de Siria e Irak, se hayan colado yihadistas dispuestos a llevar a cabo atentados suicidas; no queda otra cosa que hacer que poner en marcha una fase nueva en la que, la campaña de las naciones aliadas, de un paso adelante implicándose, con fuerzas terrestres, en la guerra que tiene lugar en Siria e Irak. Lo otro sería como darles alas a quienes basan su estrategia en atemorizar a sus enemigos mediante actos de terrorismo.

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