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Emili Avilés

Aburguesamiento pos-transición e inercias ideológicas

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Hablábamos “ayer” de lo importante que es llenar la convivencia de conversación y de comprensión, con la alegría de compartir esfuerzos por el bien común, con la sincera tolerancia de quien tiene principios claros, con el respeto que evita prejuicios y falsedades.

La verdad es que algunos que mandan mucho, ¿jaleados por la ignorancia?, nos lo ponen difícil. Cómo es posible llegar a consensos justos y buenos si quien tiene la sartén por el mango, gobernantes y jerarcas diversos, resulta que no ven –¿qué ha de pasar para que lo puedan ver?- la gravedad de los acontecimientos. Los datos objetivos que nos llegan, a pesar de los “maquillajes mediáticos”, son corroborados en esta “vuelta al cole” que todos hacemos. ¿O es que, en realidad, los que no notan la crisis, como dijo el Sr. Zapatero, son precisamente quienes han de poner soluciones?

Sin ir más lejos, asusta pensar que algunos quieran reformar en algunos puntos la Constitución, para que todos pasemos obligatoriamente por el tubo ideológico de los de su cuerda. ¿Estamos en un país libre o no? ¿No ha habido una buena transición? Pues qué es eso con que nos van bombardeando de que sólo hay una manera fetén de hacer política, o que para ser tolerantes-dialogantes haya que renegar de los propios principios y apuntarse a cualquier moda, o que estén por encima los intereses partidistas que el bien común de todos los ciudadanos.

Pero, ¿es posible que no se enteren? No les arriendo la ganancia. La responsabilidad de quien manda en un país es administrar lo mejor posible todos los medios disponibles para favorecer a todos, no para destruir-desunir-confundir-despreciar a la otra mitad de la sociedad. Es evidente que ni mucho menos estamos en mejor situación que en la anterior legislatura. Y ante eso, el mero voluntarismo, las negociaciones a oscuras, el consenso falaz, a corto plazo y para dejar limpias las propias imágenes de los políticos, no sirven. Sería una opción que mezclaría todo, priorizando lo secundario, marcando hojas de ruta con objetivos cambiantes y confusos, legislando sin ton ni son, pactando y firmando presupuestos a vuelapluma y “como sea”. De cuyo cumplimiento, por cierto, los primeros responsables difícilmente rendirían cuentas en el Parlamento.

Pues esa será la prueba del algodón. ¿Cuántas explicaciones claras, y directas, y sinceras tendremos del Sr. Zapatero? Esperemos que todas las necesarias y con la correspondiente autocrítica que reconozca los errores y muestre intenciones. Y el Sr. Rajoy, ¿usará sólo de su proverbial retranca para ser alternativa creíble? ¿O brindará soluciones realistas y que vayan a la raíz de los problemas, aunque en un principio tengan mala prensa? ¿Quién va a ayudarnos a erradicar el individualismo, que pretende convencernos de que podemos desentendernos de los demás? ¿Quién va a apostar por la creación de empleo de calidad y por la formación integral de niños y jóvenes, propia de un país moderno, lejos del adoctrinamiento -moral de Estado- obligatorio en las escuelas? ¿Quién nos animará a todos a una solidaridad que evite sentimentalismos infecundos y transforme, de verdad, las situaciones más injustas y desiguales? ¿Quién nos unirá a todos los ciudadanos de este país, motivando el respeto por nuestros derechos y deberes?

Si queremos, lo podemos hacer bien. Seamos sinceros con nosotros mismos. Recomencemos. Para eso, también será adecuado querer aprender de otros países que ya son una democracia avanzada. En ellos, la alternancia política es de lo más normal y, sin dramatismos, se castiga en las urnas al político que muestra doblez y engaño en el cumplimiento de sus programas o que no trabaje por el bien común, pues nadie nace con un carnet de partido en el ombligo. Y por esos democráticos lares, la corrupción o la poca finura en la división del poder legislativo, ejecutivo y judicial, provoca sanciones públicas para así evitar las corruptelas que tal vez surjan con facilidad.

Con este esfuerzo podremos vivir en un país donde los medios de comunicación luchen de verdad por ser independientes; donde los impuestos nos se gasten en financiar televisión-basura; donde la sociedad civil sea respetada y tenida en cuenta; donde las oportunidades para los más desfavorecidos sean mayores y la familia sea honrada y valorada como clave para cualquier buen desarrollo sostenible.

¿Difícil? Sí. Pero posible. Sólo depende de que no nos dejemos llevar por esa especie de aburguesamiento pos-transición, o por inercias ideológicas de piñón fijo, que nos impiden ver lo que importa, con una perspectiva amplia y verdadera.

Aburguesamiento pos-transición e inercias ideológicas

Emili Avilés
Emili Avilés
miércoles, 3 de septiembre de 2008, 10:07 h (CET)
Hablábamos “ayer” de lo importante que es llenar la convivencia de conversación y de comprensión, con la alegría de compartir esfuerzos por el bien común, con la sincera tolerancia de quien tiene principios claros, con el respeto que evita prejuicios y falsedades.

La verdad es que algunos que mandan mucho, ¿jaleados por la ignorancia?, nos lo ponen difícil. Cómo es posible llegar a consensos justos y buenos si quien tiene la sartén por el mango, gobernantes y jerarcas diversos, resulta que no ven –¿qué ha de pasar para que lo puedan ver?- la gravedad de los acontecimientos. Los datos objetivos que nos llegan, a pesar de los “maquillajes mediáticos”, son corroborados en esta “vuelta al cole” que todos hacemos. ¿O es que, en realidad, los que no notan la crisis, como dijo el Sr. Zapatero, son precisamente quienes han de poner soluciones?

Sin ir más lejos, asusta pensar que algunos quieran reformar en algunos puntos la Constitución, para que todos pasemos obligatoriamente por el tubo ideológico de los de su cuerda. ¿Estamos en un país libre o no? ¿No ha habido una buena transición? Pues qué es eso con que nos van bombardeando de que sólo hay una manera fetén de hacer política, o que para ser tolerantes-dialogantes haya que renegar de los propios principios y apuntarse a cualquier moda, o que estén por encima los intereses partidistas que el bien común de todos los ciudadanos.

Pero, ¿es posible que no se enteren? No les arriendo la ganancia. La responsabilidad de quien manda en un país es administrar lo mejor posible todos los medios disponibles para favorecer a todos, no para destruir-desunir-confundir-despreciar a la otra mitad de la sociedad. Es evidente que ni mucho menos estamos en mejor situación que en la anterior legislatura. Y ante eso, el mero voluntarismo, las negociaciones a oscuras, el consenso falaz, a corto plazo y para dejar limpias las propias imágenes de los políticos, no sirven. Sería una opción que mezclaría todo, priorizando lo secundario, marcando hojas de ruta con objetivos cambiantes y confusos, legislando sin ton ni son, pactando y firmando presupuestos a vuelapluma y “como sea”. De cuyo cumplimiento, por cierto, los primeros responsables difícilmente rendirían cuentas en el Parlamento.

Pues esa será la prueba del algodón. ¿Cuántas explicaciones claras, y directas, y sinceras tendremos del Sr. Zapatero? Esperemos que todas las necesarias y con la correspondiente autocrítica que reconozca los errores y muestre intenciones. Y el Sr. Rajoy, ¿usará sólo de su proverbial retranca para ser alternativa creíble? ¿O brindará soluciones realistas y que vayan a la raíz de los problemas, aunque en un principio tengan mala prensa? ¿Quién va a ayudarnos a erradicar el individualismo, que pretende convencernos de que podemos desentendernos de los demás? ¿Quién va a apostar por la creación de empleo de calidad y por la formación integral de niños y jóvenes, propia de un país moderno, lejos del adoctrinamiento -moral de Estado- obligatorio en las escuelas? ¿Quién nos animará a todos a una solidaridad que evite sentimentalismos infecundos y transforme, de verdad, las situaciones más injustas y desiguales? ¿Quién nos unirá a todos los ciudadanos de este país, motivando el respeto por nuestros derechos y deberes?

Si queremos, lo podemos hacer bien. Seamos sinceros con nosotros mismos. Recomencemos. Para eso, también será adecuado querer aprender de otros países que ya son una democracia avanzada. En ellos, la alternancia política es de lo más normal y, sin dramatismos, se castiga en las urnas al político que muestra doblez y engaño en el cumplimiento de sus programas o que no trabaje por el bien común, pues nadie nace con un carnet de partido en el ombligo. Y por esos democráticos lares, la corrupción o la poca finura en la división del poder legislativo, ejecutivo y judicial, provoca sanciones públicas para así evitar las corruptelas que tal vez surjan con facilidad.

Con este esfuerzo podremos vivir en un país donde los medios de comunicación luchen de verdad por ser independientes; donde los impuestos nos se gasten en financiar televisión-basura; donde la sociedad civil sea respetada y tenida en cuenta; donde las oportunidades para los más desfavorecidos sean mayores y la familia sea honrada y valorada como clave para cualquier buen desarrollo sostenible.

¿Difícil? Sí. Pero posible. Sólo depende de que no nos dejemos llevar por esa especie de aburguesamiento pos-transición, o por inercias ideológicas de piñón fijo, que nos impiden ver lo que importa, con una perspectiva amplia y verdadera.

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