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Emili Avilés

Rebeldía y consuelo

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“Necesitamos de los demás -nos dice en “Los cuatro amores” C.S. Lewis, el genio inglés autor de los cuentos de Narnia-, los necesitamos física, afectiva e intelectualmente; los necesitamos para cualquier cosa que queramos conocer, incluso a nosotros mismos”. En estos días de intenso e íntimo dolor no es fácil administrar la comprensión y el consuelo que necesitamos dar y recibir. El trágico accidente del aeropuerto de Barajas ha sido un mazazo que nos provoca una tremenda rebeldía.

Sufrimos y no nos conformamos ante la muerte de estas 153 personas, y por los heridos gravísimos, y por los familiares afectados. Algo más habrá que hacer. Pero no llamo a aquella rebeldía de Albert Camús, ayuna de humanidad. No nos anclemos en aquel “ser para la muerte” de Heidegger. Tampoco huyamos aterrados de la realidad.

Los familiares de las víctimas y los supervivientes necesitan ahora sentirse muy queridos, en las diferentes fases que van a pasar. Pero también después, en sus hogares, cuando estén lejos cámaras y noticiarios. Afrontemos el dolor, apoyémonos mutuamente en el dolor, fortalezcámonos juntos en el dolor. Es la mayor muestra de aprecio, el mayor consuelo.

Para ello, superemos la idea de que somos sólo individuos, superemos la estrechez del yo, quebradizo y egoísta. Seamos más persona. Construyamos familias y sociedades fuertes, formadas para la adversidad. Es en ellas en las que nos manifestamos con total humanidad, como autodonación libre que se concreta en la entrega a los demás, cimiento de un entramado civil sólido y de futuro.

Así, en estos momentos dramáticos, y en otros que podamos sufrir, la sociedad entera y los poderes públicos, han de proteger a los más desfavorecidos. El Estado ha de poner toda su energía al servicio de los derechos de todos. Y el derecho a la vida ha de ser exquisitamente salvaguardado. Siempre con los medios humanos y técnicos que, en la medida de lo posible, eviten tragedias –grandes o pequeñas- y accidentes terroríficos como el del pasado día 20 de agosto en Madrid.

Ejemplar ha sido la actuación de la fuerzas y cuerpos de seguridad y de los servicios médicos y asistenciales. Pidamos a los gobernantes transparencia y sacrificio. La prioridad son las personas. Que mucho afinen los políticos en el servicio a los ciudadanos; que nos defiendan del inhumano torbellino del reduccionismo economicista que invade nuestra sociedad.

Un medio podría ser desenmascarar el engañoso ideal absoluto de la vida cómoda, llena de placeres materiales, conformista, ajena al bien común. Que no regresemos a la “ilustrada” idea de que el progreso material es el fin último de la humanidad. Luchemos por conocer en profundidad nuestra propia naturaleza, afrontemos con magnanimidad serena la existencia. Tengamos presente que el hombre no sólo es parte de un todo.

Ahora nos urge solidaridad -se está dando a manos llenas-, comprensión, respeto hacia las víctimas y sus familiares. Y, además, facilitar la apertura a lo infinito, superar los límites de la razón. Tener en cuenta, sin complejos, ese deseo del alma humana que no se satisface con nada finito. Compartamos, pues, en estas tristes horas, una esperanzada rebeldía llena de inmortalidad.

Rebeldía y consuelo

Emili Avilés
Emili Avilés
lunes, 25 de agosto de 2008, 13:49 h (CET)
“Necesitamos de los demás -nos dice en “Los cuatro amores” C.S. Lewis, el genio inglés autor de los cuentos de Narnia-, los necesitamos física, afectiva e intelectualmente; los necesitamos para cualquier cosa que queramos conocer, incluso a nosotros mismos”. En estos días de intenso e íntimo dolor no es fácil administrar la comprensión y el consuelo que necesitamos dar y recibir. El trágico accidente del aeropuerto de Barajas ha sido un mazazo que nos provoca una tremenda rebeldía.

Sufrimos y no nos conformamos ante la muerte de estas 153 personas, y por los heridos gravísimos, y por los familiares afectados. Algo más habrá que hacer. Pero no llamo a aquella rebeldía de Albert Camús, ayuna de humanidad. No nos anclemos en aquel “ser para la muerte” de Heidegger. Tampoco huyamos aterrados de la realidad.

Los familiares de las víctimas y los supervivientes necesitan ahora sentirse muy queridos, en las diferentes fases que van a pasar. Pero también después, en sus hogares, cuando estén lejos cámaras y noticiarios. Afrontemos el dolor, apoyémonos mutuamente en el dolor, fortalezcámonos juntos en el dolor. Es la mayor muestra de aprecio, el mayor consuelo.

Para ello, superemos la idea de que somos sólo individuos, superemos la estrechez del yo, quebradizo y egoísta. Seamos más persona. Construyamos familias y sociedades fuertes, formadas para la adversidad. Es en ellas en las que nos manifestamos con total humanidad, como autodonación libre que se concreta en la entrega a los demás, cimiento de un entramado civil sólido y de futuro.

Así, en estos momentos dramáticos, y en otros que podamos sufrir, la sociedad entera y los poderes públicos, han de proteger a los más desfavorecidos. El Estado ha de poner toda su energía al servicio de los derechos de todos. Y el derecho a la vida ha de ser exquisitamente salvaguardado. Siempre con los medios humanos y técnicos que, en la medida de lo posible, eviten tragedias –grandes o pequeñas- y accidentes terroríficos como el del pasado día 20 de agosto en Madrid.

Ejemplar ha sido la actuación de la fuerzas y cuerpos de seguridad y de los servicios médicos y asistenciales. Pidamos a los gobernantes transparencia y sacrificio. La prioridad son las personas. Que mucho afinen los políticos en el servicio a los ciudadanos; que nos defiendan del inhumano torbellino del reduccionismo economicista que invade nuestra sociedad.

Un medio podría ser desenmascarar el engañoso ideal absoluto de la vida cómoda, llena de placeres materiales, conformista, ajena al bien común. Que no regresemos a la “ilustrada” idea de que el progreso material es el fin último de la humanidad. Luchemos por conocer en profundidad nuestra propia naturaleza, afrontemos con magnanimidad serena la existencia. Tengamos presente que el hombre no sólo es parte de un todo.

Ahora nos urge solidaridad -se está dando a manos llenas-, comprensión, respeto hacia las víctimas y sus familiares. Y, además, facilitar la apertura a lo infinito, superar los límites de la razón. Tener en cuenta, sin complejos, ese deseo del alma humana que no se satisface con nada finito. Compartamos, pues, en estas tristes horas, una esperanzada rebeldía llena de inmortalidad.

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