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Etiquetas | Presos de la libertad

Delincuentes en la calle, inocentes en la cárcel

Eduardo Cassano
Eduardo Cassano
jueves, 31 de julio de 2008, 21:30 h (CET)
No voy a descubrir nada nuevo si digo que la Justicia española es una auténtica chapuza. Y sino que se lo pregunten a Rafael Ricardi, el hombre que ahora ha salido de la cárcel después de pasar 13 años por una violación que nunca cometió. El ADN ha hecho justicia, pero lo más grave es que ya en el año 2000 le exculpaba un informe del Instituto Nacional de Toxicología (INT) y no ha sido hasta ahora que ha sido puesto en libertad.

Dice que nadie le ha pedido perdón por los 13 años de cárcel que ha tenido que cumplir injustamente. Ahora, mientras todavía espera la libertad total, reclamaba una indemnización –que debería ser millonaria y que pagaremos todos- para poder rehacer su vida. No hay que olvidar que al tratarse de un delito de violación y haber cumplido condena por ello, siempre habrá alguna persona que le señale con el dedo o rechace ofrecerle un puesto de trabajo para ganarse la vida y volver a empezar.

Así es nuestra Justicia y así es nuestra sociedad. Mientras Santiago del Valle, pederasta reincidente y asesino, paseaba tranquilamente por la calle pese a tener condenas pendientes por abusar de su hija y agredir a otra menor, antes de asesinar a Mari Luz, en la cárcel de Topas (Salamanca), Rafael Ricardi cumplía condena por un delito que no cometió. Así de injusta es la vida para algunos.

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Suecia ha sido históricamente un ejemplo de bienestar social con una red de protección estatal admirada globalmente. Esta solidez ha contribuido a niveles de vida envidiables, y a una confianza ciudadana notable en sus instituciones. Sin embargo, en los últimos años, esta misma estructura ha empezado a mostrar fisuras.

Vivimos un tiempo en el que la inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo vertiginoso. Cada nueva versión sorprende por su capacidad de procesar datos, imitar el lenguaje e incluso acercarse a formas de expresión que parecían, hasta hace poco, exclusivamente humanas. Sin embargo, la cuestión de fondo no es tanto preguntarnos hasta dónde llegará la IA, sino dónde quedamos nosotros como seres humanos.

La mente guarda algunos recuerdos como si fueran heridas sin cicatrizar. A veces vuelven, una y otra vez, con la fuerza de lo que creemos no haber resuelto: la culpa, el dolor, los reproches. Y sentimos que seguimos viviendo ese momento, y nos quedamos anclados en un pasado que ya no existe. Pero un recuerdo no es más que eso: un pensamiento que aparece en la mente. No es realidad, porque no está ocurriendo aquí y ahora.

 
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