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Las verdades ocultas en las tradiciones

Venancio Rodríguez Sanz
Lectores
martes, 1 de febrero de 2022, 09:08 h (CET)

Si Jesús sanó a un paralítico y resucitó a Lázaro dando una orden, ¿por qué eligió hacer lodo con su saliva para dar la vista a un ciego de nacimiento? El Mesías escogió escupir con el fin de mandar un mensaje de gran importancia acerca de su ascendencia. Era concebible en los tiempos antiguos que un hombre tuviera varios hijos con distintas esposas. De vez en cuando un hijo reclamaba y ponía en duda quien era el heredero. 


Una razón para disputar la demanda era la ilegitimidad. La tradición judía enseña que en casos de disputa con respecto a la herencia, Dios tenía una prueba que revelaba quien era el heredero legal. La gente de la época era consciente de esta tradición de Israel, la cual decía que la saliva de un primogénito legítimo tenía características curativas contra las lesiones y las enfermedades. 


Una vez que la saliva del hijo en disputa ungía el miembro afectado, la sanidad se esperaba que tuviera lugar. Si legalmente él no era el primogénito, la saliva no tenía ningún efecto. Por otra parte, Celso y Galeno, reunieron muchos casos del uso de la saliva en el tratamiento de forúnculos, dolores, llagas, mordeduras de serpientes, epilepsia y enfermedades oculares.  


También Plinio Prioreschi informa en Historia de la medicina: medicina romana, página 728, que el dios le dijo a Vespasiano que escupiera en los ojos de un ciego, que de ese modo se curaría. Cuando leí en la Biblia el pasaje del ciego, lo encontré sucio y contradictorio. Ahora comprendo que no he de hacer juicios precipitados, sino dejarlo en cuarentena hasta encontrar su significado.

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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