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La otra Navidad

Eduardo Cassano
Eduardo Cassano
viernes, 28 de diciembre de 2007, 02:53 h (CET)
Los días navideños no son felices para todo el mundo, a pesar de las luces que adornan las calles y la aparente felicidad de los transeúntes. Según los médicos de familia, en estas fechas aumentan las depresiones y crece el riesgo de suicidios entre las personas que viven solas o han perdido recientemente a un familiar.

La Navidad es para los niños, por eso los padres empiezan cada año más pronto las compras, y son ellos los que abarrotan las calles más comerciales para buscar el regalo más moderno y caro, pero escaso en valores. Pero, ¿qué valores puede aprender un niño sentado en una mesa de mayores discutiendo? Porque, al fin y al cabo, la tradición de juntar a toda la familia en Nochebuena es, en muchas casas, el combate definitivo para el que se entrenan durante todo el año viviendo día a día la telebasura.

Hay otra Navidad más triste, como la suerte de la camarera gallega que tenía un décimo premiado del Gordo, y alguien se lo robó mientras lo estaba celebrando. O la de esas dos mujeres de Médicos sin Fronteras, que han sido secuestradas en Somalia. Además, cómo no, la de todas las personas mayores que pasan en la soledad de una residencia –los que tienen suerte y dinero- o todos esos niños pobres, enfermos o abandonados, que todo el mundo recuerda cada mes de diciembre y durante el resto del año parece que no existen.

Por suerte ya quedan pocos días para terminar el año y, una vez pasen los Reyes, para que todas esas personas que se dejan llevar por estas fechas vuelvan a ser normales. A viajar en el metro con la cara triste, discutir con los compañeros de trabajo o protestar las injusticias del mundo desde la barra de un bar.

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Vivimos un tiempo en el que la inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo vertiginoso. Cada nueva versión sorprende por su capacidad de procesar datos, imitar el lenguaje e incluso acercarse a formas de expresión que parecían, hasta hace poco, exclusivamente humanas. Sin embargo, la cuestión de fondo no es tanto preguntarnos hasta dónde llegará la IA, sino dónde quedamos nosotros como seres humanos.

La mente guarda algunos recuerdos como si fueran heridas sin cicatrizar. A veces vuelven, una y otra vez, con la fuerza de lo que creemos no haber resuelto: la culpa, el dolor, los reproches. Y sentimos que seguimos viviendo ese momento, y nos quedamos anclados en un pasado que ya no existe. Pero un recuerdo no es más que eso: un pensamiento que aparece en la mente. No es realidad, porque no está ocurriendo aquí y ahora.

 
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