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Desde que me quedé solo decreció mi optimismo. (Riego malvones a la madrugada. Volveré al lecho. Hasta que aburrido me dejaré caer, y lograré así reaccionar, sobreponerme y encarar el día, si no laborable para mí, que eso nunca, al menos...) Los que ya no están, con cariño y con resignación, me instaban a la diurna vigilia.
¿Han contemplado a pájaros muriendo?... Yo los he contemplado. Corbatitas, jilgueros, chingolos..., despidiéndose a través de sonidos broncos y aislados, o de un piar chillón y sostenido.
Ya no me afeito ni me peino, no recito églogas en el salón principal ni ensayo formas de saludo frente al gran espejo del vestíbulo. No hay artilugio ni práctica conspicua que pudiera adquirir o conservar. Duermo ahora con los pies envueltos en una bufanda y bebo el té amargo, sin limón ni coñac. Claro está, no espero ser visitado ni socorrido, aun en circunstancias extremas. Desde que me quedé solo, soy, a simple vista, un hombre infeliz.
La poesía del maestro Enrique González Arias nos demuestra no solo su calidad humana, también la belleza con la que, desde hace mucho tiempo ha venido fraguando su obra literaria. Misma que el autor la cincela con los martillos de la vida, la existencia y la contemplación de lo inefable.
No soy un poeta al uso, ni he presumido de serlo; hubiera sido un abuso afirmarlo y sostenerlo como haría un ser obtuso.
Nos encontramos una tarde de este extinto mes de marzo con el polifacético José Antonio García Palazón para hablar sobre su trayectoria literaria, instándolo a que nos enterara de cuáles son sus referentes y premisas así como de sus próximos proyectos. Personaje excéntrico y heterodoxo donde los haya nos obsequió un agradable rato de conversación.
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