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​Líneas de fuerza de obras de culto, ficciones en diálogo pero únicas cada una a su manera. She dies tomorrow tiene la valentía de buscar en lo extraño de lo íntimo, lo verdadero de lo universal

CRÓNICA IV: She Dies Tomorrow

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Probablemente no haría falta sacar a colación Upstream color (Shane Carruth) para hablar de She dies tomorrow, la película que Amy Seimetz ha presentado en esta edición del Festival de Sitges (Premio del jurado joven), una propuesta mesmerizante con un influjo de terror existencial hibridado con comedia de baja intensidad que seduce por su capacidad de poner imagen, gestos y sonidos a las abstracciones escurridizas que adopta en nosotros el miedo a la muerte. Sin embargo, para los que descubrimos a Amy Seimetz antes que como directora, como actriz protagonista de ese artefacto fílmico de la ciencia ficción más experimental, perturbadora y fascinante a partes iguales, que Shane Carruth presentaba hace unos años en este mismo festival, resulta casi inevitable establecer un diálogo entre ambas películas. Mas, cuando, fuera de las pantallas, la separación de la entonces pareja sentimental formada por Seimetz y Carruth, parece tan llena odios y ansiedades.

Si en Upstream color era el jugo de un gusano el agente capaz de propagar la locura —que podía ser utilizada por terceros para dominar al sujeto emponzoñado—, en She dies tomorrow es, en cierta manera, el relato de la angustia el que desencadena su propagación. La protagonista (Kate Lyn Sheil), convencida de que morirá mañana, lo cuenta a una amiga, quien, poco después, está segura de que mañana también será su último día. Y así la "maldición" va pasando de una persona a la siguiente. Hay algo de aquel Fallen que protagonizaba Denzel Washington a finales de los noventa, en la que el mal o el diablo o el monstruo, llámesele como se quiera, saltaba de un cuerpo al siguiente a través del contacto físico. Algo también de película de infecciones, brujerías o posesiones, tan hábil es el lugar narrativo que transita She dies tomorrow, con una trama mínima y un uso máximo de los recursos sensoriales de lo cinematográfico, que sus lecturas taxonómicas son múltiples, jugando dentro y fuera de los géneros al mismo tiempo, centrándose en la histeria íntima de los terrores y riéndose de sí misma en su investigación emocional del desgarro.

El film de Seimetz brilla en su forma narrativa de retratar unas coordenadas de desamparo vital, y es tanto en el contenido como en la manera, en donde se producen territorios de concomitancia con el cine de Sharruth, entre otros. Pocas palabras y grandes elipsis; una mezcla entre hieratismo y vesania en las actuaciones que crea un triple efecto de distanciamiento, misterio y fascinación; la presencia del loop como expresión de la confusión emocional de los personajes; la oposición radical entre escenarios de colores neutros con estallidos de colores saturados que trabajan en lo visual la idea del delirio confrontada a la sensación de vacío.

Líneas de fuerza de obras de culto, ficciones en diálogo pero únicas cada una a su manera. She dies tomorrow tiene la valentía de buscar en lo extraño de lo íntimo, lo verdadero de lo universal. En el inicio del film, acompañamos a la protagonista en su cúmulo de acciones en la soledad de una casa, mientras parece buscar un continuo éxtasis frente a la muerte y solo encuentra fracaso, incluso ridículo. Algo de lo que ya hablaba Lars Von Trier en el final de Melancolía, cuando Kirsten Dunst repudiaba la idea de un apocalipsis vino en mano, elegancia existencial incluida, reclamando su derecho al miedo devastador en el último momento.

En ese sentido, She dies tomorrow es la confrontación de los miedos profundos y la transmisión de su idea no solo de la protagonista a los otros personajes, sino de la autora a los espectadores. Porque el cine trata un poco de eso: de contagiar a otros emociones e ideas, que, con suerte, no solo perturban e incomodan, también remueven y despiertan, por lo menos, en este caso, la escritura de una crónica sobre el film y su temática: un discurso sobre la muerte que trata de poner sobre la mesa —con paranoia y cierto humor—, un tema convertido en tabú o incluso en estigma (a través de la enfermedad). Ahora, en plena pandemia, ¿hemos aprendido a dialogar con la muerte de una manera nueva y menos histérica o huimos, por el contrario, de ella, en una huida hacia adelante más desaforada que nunca? 

CRÓNICA IV: She Dies Tomorrow

​Líneas de fuerza de obras de culto, ficciones en diálogo pero únicas cada una a su manera. She dies tomorrow tiene la valentía de buscar en lo extraño de lo íntimo, lo verdadero de lo universal
Ana Rodríguez
lunes, 19 de octubre de 2020, 10:37 h (CET)

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Probablemente no haría falta sacar a colación Upstream color (Shane Carruth) para hablar de She dies tomorrow, la película que Amy Seimetz ha presentado en esta edición del Festival de Sitges (Premio del jurado joven), una propuesta mesmerizante con un influjo de terror existencial hibridado con comedia de baja intensidad que seduce por su capacidad de poner imagen, gestos y sonidos a las abstracciones escurridizas que adopta en nosotros el miedo a la muerte. Sin embargo, para los que descubrimos a Amy Seimetz antes que como directora, como actriz protagonista de ese artefacto fílmico de la ciencia ficción más experimental, perturbadora y fascinante a partes iguales, que Shane Carruth presentaba hace unos años en este mismo festival, resulta casi inevitable establecer un diálogo entre ambas películas. Mas, cuando, fuera de las pantallas, la separación de la entonces pareja sentimental formada por Seimetz y Carruth, parece tan llena odios y ansiedades.

Si en Upstream color era el jugo de un gusano el agente capaz de propagar la locura —que podía ser utilizada por terceros para dominar al sujeto emponzoñado—, en She dies tomorrow es, en cierta manera, el relato de la angustia el que desencadena su propagación. La protagonista (Kate Lyn Sheil), convencida de que morirá mañana, lo cuenta a una amiga, quien, poco después, está segura de que mañana también será su último día. Y así la "maldición" va pasando de una persona a la siguiente. Hay algo de aquel Fallen que protagonizaba Denzel Washington a finales de los noventa, en la que el mal o el diablo o el monstruo, llámesele como se quiera, saltaba de un cuerpo al siguiente a través del contacto físico. Algo también de película de infecciones, brujerías o posesiones, tan hábil es el lugar narrativo que transita She dies tomorrow, con una trama mínima y un uso máximo de los recursos sensoriales de lo cinematográfico, que sus lecturas taxonómicas son múltiples, jugando dentro y fuera de los géneros al mismo tiempo, centrándose en la histeria íntima de los terrores y riéndose de sí misma en su investigación emocional del desgarro.

El film de Seimetz brilla en su forma narrativa de retratar unas coordenadas de desamparo vital, y es tanto en el contenido como en la manera, en donde se producen territorios de concomitancia con el cine de Sharruth, entre otros. Pocas palabras y grandes elipsis; una mezcla entre hieratismo y vesania en las actuaciones que crea un triple efecto de distanciamiento, misterio y fascinación; la presencia del loop como expresión de la confusión emocional de los personajes; la oposición radical entre escenarios de colores neutros con estallidos de colores saturados que trabajan en lo visual la idea del delirio confrontada a la sensación de vacío.

Líneas de fuerza de obras de culto, ficciones en diálogo pero únicas cada una a su manera. She dies tomorrow tiene la valentía de buscar en lo extraño de lo íntimo, lo verdadero de lo universal. En el inicio del film, acompañamos a la protagonista en su cúmulo de acciones en la soledad de una casa, mientras parece buscar un continuo éxtasis frente a la muerte y solo encuentra fracaso, incluso ridículo. Algo de lo que ya hablaba Lars Von Trier en el final de Melancolía, cuando Kirsten Dunst repudiaba la idea de un apocalipsis vino en mano, elegancia existencial incluida, reclamando su derecho al miedo devastador en el último momento.

En ese sentido, She dies tomorrow es la confrontación de los miedos profundos y la transmisión de su idea no solo de la protagonista a los otros personajes, sino de la autora a los espectadores. Porque el cine trata un poco de eso: de contagiar a otros emociones e ideas, que, con suerte, no solo perturban e incomodan, también remueven y despiertan, por lo menos, en este caso, la escritura de una crónica sobre el film y su temática: un discurso sobre la muerte que trata de poner sobre la mesa —con paranoia y cierto humor—, un tema convertido en tabú o incluso en estigma (a través de la enfermedad). Ahora, en plena pandemia, ¿hemos aprendido a dialogar con la muerte de una manera nueva y menos histérica o huimos, por el contrario, de ella, en una huida hacia adelante más desaforada que nunca? 

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