La gente esconde forrando con propaganda de cualquier supermercado los libros que lee mientras se traslada de un lugar a otro de su ciudad, provincia o región. Creía que se trataba de algún caso puntual: una mujer que quería conservar impune su libro predilecto de los juegos traviesos de niños y niñas; un hombre que escondía la identidad de su autor o autora favorito o favorita. Pero ¡no! Se trata de ¿una moda?, ¿una nueva costumbre? ¿Es que acaso es tan vergonzoso leer un libro rodeado de gente desconectada del mundo con su pinganillo emepetresero o movilístico?
Luego empecé a comprender: la gente escondía El Código Da Vinci, o ocultaba El Señor de los Anillos. Es decir, cubría aquello que creía que iba a ser criticado por los demás. Es una interpretación de los hechos que presencié, pero lo cierto es que no paro de encontrar casos que confirman mi vago razonamiento. Ahora sólo tengo que averiguar el porqué.
Sobre gustos, he oído, no hay nada escrito, y me atrevo a confirmarlo. La Conjura de los Necios puede parecerme una obra maestra, mientras que al propio autor le parezca un bodrio. El Código Da Vinci puede ser un magnífico libro de entretenimiento para muchos, mientras que a mi vecina del pueblo no le diga nada. La prensa de pago puede ser más reflexiva para algunos, mientras que para otros resulte aburrida.
El verdadero asunto no está en qué se lee, sino en que no se lee. Cesare Pavese, en La literatura norteamericana y otros ensayos, decía que los libros son los medios para llegar a las personas (decía hombres, pero yo lo extiendo también a las mujeres) y que quien no ama a los libros está condenado a las penas eternas y a la falta de entendimiento.
Cuántas veces se habrá repetido esa frase de que la calle enseña más que los libros. Cierto: la calle enseña a sobrevivir, pero los libros enseñan a vivir. Las personas mostramos lo que pensamos, lo que creemos, lo que nos convence, con palabras y hay quienes esas palabras las transforman en escritos e historias, que otras personas pueden acercarse, aprender de ellos y criticarlos. La profundidad de una frase, de un texto o de una idea puede dar una nueva visión del mundo que nos rodea. Y eso, en todos y cada uno de los textos a los que nos aproximemos nos lo encontraremos, en mayor o menor medida, en un sobrecillo de azúcar, en un periódico o en un libro.
Así que no os escondáis por leer. Leed libremente ahora que podéis porque lo realmente vergonzoso es haber construido una sociedad libre, o por lo menos más libre que la que soportábamos hace 40 años, en la que ningún libro es censurado sino por las reglas de mercado, en la que nuestra voz cuenta, y nosotros permanecemos impasibles y mantenemos una especie de esclavitud con otros elementos ociosos que nos excitan. La lucha por la libre escritura y lectura, por la eliminación de la detracción, por pensar y aprender, han quedado olvidadas una vez conseguidos los fines y ahora nos situamos en el ranking como uno de los países menos lectores de Europa: eso es lo que nos debería dar vergüenza y lo que deberíamos forrar con la propaganda de cualquier plataforma comercial.
|