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​La soledad del Papa

Si algo ha dejado al descubierto esta cruel pandemia es, como dice el Papa Francisco, nuestra vulnerabilidad, nuestra inseguridad y nuestro temor ante el dolor y la muerte
Jorge Hernández Mollar
lunes, 30 de marzo de 2020, 13:38 h (CET)

Hay imágenes que revelan o retratan algunos de los grandes acontecimientos o momentos de la historia de la humanidad. El siglo pasado nos ha dejado en la retina gestas tan impresionantes como la primera pisada del hombre en la luna, la caída del muro de Berlín o la de imágenes tan crueles como la del campo de concentración de Auschwitz . En este siglo nada nos ha impactado tanto hasta hoy, como los ataques terroristas que han convulsionado el mundo por la muerte de tantos inocentes y que hemos visto reflejados en escenas tan dantescas como fueron la caída de las Torres Gemelas de Nueva York o el cobarde atentado terrorista en Atocha.


Pero año 2020 pasará a la historia porque un endemoniado virus, bautizado científicamente como Covid-19, es capaz de silenciar, atemorizar y encerrar a los habitantes de nuestro planeta en sus hogares y refugios, además de condenar y ejecutar a una parte importante de ellos con la enfermedad y la muerte. El ser humano, que ya se creía cerca de descubrir su origen manipulando sus propios genes, creador de una inteligencia artificial capaz de acercarse al control de sus sentimientos o de convertirse en juez y señor de la vida y de la muerte, se ha encontrado desnudo e inerme ante un enemigo inesperado: la propia naturaleza que ha reaccionado con un minúsculo virus que ataca sin piedad las entrañas de su ser, lo debilita y reduce su capacidad inmunológica llegando en muchos casos a producirle la muerte.


Hace mas de dos mil años el evangelio de San Marcos narra fielmente los hechos que atemorizaron a un grupo de sencillos hombres que tuvieron miedo de naufragar en una tormenta cuando estaban subidos a una barca: ¿no es una descripción fiel de lo que ocurre hoy en nuestras ciudades, calles y plazas?


El Papa Francisco ha escogido este texto para iniciar su alocución con la que dirigirse al mundo desde la Plaza de San Pedro. Una plaza desnuda, vacía de hombres, mujeres, niños y ancianos. Con un caminar cansino, lento, solitario y, a la vez, sobrecogedor, llegó al atrio desde donde inició su oración pública: “Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos…”


“Estamos en medio de la tempestad y la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto sus falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construidos nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades…”.


Si algo ha dejado al descubierto esta cruel pandemia es, como dice el Papa Francisco, nuestra vulnerabilidad, nuestra inseguridad y nuestro temor ante el dolor y la muerte: “ Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa, No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo.”


La espectacular retransmisión que nos ofreció 13TV, por cierto la única cadena privada española junto a Intereconomía que se dignaron hacerlo, además de reconfortar a millones de televidentes. fuesen católicos o no, nos invitó a reflexionar y a sentirnos unidos a la íntima soledad del Papa en su súplica más desgarradora: “¡Despierta, Señor!”.

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