Un tema que ha preocupado a filósofos y psicólogos (especialmente) es si los niños nacen con una tendencia a ser buenos, malos o ninguna de las dos cosas.
Parece inevitable, que a la hora de reflexionar sobre esta cuestión, caigamos en el dualismo "bueno-malo" dictado por la cultura que cada sociedad acata, aspecto que hace mucho más difícil dar una explicación fija y universal.
Es importante remarcar que esta reflexión viene dada desde el punto de vista conductual. Existe una tendencia a ver los factores "malos" como algo disposicional, relacionándolo con la personalidad, la herencia, la genética... etc.
Es también lícito mencionar que se puede tener una conducta mala sin maldad, no siendo esto así a la inversa. Esta pequeña frase nos hace añadir un concepto más: "intencionalidad".
¿Qué ocurre con el aspecto situacional?, ¿estamos seguros de conocernos a nosotros mismos?, ¿podríamos afirmar realmente qué cosas nunca llegaríamos a hacer?, ¿que lugar toma "el sistema" en nuestra conducta?
El límite entre la bondad y la maldad es una linea discontinua y permeable. La acción queda establecida por la experiencia (base del aprendizaje), la situación, los factores externos impuestos desde el sistema, la percepción de estos factores y la intencionalidad de la conducta (asentada en el pensamiento). Todo esto lleva en última instancia a la disposición, siendo entonces el último eslabón de una larga cadena, eslabón que a veces vemos como si del primero se tratase.
Llegados a este punto, parece factible reconsiderar la postura de personas "buenas y malas", ya que nadie queda exento de los factores anteriormente mencionados, y resulta coherente reconocer que todos en algún momento, caeremos fuera de la línea de lo bueno, aunque será nuestra decisión ( basándonos en las consecuencias de la acción) perpetuar esta conducta.
Siendo la labor de la sociedad y de cada sistema, clasificarla.