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Quiero ser libre en mi muerte al menos en la misma medida en que lo he sido en vida

Libres sólo después de morir

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Hace ya tiempo, como quizá muchos de ustedes, he pasado por el notario para dejar bien atados mis asuntos para cuando la vida me arrolle y se deshaga de mí. No soy ningún potentado ni tengo mucho que repartir, pero me he encontrado con que no soy libre de hacer con mi dinero lo que me salga de mis tegumentos procreativos, es algo que se sabe de siempre pero no escuece hasta que se experimenta.

Por cataplines he de repartirlos como me diga el Estado. Hay leyes muy claras y contundentes que me impiden hacer con mi dinero lo que yo crea más justo. Resulta que en vida puedo gastar o ahorrar en lo que yo quiera, como yo quiera y hasta cuando yo quiera. Pero después de muerto no solo mis escasas pertenencias han de ir donde digan otros sino que además he de repartirlas conforme me dicten, no solo se te acaba la vida sino que se acaba la libertad, oigausté.

Estamos en dos mil catorce, ignoro hasta dónde puedo llegar ni estoy seguro de lo poco o mucho que me puede interesar esta vida –de momento me interesa mucho, no se alarmen- pero sí sé que esta sociedad en la que vivimos no es la misma para la que fueron redactadas. Hemos cambiado mucho, es discutible decir que hemos mejorado, por lo tanto son normas obsoletas, caducas y trasnochadas, que sirvieron bien en otra sociedad, pero no valen para ésta.

La sociedad patriarcal en la que nacimos no se corresponde con la actual, nada tiene que ver. Entonces la dependencia de los hijos ante los padres era total, el respeto y el amor paterno filial también. Como norma general los matrimonios eran eternos y los hijos no se iban de casa hasta encontrar trabajo. En la actualidad tenemos una sociedad en la que los hijos se apalancan hasta el infinito o desaparecen dejando a los padres en la estacada. El último invento es el de los hijos Guadiana, que van o vienen a expensas de bodas, divorcios y rebodas.

La familia ha cambiado, existe el divorcio y los arrejuntamientos, hay familias homosexuales y monoparentales; los afectos y las dependencias familiares también han cambiado: la autoridad paterna está en permanente entredicho y las relaciones son infinitamente más laxas y complicadas que cuando estas normas decimonónicas fueron redactadas.

Quiero ser libre en mi muerte al menos en la misma medida en que lo he sido en vida.

Libres sólo después de morir

Quiero ser libre en mi muerte al menos en la misma medida en que lo he sido en vida
Pedro de Hoyos
lunes, 28 de julio de 2014, 07:19 h (CET)
Hace ya tiempo, como quizá muchos de ustedes, he pasado por el notario para dejar bien atados mis asuntos para cuando la vida me arrolle y se deshaga de mí. No soy ningún potentado ni tengo mucho que repartir, pero me he encontrado con que no soy libre de hacer con mi dinero lo que me salga de mis tegumentos procreativos, es algo que se sabe de siempre pero no escuece hasta que se experimenta.

Por cataplines he de repartirlos como me diga el Estado. Hay leyes muy claras y contundentes que me impiden hacer con mi dinero lo que yo crea más justo. Resulta que en vida puedo gastar o ahorrar en lo que yo quiera, como yo quiera y hasta cuando yo quiera. Pero después de muerto no solo mis escasas pertenencias han de ir donde digan otros sino que además he de repartirlas conforme me dicten, no solo se te acaba la vida sino que se acaba la libertad, oigausté.

Estamos en dos mil catorce, ignoro hasta dónde puedo llegar ni estoy seguro de lo poco o mucho que me puede interesar esta vida –de momento me interesa mucho, no se alarmen- pero sí sé que esta sociedad en la que vivimos no es la misma para la que fueron redactadas. Hemos cambiado mucho, es discutible decir que hemos mejorado, por lo tanto son normas obsoletas, caducas y trasnochadas, que sirvieron bien en otra sociedad, pero no valen para ésta.

La sociedad patriarcal en la que nacimos no se corresponde con la actual, nada tiene que ver. Entonces la dependencia de los hijos ante los padres era total, el respeto y el amor paterno filial también. Como norma general los matrimonios eran eternos y los hijos no se iban de casa hasta encontrar trabajo. En la actualidad tenemos una sociedad en la que los hijos se apalancan hasta el infinito o desaparecen dejando a los padres en la estacada. El último invento es el de los hijos Guadiana, que van o vienen a expensas de bodas, divorcios y rebodas.

La familia ha cambiado, existe el divorcio y los arrejuntamientos, hay familias homosexuales y monoparentales; los afectos y las dependencias familiares también han cambiado: la autoridad paterna está en permanente entredicho y las relaciones son infinitamente más laxas y complicadas que cuando estas normas decimonónicas fueron redactadas.

Quiero ser libre en mi muerte al menos en la misma medida en que lo he sido en vida.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

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