Mañana es día 1 de mayo, la fiesta del trabajo. Ésa misma que no pueden celebrar casi 6 millones de españoles. Una fecha que zahiere a quienes han llegado a la conclusión de que el empleo ha terminado siendo un lujo inalcanzable. Una efeméride tan cruel, que se ha convertido en una patada en salva sea la parte para todos aquellos que se ven abocados a soportar los lunes al sol. Los lunes, y los martes, los miércoles, los jueves, y los viernes.
Me refiero a las personas de las que se olvida el Gobierno, ésas que no parecen contar cuando tanto Rajoy, como sus ministros o su Cañete, tienen el arrojo de saltar a los medios de comunicación para valorar muy positivamente datos tan catastróficos como los ofrecidos ayer por la Encuesta de Población Activa (EPA). Sacar pecho porque en el primer trimestre de 2014 se hayan contabilizado 2.300 desempleados menos que el 31 de diciembre de 2013, se convierte en una ridiculez cuando la tasa de paro se sitúa en el 25,93%. Y en una felonía cuando resulta que se ha abusado en exceso a la hora de cocinar las cifras, para mentir de forma descarada.
Y es que, en realidad, la primera EPA de 2014 no recoge un moderado descenso del paro, sino todo lo contrario: un importante incremento. Cuesta creerlo pero en España se han perdido 184.600 puestos de trabajo. Aunque no pasa nada, a Rajoy los parados parecen tenerle sin cuidado.
El hombre del plasma está tranquilo. No hay problemas ni para él, ni para Montoro, ni para De Guindos, ni para Fátima Báñez. Si nuestro Gobierno tiene que mentir para que cuadren las cifras, lo hace con total naturalidad. Y si es preciso dar de baja como parados a quienes se van a la aventura al extranjero para intentar buscarse la vida, se hace. Si lo que toca es sacar de la relación de desempleados a las 100.000 almas que se han puesto a estudiar para mejorar su cualificación profesional, se toma la decisión y, santas pascuas. Sin que a nadie le tiemble el pulso en Moncloa. Y llamándonos tontos a la cara.