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De las amables “verdades” a las incómodas dudas

Reflexión sobre una triste causa
Luis del Palacio
viernes, 14 de marzo de 2014, 07:15 h (CET)
A veces uno preferiría, de verdad, hacer columnas dóricas, aunque fueran pintadas, a contribuir con pedruscos apenas tallados al edificio desproporcionado, absurdo y sin sentido –y lo que es peor: feo, muy feo- que se ha construido en torno a una fecha que todos recordamos con dolor: el 11 de marzo de 2004.

Repasando mucho de lo que se ha dicho y escrito –y a pesar de que me cuelguen el sambenito, cuento con ello- hay algo que no convence en toda esta historia: ¿Por qué lo “políticamente correcto” es dar por buena una decisión judicial cuando en muchos otros casos lo que dicen, hacen y deciden los jueces se cuestiona? La llamada “verdad judicial” ¿tiene que ser forzosamente la VERDAD? Quizá, si; pero ¿podría ser que no?...

Está claro, una vez más, que se trata más de una cuestión de fe –de fe cargada de ideología- que de datos objetivos. Es más: sí existen ciertos datos objetivos (como el absurdo desguace de los trenes donde se pusieron las bombas o que en el juicio se desestimaran determinadas “pruebas” por mostrar demasiados signos de haber sido adulteradas) que invitan a una duda razonable. Muchos ciudadanos que nada tenemos que ver con ideologías ultras o posturas maximalistas debemos reclamar nuestro derecho a dudar (faltaría más) sin que se nos acuse de “conspiranoicos” y otros calificativos que sólo pretenden cerrar bocas, acallar conciencias y hacer tabla rasa.

Una vez más se ha puesto de manifiesto lo cierto de aquello que dijo el filósofo George de Santayana: “El hombre puede disfrutar de un paseo en solitario por el bosque; pero detesta estar solo en sus opiniones”.

Nos imponen que vivamos en un corral donde todos hemos de decir “beee” al unísono. Si no lo aceptamos, vendrán raudos a ponernos una etiqueta: “facha”, retrógrado, “conspiranoico”, recalcitrante etc. ¡Qué pena!.

Parece que la democracia oficial que vivimos no corre a la par con los comportamientos democráticos. Queda muy bien hablar del “imperio de la ley” y del “Estado de derecho”, pero mientras sigamos tirándonos los trastos a la cabeza y renunciemos a ir al fondo de las cosas, seguiremos siendo un pueblo maniqueo con resabios cainitas.

Da mucha pena todo lo que a salido a raíz de la conmemoración de aquel asesinato masivo. Ha salido a relucir lo peor de cada casa.

Hay que huir del pensamiento único y reivindicar el derecho a la duda; la duda razonable y constructiva que sólo aspira a una cosa: hallar la verdad.

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