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No es invasión, buscan reparación debida

África es el continente olvidado a pesar de haber sido la cuna de la humanidad y de poseer una población rica en civilizaciones y culturas
José Carlos García Fajardo
jueves, 13 de marzo de 2014, 08:28 h (CET)
Los políticos españoles e italianos se sirven de los medios para narcotizarnos con el miedo a una invasión de africanos por Melilla y Lampedusa. Pero ninguno habla de la inaplazable reparación debida a unos pueblos que durante más de quinientos años han sido saqueados por las potencias coloniales europeas. Eso sí, como declararon en la Conferencia de Berlín de 1885, en la que se repartieron inicuamente todo un continente, para cumplir con su obligación moral de “cristianizarlos, civilizarlos y abrirlos al comercio”. Las tres ces, el “peso” del hombre blanco cantado por Kipling. Por qué no se sientan para establecer un nuevo Plan Marshall para ese inmenso continente artificialmente dividido en 53 estados y con mil millones de habitantes. Ha pasado medio siglo desde las descolonizaciones pero continúan los grandes capitales europeos y hoy transnacionales quienes se benefician de la explotación de sus riquezas naturales y de su mano de obra. Se retiraron oficialmente pero dejando hombres de paja al frente en repúblicas trucadas para poder seguir sangrándolos sin tener que cumplir obligaciones de sanidad, enseñanza, construcción de carreteras y personal administrativo.

Pero nuestros dirigentes hablan de invasión, de asalto y de peligro para nuestro nivel de vida europeo que sólo podría mantenerse durante tres meses si los países empobrecidos del sur sociológico dejaran de enviarnos las necesarias materias primas. África es el continente olvidado a pesar de haber sido la cuna de la humanidad y de poseer una población rica en civilizaciones y culturas, además de una de las mayores riquezas minerales y ecológicas del mundo.

Sus hombres emigran en busca de puestos de trabajo en la vieja Europa que los colonizó durante siglos, que secuestró cerca de cien millones de sus mejores hombres y mujeres para enviarlos como esclavos a América y a los emiratos del Índico. Y esos emigrantes regresarán a sus países como regresaron los españoles para colaborar en el desarrollo de sus países de origen.

El crecimiento de Europa hubiera sido impensable sin la aportación vital del continente africano. Hoy se mantienen allí regímenes inestables, poderes fuertes y guerras en más de una decena de países para poder seguir extrayendo oro, diamantes, coitan, litio, petróleo, maderas preciosas, azúcar, café, pesca, y materias primas esenciales para nuestro modelo de despilfarro y de destrucción del medio ambiente.

Un día se alzarán los descendientes de esos pueblos aherrojados y explotados para reclamar la reparación debida. Los crímenes contra la humanidad no prescriben y en África se llevaron a cabo auténticos genocidios y exterminios de pueblos que después diezmaron y encerraron en artificiales fronteras, de acuerdo con la conveniencia de los colonizadores.

Si contemplamos Asia, vemos al Japón que ha salido adelante antes que Corea del Sur y ésta antes que Malasia. Nadie hubiera imaginado que el minúsculo Singapur llegaría a ser uno de los países más ricos del mundo.

El camino recorrido por una decena de países emergentes podría ser seguido por algunos países africanos en las próximas décadas. Pero se necesitan dirigentes íntegros y bien preparados que coloquen a la educación y la salud como prioridades esenciales de sus políticas nacionales. Que erradiquen las guerras y transformen las armas en arados, como hicieron Japón y Alemania durante los últimos cincuenta años dando lugar a los famosos “milagros” económicos y sociales que las colocaron a la cabeza de los países desarrollados, tras haberse hundido y destrozado en la última Guerra Mundial.

Otro ejemplo es China: nunca hubiera despegado y emprendido el camino del renacimiento económico sino hubiera sido por un político clarividente, Deng Xiao Ping. Pasaron de una rígida economía marxista a una “economía socialista de mercado”. Hasta el punto de que ya es la segunda potencia económica del mundo cuando el eje geopolítico se afirme en el Océano Pacífico y el sudeste asiático reemplacen al Atlántico como espacio de encuentros.

Nadie emigra por gusto sino por imperiosa necesidad, y nadie tendría que derribar fronteras si pudiera vivir en paz y prosperidad en sus tierras.

Estos políticos europeos que pretenden reprimir a tiros ese natural derecho a devolvernos las visitas que les hicimos impune e injustamente durante quinientos años deben saber que esos pueblos africanos exigen otro tratamiento que el de la represión policial y la descalificación social. El desarrollo socioeconómico de África es una cuestión de reparación debida, de justicia y de supervivencia para esta Europa envejecida, cicatera y triste.

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