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Error de aproximación

Pedro Luis Ibáñez Lérida
viernes, 7 de junio de 2013, 07:36 h (CET)
La Mesa de portavoces del Parlamento andaluz, con el presidente a la cabeza, no ha disimulado su malestar por la reprobación de los ciudadanos. No, no crean que sus caras circunspectas eran causadas por el hostigamiento o acoso. Sencillamente han sido pillados con las manos en la masa. O quizás sea más acertado precisar que con las manos en la pasta. Ni cortos ni perezosos habían acordado aumentar sus ingresos porque sí. Dirán que tenían otra denominación de origen –dietas, gastos de desplazamiento, etc- y que se trata de emolumentos justificados por la labor que desempeñan. Pero en suma, son incrementos añadidos a sus retribuciones como diputados autonómicos. En comandita y alejados de los focos, los representantes de los partidos políticos, habían oficiado y celebrado el milagro de los panes y peces que sólo ellos saborearían. Y es precisamente en el transcurso de las discusiones sobre la ley de transparencia en la comunidad autónoma andaluza, cuando sellan su pacto con el silencio. Esta notoria circunstancia emerge cuando la opinión pública les señala con el dedo acusador. Resulta lamentable que quieran maquillarlo con la rectificación. No hay tono disculpatorio ni propósito de enmienda. A pesar de que la corrección fue sobrevenida y no por conciencia. Y esto es lo gravoso. No ser conscientes del sufrimiento social. Incapaces de detectar la adversidad. Absortos en el ombliguismo.

La lacra de esta sociedad no es la tan cacareada corrupción. Se halla en la endeblez del sistema democrático y en las tragaderas que posee. Estamos en la pugna entre la carestía y el deterioro de derechos y la exigencia de la inviolabilidad que su propia naturaleza jurídica y social contiene. En ello los ciudadanos tienen la voz, el voto pero, sobre todo, la reivindicación para seguir apuntando con el dedo los manejos en la sombra. Es el pulso muscular de la sociedad que no logra contener el fracaso social consecuencia del latrocinio conocido.

Comprendo el desaire del Defensor del Pueblo Andaluz que, tras ser fulminado de su cargo, no se acomodó al mensaje institucional de despedida. Y reprochó de manera directa a la clase política, ya venía haciéndolo desde hacía algún tiempo, que dejara de ser un problema para convertirse en una solución. Sin embargo a las primeras de cambio vuelven a las andadas. A las prácticas habituales que inevitablemente facultan a los ciudadanos a sentir y proceder desde el desapego a lo que representan, que es a esos mismos ciudadanos que observan con apatía y desesperanza sus tejemanejes. La carencia de sensibilidad es la patología que conduce a la desatención, al desinterés, al abandono. Y esto es apreciable en lo que verdaderamente es de todos, los servicios públicos. El gobierno hace dejación de sus responsabilidades por la falta de reacción o acción, las dos posibilidades son compatibles y válidas, que derivan de su ideario político. Defender lo público es vital para asegurar la continuidad actual y futura de los derechos humanos. Fragmentar a la sociedad contribuye a su parcelización. Universos distintos dentro del mismo planeta.

La confusión de términos es tan evidente que el propio Fondo Monetario Internacional –FMI- acaba de publicar el informe número 156 de este año. En el que expresa las dudas de la política de ajuste que recomendaba para Grecia. Lo califica de error de aproximación. Curiosa forma de denominar la destrucción de empleo, la disminución de poder adquisitivo, la privatización de los servicios públicos, la fractura social... Es tal el nivel de desmerecimiento que la atmósfera social se torna hiriente y violenta. Esa violencia que se erige en redentora de las consecuencias que provoca. La egolatría de quienes se sienten amenazados cuando los ciudadanos rodean las instituciones y claman por sus derechos.

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