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Si los años transcurridos desde el 11-S nos han enseñado algo, es que los estadounidenses vigilan con celo sus libertades

Las cosas nunca volverán a ser igual

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Apenas se conocía la tremenda noticia de Copley Square que por doquier comenzó a escucharse la pesimista predicción: Boston nunca volverá a ser igual. La Maratón nunca volverá a ser igual. La fiesta del Día de los Patriotas nunca volverá a ser igual.

Después de tanta casquería y atrocidad pública en una jornada tan animada y festiva normalmente, es una reacción totalmente comprensible. "Cae otro trozo de nuestra libertad, otra institución sagrada y muy arraigada", firmaba Dan Shaughnessy en su columna del Boston Globe ayer. Las aterradoras imágenes y los repugnantes detalles del primer atentado terrorista perpetrado con éxito en suelo estadounidense desde el 11 de septiembre de 2001 quedan grabadas desde ahora en la memoria de Boston. Los muertos serán enterrados pronto, la sangre limpiada y los cristales rotos retirados. Pero el sobrecogimiento y el impacto del atentado de esta semana arrojarán una sombra sobre el municipio durante mucho tiempo, aún más sobre las próximas fiestas del Día de los Patriotas.

Pero al hablar de lo que más valoramos de la vida en Boston y en cualquier ciudad estadounidense, la sensación de libertad, el gusto de una sociedad libre, apuesto a que las cosas van a seguir siendo las mismas. Sí, aun hoy.

Recuerdo que tras el 11 de Septiembre, también nos dijeron que las cosas nunca serían iguales. Si algo allá por entonces se dio por sentado de forma universal, fue que habrían más masacres, que era cuestión de cuándo las habría, no de si las iba a haber. Hasta con los protocolos de seguridad reforzados y las herramientas de contrainteligencia consolidadas, América nunca iba a poder ser capaz de proteger todos los lugares públicos de determinados terroristas. Estoy seguro de no ser la única persona que se preguntaba el motivo de que los terroristas se molestaran en atentar contra aeropuertos e instalaciones públicas protegidas, pudiendo sembrar exactamente el mismo caos prácticamente sin esfuerzo colocando un par de explosivos en un supermercado abarrotado o un parque público concurrido.

Nuestros enemigos nos auguraban de igual manera más masacres. El cerebro terrorista Jalid Sheij Mohammed confesó más tarde que Al-Qaeda había concebido acompañar el 11 de Septiembre con atentados adicionales contra la Torre Sears de Chicago, la Bolsa de Nueva York y la torre del US Bank en Los Ángeles.

Pero esos atentados nunca llegaron. Los 12 últimos años no han estado libres del terror, por supuesto. Se han producido tiroteos terroristas, el más conocido la masacre de Fort Hood en Texas en 2009, y un buen número de conspiraciones frustradas y afortunados errores por los pelos. Pero no fue hasta las bombas del lunes en la calle Boylston que los terroristas tuvieron éxito a la hora de lograr la clase de carnicería pública en lugares abiertos que tantos se temían de forma inevitable.

Hasta que sepamos más de los autores materiales de la salvajada de esta semana, es imprudente especular en torno al móvil que les empuja, o si lo de Boston representa o no una nueva clase de amenaza terrorista que reclama nuevas medidas de seguridad o políticas contraterroristas. Ahora mismo, todos nosotros tenemos muchas más preguntas que respuestas. Pero aun desconociendo si esto es el sangriento trabajo de militantes de extrema derecha o de extrema izquierda, de fundamentalistas nacionales o de fanáticos extranjeros, de un grupo organizado o de un radical que actúa en solitario, podemos confiar como mínimo en lo siguiente: La libertad norteamericana, las libertades de organizar maratones, celebrar tradiciones locales o de escenificar las batallas de Lexington y Concord incluidas – no se va a evaporar.

Si los años transcurridos desde el 11 de Septiembre nos han enseñado algo es que los estadounidenses vigilan con celo sus libertades, y no a renunciar a ellas, ni siquiera en aras de la causa del terror preventivo. Casi todos los cambios realizados en la política de seguridad nacional post-11 de Septiembre, de la Patriot Act, que concede más competencias a los agentes federales, a los escáneres de la seguridad aeroportuaria, han sido condenados por ser otro paso por el resbaladizo camino a un estado policial. Pero no hemos resbalado por ese camino. La libertad sigue prosperando en este país, y no vamos a rendir nuestras libertades ni nuestra herencia llegando a extremos en aras de la seguridad.

El terrorismo constituye una amenaza contundente, que en ocasiones exige respuestas contundentes. Pero los estadounidenses nos hemos enfrentado a más de dos siglos y medio de amenazas contundentes sin renunciar al amor a la libertad indispensable para nuestro estilo de vida. Con independencia de los cambios adicionales que se realicen de aquí a la próxima fiesta del Día de los Patriotas, la solidez de la libertad americana no cambiará.

Las cosas nunca volverán a ser igual

Si los años transcurridos desde el 11-S nos han enseñado algo, es que los estadounidenses vigilan con celo sus libertades
Jeff Jacoby
lunes, 22 de abril de 2013, 12:15 h (CET)
Apenas se conocía la tremenda noticia de Copley Square que por doquier comenzó a escucharse la pesimista predicción: Boston nunca volverá a ser igual. La Maratón nunca volverá a ser igual. La fiesta del Día de los Patriotas nunca volverá a ser igual.

Después de tanta casquería y atrocidad pública en una jornada tan animada y festiva normalmente, es una reacción totalmente comprensible. "Cae otro trozo de nuestra libertad, otra institución sagrada y muy arraigada", firmaba Dan Shaughnessy en su columna del Boston Globe ayer. Las aterradoras imágenes y los repugnantes detalles del primer atentado terrorista perpetrado con éxito en suelo estadounidense desde el 11 de septiembre de 2001 quedan grabadas desde ahora en la memoria de Boston. Los muertos serán enterrados pronto, la sangre limpiada y los cristales rotos retirados. Pero el sobrecogimiento y el impacto del atentado de esta semana arrojarán una sombra sobre el municipio durante mucho tiempo, aún más sobre las próximas fiestas del Día de los Patriotas.

Pero al hablar de lo que más valoramos de la vida en Boston y en cualquier ciudad estadounidense, la sensación de libertad, el gusto de una sociedad libre, apuesto a que las cosas van a seguir siendo las mismas. Sí, aun hoy.

Recuerdo que tras el 11 de Septiembre, también nos dijeron que las cosas nunca serían iguales. Si algo allá por entonces se dio por sentado de forma universal, fue que habrían más masacres, que era cuestión de cuándo las habría, no de si las iba a haber. Hasta con los protocolos de seguridad reforzados y las herramientas de contrainteligencia consolidadas, América nunca iba a poder ser capaz de proteger todos los lugares públicos de determinados terroristas. Estoy seguro de no ser la única persona que se preguntaba el motivo de que los terroristas se molestaran en atentar contra aeropuertos e instalaciones públicas protegidas, pudiendo sembrar exactamente el mismo caos prácticamente sin esfuerzo colocando un par de explosivos en un supermercado abarrotado o un parque público concurrido.

Nuestros enemigos nos auguraban de igual manera más masacres. El cerebro terrorista Jalid Sheij Mohammed confesó más tarde que Al-Qaeda había concebido acompañar el 11 de Septiembre con atentados adicionales contra la Torre Sears de Chicago, la Bolsa de Nueva York y la torre del US Bank en Los Ángeles.

Pero esos atentados nunca llegaron. Los 12 últimos años no han estado libres del terror, por supuesto. Se han producido tiroteos terroristas, el más conocido la masacre de Fort Hood en Texas en 2009, y un buen número de conspiraciones frustradas y afortunados errores por los pelos. Pero no fue hasta las bombas del lunes en la calle Boylston que los terroristas tuvieron éxito a la hora de lograr la clase de carnicería pública en lugares abiertos que tantos se temían de forma inevitable.

Hasta que sepamos más de los autores materiales de la salvajada de esta semana, es imprudente especular en torno al móvil que les empuja, o si lo de Boston representa o no una nueva clase de amenaza terrorista que reclama nuevas medidas de seguridad o políticas contraterroristas. Ahora mismo, todos nosotros tenemos muchas más preguntas que respuestas. Pero aun desconociendo si esto es el sangriento trabajo de militantes de extrema derecha o de extrema izquierda, de fundamentalistas nacionales o de fanáticos extranjeros, de un grupo organizado o de un radical que actúa en solitario, podemos confiar como mínimo en lo siguiente: La libertad norteamericana, las libertades de organizar maratones, celebrar tradiciones locales o de escenificar las batallas de Lexington y Concord incluidas – no se va a evaporar.

Si los años transcurridos desde el 11 de Septiembre nos han enseñado algo es que los estadounidenses vigilan con celo sus libertades, y no a renunciar a ellas, ni siquiera en aras de la causa del terror preventivo. Casi todos los cambios realizados en la política de seguridad nacional post-11 de Septiembre, de la Patriot Act, que concede más competencias a los agentes federales, a los escáneres de la seguridad aeroportuaria, han sido condenados por ser otro paso por el resbaladizo camino a un estado policial. Pero no hemos resbalado por ese camino. La libertad sigue prosperando en este país, y no vamos a rendir nuestras libertades ni nuestra herencia llegando a extremos en aras de la seguridad.

El terrorismo constituye una amenaza contundente, que en ocasiones exige respuestas contundentes. Pero los estadounidenses nos hemos enfrentado a más de dos siglos y medio de amenazas contundentes sin renunciar al amor a la libertad indispensable para nuestro estilo de vida. Con independencia de los cambios adicionales que se realicen de aquí a la próxima fiesta del Día de los Patriotas, la solidez de la libertad americana no cambiará.

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