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Triste España sin ventura

Despoblada de alegría, para nunca en ti tornar.
Manuel Ibañez Ferriol
jueves, 4 de octubre de 2018, 08:28 h (CET)

El -para algunos-, tedioso estudio de las “Humanidades”, va a ser el principal hilo conductor del presente artículo. Triste España sin ventura, forma parte del Cancionero de Palacio, compuesto por Juan del Encina, en el siglo XV. La primera estrofa dice así:


Triste España sin ventura,

todos te deven llorar.

Despoblada de alegría,

para nunca en ti tornar.


España, llora tristemente las desventuras de los que no la quieren unida. El pueblo español, llora con amargura, al comprobar como se va deshaciendo la unidad española, iniciada por los Reyes Católicos. El carácter alegre de sus gentes, se ha tornado en tristeza y melancolía, probablemente para no volver. España, esta siendo saqueada, vilipendiada y sobre todo henchida de dolor, de sangre, de muerte y de revanchismo no justificado.


Tormentos, penas, dolores,

te vinieron a poblar.

Sembrote Dios de plazer

porque naciesse pesar.


El revanchismo izquierdista y populista, se ha hecho dueño de las calles de las principales ciudades españolas. La sociedad, asiste con estupefacción, a un espectáculo horrible: estamos asistiendo al enfrentamiento de nuevo entre los españoles. ¿No hemos aprendido nada del proceso de la Historia? ¿Para que han servido tantos sacrificios, muertes y separaciones familiares? No es momento para el odio, para sacar los trapos sucios de unos y otros, porque solo la Paz, es la que debe presentarse como valor único y verdadero.


Hízote la más dichosa

para más te lastimar.

Tus vitorias y triunfos

ya se hovieron de pagar.


España, fue la nación imperial, dónde no se ponía el sol. Fuimos uno de los mayores imperios jamás conocido: América, Asia, Africa y Europa. Nuestras victorias, hicieron temblar a más de un reino y una corona. Gran Bretaña, coronaba por vez primera a una Infanta española; los Borbones franceses no podían contener el avance de los reinos de Navarra y Aragón; los Príncipes Germanos, no soportaba ser gobernados por un monarca “español”, criado en tierras alemanas, eso si, pero español, hijo de doña Juana y de don Felipe I. No podemos permitir que se rompa la unidad de la Corona Española y se fragmenten los territorios que a ella pertenecen.


Pues que tal pérdida pierdes,

dime en qué podrás ganar.

Pierdes la luz de tu gloria

y el gozo de tu gozar.


La fragmentación territorial, provoca diferencias entre unos españoles y otros. Solo les importan los votos, y así venden a España: dinero de todos solo para unos. ¿A cambio de qué? Muy fácil: de ocupar la poltrona, el sillón del poder, capaz de corromper y empozoñar al que lo ocupa. El saqueo al que han sido sometidas las “arcas del estado”, provocan que el boyante sistema económico, conseguido a base de sudores y esfuerzos, de diluya, provocando toda una serie de situaciones de incertidumbre. Los pensionistas, no saben si cobraran lo que han ganado con justicia, tampoco sus hijos y nietos. ¿Se merece el pueblo español tan lamentable castigo?


Llora, llora, pues perdiste

quien te havía de ensalçar.

En su tierna juventud

te lo quiso Dios llevar.


La jóven democracia española, sufre en sus carnes el oprobio, el engaño, el dolor y la ignonimia. Estamos ante una enfermedad anunciada, a la que ya no le caben más parches. Se ha perdido el “espiritu alegre”, ya que no vemos solución aparente. Nuestra “esperanza” sigue siendo el triunfo del amor cortés, ese que no sabe de odios, ni de revanchas, ni de venganzas injustificadas. Estamos en un momento duro, complicado, difícil y sobre todo lleno de “incertidumbre”. ¿No será que nos hemos apartado del concepto de la trascendencia, que los cristianos llamamos Dios?


Llevote todo tu bien,

dexote su desear,

porque mueras, porque penes,

sin dar fin a tu penar.


Hemos de pensar y reflexionar sobre nuestro destino, sobre nuestra sociedad, sobre nuestro pueblo. Desde Don Pelayo I hasta Don Felipe VI, los españoles hemos sabido construir un imperio, con dificultades, pero no nos hemos rendido ante los que solo saben un lenguaje: el de la muerte, el de la corrupción, el del engaño, el de los tahures. Sigamos caminando rectamente, con la cabeza bien alta, ya que nunca se ha dicho que los españoles de bien, tenemos miedo. Termino ya, como comencé, con un verso:


De tan penosa tristura

no te esperes consolar. 

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