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Lo que más daño puede hacer a cualquier creyente es observar como los “pastores” de la fe, nadan entre dos aguas al tiempo que guardan cuidadosamente la ropa. Cuando se juega con lo más sagrado que puede tener un ser humano, la vida, no se puede dudar, ni tartamudear, ni cerrar los ojos a realidades terroríficas. El balbuceo inseguro del abanderado no genera entusiasmo sino duda y cierta prudencia miedosa en la tropa.
La palabra “silencio”, según el DRAE, tiene seis acepciones, siendo las dos primeras y principales “Abstención de hablar” y “Falta de ruido”, respectivamente. Sin embargo tiene, lo mismo que otras palabras, lo que podríamos llamar muchos apellidos o complementos con la que formar frases de muy diversos sentidos, que van de lo positivo a lo negativo y viceversa.
En el 2021 se cumplió una década de haber escrito mi primer libro, el cual lleva por título: De la brevedad al intento (Sabersinfin. 2011). Con motivo del aniversario de aquel acontecimiento personal, que significó el rompimiento de mi silencio literario con una habitual presencia en el mundo de las letras, rescaté unas líneas derivadas de la pregunta ¿qué surge después del silencio?
Un libro, un poema, una canción deben ser escritos cuando se tiene algo que decir, cuando se tiene algo que contar o comunicar; si se hiciera de otra forma estaríamos desgastando el lenguaje, vulgarizándolo, llevándolo a un estado primitivo de sonidos inentendibles, banales, que no deben perdurar en una impresión.
En estos tiempos de poca precisión y abundantes alardes, de todo se habla, mientras la entidad de sus contenidos se escabulle por cualquier rendija. Si será el sino de esta sociedad ruidosa o la elección concienzuda de sus integrantes, ya no da tiempo para dilucidarlo, por la acumulación de tareas emprendidas con unos ritmos trepidantes.
Martes, junio, calor, verano y pájaros;
una combinación de luz y vértigo.
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