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No es fácil, en estos tiempos de ruido y postureo, entender la devoción por un hombre que no levantó espadas ni escribió tratados, ni siquiera sabía leer. Pero ahí está San Isidro, patrón de Madrid, el santo de los callos en las manos y la tierra bajo las uñas, al que veneran en Cabeza la Vaca como si fuera de la familia. Y en cierto modo lo es.
Era para el día 15 de mayo, San Isidro Labrador (1082-1172) en el santoral, pero en estos veloces tiempos convulsos, con el cónclave de los 133 cardenales arrancando el 7 de mayo, con sus deliberaciones arrítmicamente urgentes, para elegir sucesor de Francisco, y su crucial consecuencia mundial, apostamos por la anomalía espaciotemporal.
Si no dejamos que la hojarasca nos tape las raíces profundas de la vida, de esa vida nuestra que es vida individualmente social, sentiremos que alguien tan antiguo y tan presente como san Isidro Labrador -sean cuales sean nuestras creencias y nuestra ideología- nos habla, todavía hoy, de las necesidades de la gente trabajadora del campo, de la lucha contra la sequía, y de los principios que practicamos día a día.
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