| ||||||||||||||||||||||
En el libro de Markus Gabriel El ser humano como animal se tratan numerosas cuestiones referidas a la naturaleza y a la condición humana de nuestro presente. Una de las más importantes, sin duda, es la del sentido de la vida. Es evidente, según plantea la ciencia, que la vida del ser humano en la tierra y la duración del sistema solar y el universo es limitada en el tiempo.
Pureza es un vocablo que, al margen de su denotación, acopia connotaciones varias. Se define, en general, por oposición a sus opuestos, es decir, a las diferentes manifestaciones de la inmundicia, la contaminación y demás mugres, que, por otra parte, pueden referirse no solo a lo físico y palpable, sino asimismo a la dimensión espiritual, en el sentido de pecado, maldad o desviación moral.
Por fas o por las tribulaciones acechantes de una manera denodada, por el carácter pusilánime acentuado con cada frustración o por las poco atinadas propuestas vitales emprendidas; escuchamos esa frase tan manida de no encontrarle sentido a la vida. Dicha expresión denota una situación lamentable de por sí, pero especialmente dolorosa si prestamos atención a los sufrimientos que la acompañan.
Debemos tenerlo claro, nada se domina y todo se labra. El amor es el mejor de los laboreos. En un mundo cada día más ruidoso, urge acogerse y recogerse interiormente para cultivar el silencio y poder llenarse de savia, no de violencia; que la vida es para conservarla con mirada radiante y conversarla con abecedarios comprensivos y lenguajes entendibles.
Frente a la variada oferta electoral, recuerdo a Umberto Eco, quien aseguraba haber “llegado a creer que el mundo entero es un enigma, un enigma inofensivo que se vuelve terrible por nuestro loco intento de interpretarlo como si tuviera una verdad subyacente”. Así es. Desde que los homínidos que somos nos forjamos como individuos para hacernos humanos, la indagación se convirtió en elemento fundamental de nuestra idiosincrasia.
En época tan movidita como la actual, no vamos a negar los magníficos adelantos conseguidos; al tiempo, es patente y nos inquieta la proliferación simultánea de irresponsabilidades sin parangón. Incluso aquellos logros de buen ver, se desvirtúan por una serie de prácticas intempestivas.
La indiferencia ante la multitud de tensiones y conflictos nos deja sin palabras. Hay que renovarse, salir de esta situación paradójica, para entrar con otra orientación de confianza mutua y amor fraterno. Ciertamente, todo parte de un corazón sano, dispuesto a tender puentes en un mundo dividido.
Cada amanecer es un volver a reafirmarnos y un retornar a aprender a reprendernos, a templar el carácter y a moderar la mirada para que acaricie en lugar de herir o matar, a resistir la adversidad y a insistir con voluntad en el buen hacer y mejor obrar. Los días, ciertamente, no son fáciles para nadie.
El afamado neurocientífico portugués Antonio Damasio, premio Príncipe de Asturias, considera que ser inteligente significa “hacer cosas que puedan ser beneficiosas tanto para ti, como para los otros, o para la humanidad en general”, lo que extiende la inteligencia a un concepto más amplio que el de una persona con gran capacidad intelectual.
Quizá por comodidad, nos dejamos llevar por las formalidades sociales, sin la motivación suficiente para averiguar sus justificaciones; son más entretenidas las distracciones de poco fuste en pleno auge. Tampoco sobra tiempo, atareados como estamos en un sinfín de menesteres. Ni ganas tenemos de estrujarnos el caletre en elucubraciones cuya aplicación posterior permanece en un alero indeterminado.
Hace poco se me ocurrió subir un video a mi 'tiktok' diciendo frases de esas filosóficas que se me ocurren de vez en cuando, ya sabéis, uno de esos días que me siento transcendental. Un amigo me preguntó si me había ocurrido algo, más que nada, porque comenzaba diciendo que no podía afirmar que la vida fuese siempre maravillosa. A mí me sorprendió que me hiciese esa pregunta, ya que… es obvio que la vida no siempre es maravillosa.
En el año 2013 el Papa Francisco utilizó la metáfora alegórica del “olor a oveja” en el marco de un pedido explícito que le realizó a la curia de la Iglesia Católica para que abandonen la postura conformista y monacal para acercarse más a la realidad de la gente.
Está bien que no sea otro quien pueda ser dueño de sí mismo, pero se cohabita aún mejor no sintiéndose aislado jamás. Lamentablemente, la situación de muchos moradores queda sutilmente condicionada por las decisiones de jefaturas opresoras, que restan autonomía y libertad.
El manantial viviente radica en el corazón. También, la paz consigo mismo, no llega únicamente por la ausencia de conflictos; y más cuando nos movemos en relación unos con otros, lo que nos exige por principio ser comprensivos y clementes, aceptar las diferencias sin intentar convencer a nadie; pues todos hemos de ser libres, para que tanto el cuerpo como el espíritu, puedan vivir en buena armonía.
Lo que vemos no siempre es y lo que es no siempre lo vemos. Entonces, ¿de qué nos enteramos? Lejos de tratarse de un trabalenguas ocasional, dicho contraste nos relaciona directamente con la accesibilidad del conocimiento real. Como consecuencia obvia, estará en íntima conexión con el resto de las condiciones efectivas para el desarrollo de las personas.
La teoría crítica de la Escuela de Fráncfort no justificó en el siglo XX la sociedad de su tiempo, ya que partía de la base de que es irracional, injusta y opresora, aunque no sea de forma absoluta y total. Lo que significa que deben cambiar muchas políticas de los gobiernos, para lograr una sociedad más racional y humana.
Es hora de reiniciar nuevos rumbos en un mundo en continua transformación, de nutrirnos sembrando lo adecuado para embellecernos; y, así, poder esparcir tanto las semillas del buen hacer como expandir las vegetaciones de un buen obrar. En efecto, nos merecemos un cambio, un nuevo renacer en un entorno poblado de horizontes sanos, que es lo que verdaderamente nos injerta sanación en el alma.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un asunto humano fundamental, que no se nos cae de la boca cuando estamos en modo biempensantes y políticamente correctos, pero que en el plano práctico y fáctico se encuentra desmedidamente desprotegido, abandonado e intencionalmente descuidado, a saber, el ideal que nos motiva a educar a nuestros hijos para que construyan y vivan en un mundo mejor.
A poco que nos adentremos en la realidad mundial, percibiremos un fuerte colapso y desorden, con multitud de llagas como la pobreza, las desigualdades, además de las discriminaciones diversas, que se profundizan en lugar de aliviarse. A esto tenemos que sumarle, el cansancio y el agotamiento de ciertos sistemas económicos, que lo único que hacen es incrementar, en la mayoría de las ocasiones, la polarización ideológica y el legado de la esclavitud.
Aseveró Borges que vivir eternamente “sería el peor castigo, sería el infierno”. La inmortalidad ha sido, desde siempre, una obcecación de los humanos, tan restringidos como estamos en el tiempo, con una existencia corta y precaria. Igual fue por ello que ideamos a los dioses, eternos en cronología.
|