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A semejanza de un rebaño de borregos, conducido en su existencia por un especimen superior que, al final, tras explotarlas, las llevará al matadero, las masas humanas siguen el mismo camino. Si en un principio habría que hablar de manada, la creencia en un individuo superior dispuesto a dirigirla, convierte al colectivo en rebaño.
Vivimos en la apariencia del cuerpo, mientras el escenario del alma camina en la tristeza muchas veces. Necesitamos modificar rastros dejados y, por sí mismo, el rostro de una gran sonrisa modificará nuestros comportamientos. Lo importante es dejarse sorprender por el hechizo de la ternura en el corazón y, tras de sí, llegará el añorado cambio.
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