Hay que disparar con fogueo cuando no quedan balas
Para que un espectáculo aburrido y lamentable supere su mediocridad y, por lo menos, entretenga al respetable, viene bien, por qué no, recurrir a un cómico veterano, a un dinosaurio con las neuronas más para allá que para acá, un fichaje que garantiza siempre unas horitas de diversión y solaz que no tienen precio. Se le baja la medicación, se le da un micrófono y libertad, y que largue a gusto y placer, que nadie le va a decir nada a un patriarca Cebolleta. Las canas arrancan complicidades, por cortesía o por lástima, y está muy feo reírse de ellas, que a los mayores hay que respetarles aunque su repertorio sea grotesco y ridículo, y su lengua aparentemente afilada sólo un estropajo con dedicación exclusiva para retretes de cuartel.