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Kepa Tamames
Kepa Tamames
Me refiero a los llamados mercados medievales. A mí estos eventos me dejan entre frío e indignado

Supongo que, como sucede con tantas otras cosas, también esto va por modas. Me refiero a los llamados mercados medievales, que proliferan por doquier desde hace algunos años sin saberse ni la causa ni el porqué de tan advenediza afición, hasta el punto de que no hay población de cierta entidad que no celebre su feria anual, donde se supone se recrea con fidelidad la vida cotidiana de nuestros antepasados. 

Debo entender que ahora se ha puesto «de moda» llevar en carrito al perro o al gato 'normal', es decir, con plena capacidad física

Dicen que no hay bebé feo, y probablemente es cierto, aunque solo sea porque a un animalito así lo vemos tan desvalido y vulnerable que tendemos a dotarlo de todo tipo de gracias y virtudes: la estética, una de ellas. Hasta los más arrugaditos y con puchero permanente resultan graciosos, incluso si objetivamente pasan más por patata vieja que por humano neonato.

Se asume que la familia que come unida permanece unida… al menos hasta la partida de dominó en la sobremesa

De nada sirve que la tele nos diga esto último y al tiempo que casi todos los incendios tienen huella humana, en forma de accidente o irresponsabilidad. Tendría que repensarlo, pero vaya, a bote pronto, me parece a mí que si es una cosa, mal puede ser también la otra.

Un animal que se pasa el día metido en la madriguera no resulta rentable, ni conviene al negocio quien teme al público que le lanza chucherías

Se trata de individuos que en su medio natural tienen vidas ricas, que ocupan buena parte de su tiempo en la búsqueda de comida o en organizar a la comunidad en la que se integran, que deben permanecer alerta ante la aparición de posibles peligros, o preparar la cacería.

Sucede a veces que realidades o escenarios complejos bien pueden resumisrse en una imagen, en un gesto, en un breve discurso. Esos flashes vienen solos, nadie los llama, simplemente suceden. Pero resultan poderosamente seductores, impresionan… y a veces deprimen un montón. Es el caso que hoy traigo a colación, y que tiene que ver con un especio temporal y con un escenario: un minuto, un mitin. Y también con la masa espectadora.

Un año más, Pamplona se prepara a celebrar sus fiestas, que en buena medida se sustentan publicitariamente en la agresión brutal a seres inocentes (toros), en sus dos versiones escenográficas principales: corridas y encierros. En dicho sentido, deseamos hacer llegar a la opinión pública nuestro firme rechazo a cualquier manifestación lúdica que implique sufrimiento gratuito a inocentes (como desde luego es el caso).

Otra «fiesta de la democracia» la que acabamos de pasar sufrir, y ya quedan menos, para aquellos que, como yo mismo, cultivamos el sueño húmedo de que esto habrá de acabar algún día ―o alguna noche, y que nos despertemos con el notición montado, albricias: se acabó la procesión lanar a la urna cada cuanto nos indiquen―.

Emigró María hace ya unos cuantos años desde su Cantábrico a Madrid, por cuestiones de trabajo, y sobre todo de autodefensa, e incluyo aquí a su familia, por descontado. No la conozco personalmente; y debería. Les cuento.

A cuenta de la visita del Emérito Campechano para regatear un par de días con sus amigachos, se me ocurre escribir sobre la eterna discusión de si República o Monarquía. Poco o nada tiene que ver dicha porfía con lo que sucede en España en cuanto al tema que nos ocupa, pues no tratan aquí los unos y sus contrarios de la fórmula política como tal, sino que los unos [medio] eligen Monarquía por ser lo contrario de lo que prefieren sus «enemigos».

Aunque cada vez más residual, aún queda gente que no percibe a ciertos animales como seres capaces de relacionarse con sus compañeros de entorno (incluidos los humanos, por descontado) de una forma a la que difícilmente podríamos escatimarle el apelativo de «afectiva». Me refiero a las especies que nos resultan más familiares y cercanas, como los mamíferos y las aves. Sobre el resto de vertebrados (reptiles, peces, anfibios) el asunto ofrece ciertas dudas.

Sin querer ensombrecer la figura de Patrick Moore, quien fuera presidente de Greenpeace, y que ahora se percata de la falsedad de no pocos mantras medioambientales asumidos durante años, entre ellos el que concierne al cambio climático [antropogénico y devastador], al que él mismo etiqueta como “la mayor estafa de la historia”, me permitiré mantener mi título, refiriéndome a la ubicua «pandemia» que todo lo fagocita.

Uno de los pocos recuerdos agradables que conservo de mi niñez es el olor a pólvora, asociado siempre a la traca que se quemaba cada tarde en una plaza céntrica de mi ciudad, con motivo de las fiestas patronales. Un enjambre de muchachitos inquietos nos agolpábamos en la trayectoria de la ristra, por ver si atrapábamos alguno de los juguetes que de allí colgaban: cuchillos Arapahoes, machetes Sioux, penachos de plumas Cherokees…

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