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Juan de Dios Ramírez Heredia
Nació en Puerto Real (Cádiz) en 1942, donde vivió hasta los 22 años, fecha en que se trasladó a Barcelona. Es periodista (RTVE) y abogado en ejercicio, y ha sido Diputado durante 23 años continuados. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cádiz. Es miembro de la Orden al Mérito Constitucional y presidente de la Unión Romaní Española. |
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Ya tenía terminado mi comentario semanal, al hilo de la actualidad que más directamente nos afecta, cuando al abrir el correo electrónico me he tropezado con una carta que me envía una de nuestras colaboradoras que trabaja en uno de nuestros programas sociales en Extremadura. Ella es una mujer luchadora que, a pesar de contemplar la dureza con que transcurre la vida de buena parte de nuestra gente, nunca ha tirado la toalla ante las adversidades.
Todavía no nos hemos repuesto del trauma que para todos representó la muerte del padre de cuatro hijos a consecuencia del disparo que contra él efectuó el dueño de una plantación de habas en Rociana del Condado (Huelva) por el solo hecho de que el desgraciado gitano había intentado coger unas matas de habas para echarlas en la olla.
Ha sido un lamento desgarrador el que con dificultad ha salido del cuerpo moribundo de George Floyd cuando, aprisionado contra el suelo, un policía le apretaba el cuello con su rodilla. “No puedo respirar”. La presión ejercida en la garganta del pobre ciudadano negro.
Cuando escribo estas líneas, 100 gitanos italianos, número máximo que permiten las autoridades del país en estos momentos de pandemia, se han manifestado en la ciudad de Florencia, cerca de la Plaza de Neptuno, frente al edificio del ayuntamiento.
Señor presidente del Gobierno de Portugal
Sostengo la teoría de que la supervivencia del Pueblo Gitano es un milagro después de tantos siglos, no solo de marginación, sino de cruel persecución que encuentra su punto de mayor gravedad tras el genocidio que contra nosotros supuso la política nazi durante la segunda Guerra Mundial.
Me tiemblan las manos al empezar a escribir estas líneas. Y me resisto a aceptar que lo que estoy leyendo y viendo en el vídeo casero que me han enviado pueda ser verdad.
Mi querido amigo y ministro: No se inquiete al empezar a leer esta carta. Si no fuera porque estoy confinado en mi casa de Barcelona, encerrado como un tigre en su jaula, y vigilado constantemente por mis hijos y por Paloma, mi mujer, que tan solo me permiten bajar a la calle para que mi perrito gitano, Lucky, recogido de una inmensa perrera, haga pipí, trataría de verle personalmente y entregarle en mano esta carta.
La mayoría de los gitanos y gitanas que ya tenemos una cierta edad, estamos de acuerdo en reconocer que la vida colectiva de nuestro pueblo tiene un antes y un después del mítico Congreso de Londres. Días pasados yo escribía que “aquel cónclave supuso un aldabonazo a la sociedad mundial para advertirles de nuestra existencia, de nuestros problemas y sobre todo de nuestras ilusiones”. Y efectivamente, así fue.
Se acerca el día 8 de abril, fecha en la que en todo el mundo se conmemora la celebración en Londres, en abril de 1971, del mítico Congreso Internacional del Pueblo Gitano.
Estimados compañeros y compañeras: Permitidme que me dirija a ustedes con este tratamiento. Al fin y al cabo, yo he sido también Diputado al Parlamento Europeo durante dos legislaturas y media, es decir, durante doce años.
Hace unos días, cuando los periódicos empezaron a informar con más detalle de la existencia de un virus maléfico que se había presentado en España, desde nuestra asociación gitana de San Sebastian me enviaron un WhatsApp con la reproducción completa de la página del diario donde se daba la información.
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