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Antonio Lorca Siero
Antonio Lorca Siero
Hacer política es cumplir con todo aquello que tiene establecido el que dirige el negocio económico en un plano corporativo al más alto nivel

Convendría que la ciudadanía, más allá de ilusiones electoralistas puntuales, tomara en consideración que, pese a la democracia al uso, manda la partitocracia de turno, pero si se hurga un poco en el asunto político, aparece en escena el que realmente manda. Si la cuestión de mandar, que no la de gobernar, se planteara en términos económicos, la respuesta seria en este punto tan obvia que no merecería ni un solo comentario. Bastaría decir que el dinero.

La picaresca de la okupación consiste en disfrutar gratuitamente, unos, de lo que no les pertenece, mientras que, otros, desposeídos de la propiedad, corren con los gastos habitacionales derivados

No marcha bien eso de la igualdad legal, al menos en la práctica, porque se observa el auge de grupos legalmente favorecidos, por la norma de carácter especial, que han pasado a ser intocables, mientras que al ciudadano común, bajo el paraguas de la normativa general, se le tiene, de hecho, desamparado. Tenemos demasiados ejemplos de esta situación, pero hay uno al que, en general, se procura hacer oídos sordos y se concede escasa publicidad.

Es obvio que hay una constitución con su repertorio de derechos aplicables a todos sin distinción, pero también que la burocracia deja en el aire cuanto choca con los intereses del poder y de sus protegidos

Siempre se ha venido hablando de unos ciudadanos de primera categoría y otros de inferiores categorías. Hoy, con el auge dado a eso del progreso, aunque este sea claramente un producto comercial, parecería una cuestión superada a tenor del derecho a la igualdad. Sin embargo, las cosas no han cambiado demasiado, pese a decir que aquí se vive en una sociedad avanzada —sin perder de vista su condición de colonia euroamericana—.

Defender la idea de la globalización es asumir que una corte de notables gobierne el mundo y todos los demás tienen la obligación de obedecer sus directrices

La llamada globalización es el instrumento para consolidar el protagonismo único del capitalismo, controlado y dirigido por una minoría que domina el mundo desde la posesión del gran capital. Su única realidad es el juego del dinero, todo lo demás es apariencia.

Cuando lo que realmente se impone en la existencia colectiva son los mandatos de quienes explotan los recursos de la sociedad de mercado, ya sea como doctrina o como moda, los más avispados, es decir, aquellos que están al acecho de cuanto ofrece perspectivas de negocio, traducido en dinero, no dudan en explotar comercialmente cualquier sentimiento personal.

Dentro del panorama político actual, resulta inevitable someterse a la democracia del voto, porque el capitalismo de la globalización así lo impone, ya que su sola invocación permite tapar la evidencia del totalitarismo económico y dar nuevos aires a la política.

Las elecciones no las ha ganado un partido ni las ha perdido otro, simplemente las sigue ganando, como era de esperar, la globalización. Este fenómeno, hoy dominante, que está apadrinado y dirigido por el gran capital, controla tanto la economía y la política como la sociedad. Las razones parecen estar claras.

Ese producto grupal de intereses de poder que se ha llamado progresismo es una exigencia política de los nuevos tiempos, en línea con las tendencias comerciales de actualidad. Viene a ser un nombre, carente de ideología real, para diferenciar a un grupo de aspirantes a perpetuarse en el poder de esos otros que pretenden los mismo, pero abiertamente dicen que no quieren que cambie casi nada, a los que llaman conservadores.

Para el gran público, lo de las elecciones de cuando en cuando tiene cierto sentido de actualidad como espectáculo para ver si cambian las caras de los que mandan, porque su presencia acaba por hacerse demasiado rutinaria en los medios visuales y llega a aburrir a una parte de los videntes, que reclaman novedades por aquello de los avances tecnológicos.

En su día, los capitalistas modernos resucitaron un sucedáneo de la democracia a la que aplicaron el calificativo de representativa, actualizando así el sistema de gobernabilidad en los países agremiados por el interés del dinero, permitiendo que con él terciara simbólicamente la ciudadanía a través del voto. Fue una jugada bien diseñada, porque nadie podía quejarse de que luego los elegidos actuaran a su aire, puesto que representaban la voluntad popular.

Aquello que un día se llamó el Estado del bienestar da la impresión de que está camino de pasar a la historia, por encontrarse en proceso de desguace. Probablemente el motivo fundamental sea que al capitalismo que lo apadrinó en su momento ya no le interesa, al menos en su dimensión real.

Tal como se observa desde aquí, la maquinaria del gran negocio, aunque se hable de los males que acechan a la economía, funciona a pleno rendimiento. Con la inflación desbordada, el culto al ocio comercial y demasiado despilfarro, lo que se refiere a la dimensión del mercado sigue generando cuantiosos dividendos para los mercaderes.

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